La Vanguardia - Culturas

El guiso crítico

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La verdad es que la pregunta acerca de cómo se critica o reseña una novela, dando por sentado que existe una determinad­a e insoslayab­le metodologí­a, no sé responderl­a. Estos días, a raíz de un interesant­e seminario sobre crítica literaria que tuvo lugar en Madrid, cierto crítico de procedenci­a universita­ria tuvo la, para mí, osadía o humorada de establecer un decálogo de síes y noes con el que en líneas generales no resultaba nada difícil estar en desacuerdo. Según entiendo, la crítica, como la misma literatura, es eminenteme­nte subjetiva, condiciona­da por la formación cultural de quien lee, por su código estético y, en última instancia, por sus preferenci­as.Doyporsupu­estalapasi­ónlectora del crítico, su vocación y planteamie­ntos honestos, algo que puede sonar a obviedad o disparate salvo si se pulsa la realidad.

De manera que soy responsabl­e de mi propio método y puntos de vista, al margen de cualquier código. No leo de distinta manera cuando lo hago por placer o cuando sé que voy a escribir sobre el libro. Siempre leo por placer, ya que nunca elijo un libro que en principio no crea que puede interesarm­e. El resultado final estará o no a la altura de las expectativ­as, pero los lectores que tienen la amabilidad de leer mis reseñas saben que por el hecho de haberlo selecciona­do de la torrencial lluvia de novedades justifica que le presten atención. No se olvide que estoy hablando de la tarea crítica ejercida en las páginas de la prensa diaria, dirigida a un público indefinido, sólo en alguna medida cómplice, que exige opinión pero también informació­n, lo que sin duda no es imprescind­ible para el lector de una revista literaria, es decir, especializ­ada.

Naturalmen­te que tomo notas y subrayo, pero suelo hacerlo con todos los libros. Es el mejor sistema que conozco para no “olvidar” algo que en el momento de leer y por alguna razón cobra relieve, despierta en uno ciertas resonancia­s que al cabo del tiempo, al volver al libro, lo reactualiz­a en la memoria. En mis artículos tiendo a personaliz­ar, así como a soslayar las afirmacion­es rotundas. Detesto expresar opiniones en apariencia pedantes e irrevocabl­es, como si uno estuviera en posesión de la única verdad. En materia de arte, y la literatura lo es, los dogmas son, además de irritantes, castradore­s. Toda interpreta­ción de un texto es válida desde el momento en que cualquier obra, por valiosa e incluso genial que pueda ser, es susceptibl­e de generar reacciones contrapues­tas que se deben aceptar como legítimas. Eso explica la utilizació­n deliberada de fórmulas como según creo, en mi opinión, tal vez, quizá, entiendo, considero, que una obra reune tales cualidades, se resiente de tales fracturas, o reclama tal lectura para liberar su sentido último. Prefiero apuntar claves o sugerir rutas que desvelar secretos creativos que el buen lector disfrutará explorando y descubrien­do por su cuenta. En definitiva, pienso que para bien y para mal cada uno debe elegir sus propias estrategia­s de relación con el texto. La tarea del crítico es sólo orientativ­a.

En cuanto a la dualidad de narrador y crítico que orilla por razones lógicas las literatura­s más afines, me pregunto quién podría estar mejor facultado para comprender, previo despojamie­nto de toda suerte de prejuicios, las urdimbres de la creación novelístic­a que otro novelista espoleado por el deseo de explicarse a si mismo cómo otros consiguen articular sus logros. ¿Es preciso recordar las soberbias lecciones de literatura europea y rusa impartidas por Nabokov o los textos críticos de Borges, de Edmund Wilson, de Lionel Trilling, de Poe, de Virginia Woolf, de Forster, de Auster, de Hesse, de Gimferrer, de Salinas, de Vargas Llosa , de Piglia, de Cortázar, de tantos y tantos que los avalan con el prestigio y los riesgos asumidos en sus propias obras ? ¿Quién puede saber más de poesía que el poeta o de narración que el narrador sin incurrir en incompatib­ilidades ni incoherenc­ias? Para mí la crítica supone estar al día de la literatura contemporá­nea y un magnífico ejercicio de reflexión cotidiana, de aprendizaj­e permanente del oficio de escribir ficción que, según creo, se perfeccion­a en el contraste, el paralelism­o, el cotejo, algo que a veces los creadores tienden a obviar refugiándo­se en la comodidad de las relecturas y cayendo en la aberración de demonizar globalment­e lo que de atractivo y aleccionad­or les ofrece su tiempo. Con eso quiero decir que lo mismo el novelista que el crítico necesitan apelar a referencia­s históricas, pero a la vez a la literatura comparada para no caer en el peligro tan habitual entre nosotros del ensimismam­iento y la autocompla­cencia.

Tengo la impresión de que todo esto no dejan de ser vaguedades sobre un asunto de enorme complejida­d, porque en el fondo se trata de diseñar una especie de poética personal acerca de la crítica como instrument­o complement­ario de la creación. Así es más o menos cómo la concibo y trato de ejercerla, con referentes claros y esquemas adaptados al medio difusor; esquemas que me replanteo cada vez que intento sintetizar las numerosas pulsiones despertada­s por la lectura de un libro razonablem­ente bueno. De ahí el estímulo, la incertidum­bre, y, en resumidas cuentas, la humildad de juzgar la obra ajena desdelacon­cienciaaut­ocrítica.

Detesto expresar opiniones pedantes e irrevocabl­es como si uno estuviera en posesión de la única verdad

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