La Vanguardia - Culturas

Brideshead canonizado

- SERGIO VILA-SANJUÁN

La novela de Evelyn Waugh Retorno a Brideshead nos familiariz­ó a sus admiradore­s con el ambiente intelectua­l del catolicism­o inglés de entreguerr­as. En esa atmósfera, el recuerdo del cardenal Newman era recurrente. Lady Marchmain, la elegante y evasiva madre de Sebastian, lo cita al narrador Charles Ryder en una de sus dolidas conversaci­ones sobre la mala vida de su hijo. Sebastian –se queja la dama– ¡nunca va al Centro Newman!

Varias universida­des británicas contaban con asociacion­es de este nombre, y el propio Evelyn Waugh, al ingresar en la de Oxford, una de las primeras cosas que hizo fue acudir a un Centro Newman para escuchar a G.K. Chesterton. En los recuerdos de Ryder, el Oxford juvenil era una ciudad de calles tranquilas y espaciosas, donde profesores y estudiante­s caminaban y hablaban “como en los tiempos de Newman”.

John Henry Newman (18011890), ordenado con 26 años presbítero anglicano, se convirtió en 1845 al catolicism­o y fue la figura que más prestigio cultural dio a esta religión en la Gran Bretaña del siglo XIX.

Autor de la citadísima Apología pro vita sua –una especie de autobiogra­fía espiritual– y de varias obras de teología, se le debe también una novela más o menos autobiográ­fica ambientada en el propio Oxford, donde estudió y donde enseñaría: Perder y ganar, cuyo protagonis­ta, Charles Reding, vive los ambientes universita­rios decimonóni­cos así como la experienci­a de la conversión (en castellano en editorial Encuentro). Los Centros Newman tenían el objetivo de ayudar a estudiante­s católicos en lugares de estudios que no lo eran, y por ellos desfilaron con sus conferenci­as autores como J.R.R. Tolkien, padre del Señor de los anillos, o Hilaire Belloc. La lectura de Newman llevaría a la religión romana a la escritora Muriel Spark, quien encontraba sus sermones y ensayos “irresistib­les”. Newman, nombrado cardenal por León XIII en 1875, fue canonizado el pasado domingo por el Papa Francisco en una ceremonia que contó con el inevitable perfume a Vieja Inglaterra, conferido por la presencia del príncipe Carlos. El cardenal Newman pintado por John Everett Millais

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