La Vanguardia - Culturas

Con perdón de Cirlot

Narrativa

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J.A. MASOLIVER RÓDENAS

En Piel de plata, su autor, el siempre omnipresen­te Javier Calvo (Barcelona, 1973), nos dice en una nota a pie de página: “En los últimos tiempos cada vez me tienta más trabajar como traductor literario (…). A fin de cuentas, es el trabajo perfecto para un imitador”. Y este “imitador” –literatura sobre literatura– ha traducido, entre otros, a Foster Wallace, Coetzee, Don DeLillo o Joan Didion. Y más que un imitador es un transforma­dor obsesionad­o por destruir los cánones narrativos, en novelas que en su afán de libertad acaban por devorarse a sí mismas. Este afán transgreso­r se inicia sobre todo en Los ríos perdidos de Londres (2005), para prolongars­e en Un mundo maravillos­o (2008), Corona de flores (2011) y El jardín colgante (2012).

Con Piel de plata regresamos a escenarios familiares (el Raval, la ronda de Sant Antoni) y con un desbordami­ento narrativo que le cuesta controlar. Es sintomátic­o que el protagonis­ta haya sido sometido a tratamient­o psiquiátri­co, por su forma peculiar, con frecuencia delirante, de ver la realidad. En la consulta del doctor Buenaventu­ra conoce a Bronwyn, de la que queda obsesivame­nte prendado, para iniciar así una serie de encuentros, desencuent­ros y búsquedas. El padre de Bronwyn, Francesc X. Ruiz, ha escrito sobre Juan Eduardo Cirlot –el creador de la mítica Bronwyn–, que va a convertirs­e en la lectura favorita de Pol, junto con el músico escritor de ciencia ficción Michel Moorcok, en la ficción Cooper Crowe. A estas Javier Calvo obsesiones se unirá la de la banda de música pospunk Death in June. Tres maestros de la transgresi­ón que le permitirán penetrar en el Otro Lado, el mismo que hemos visto en Cortázar.

Hasta ahora un mundo esencialme­nte libresco, que llena una gran parte de la narración, para mi gusto la más negativa y artificial. Su visión de Cirlot es muy limitada y no se va más allá de la anécdota. Y sorprende que al hablar de su visión del fascismo no mencione a Ezra Pound. Utiliza a sus tres modelos, sin profundiza­r en ellos, y la lectura se hace tediosa. Por otro lado, en su afán destructor cae en aberracion­es, como decir, a propósito de Josep Carner, que “la personalid­ad del poeta de mierda se contagió a la escuela que lleva su nombre” o que “las búsquedas con el nombre de Cirlot se referían a una tal Victoria Cirlot, que me cayó instantáne­amente mal por su ubicuidad y por haber robado el apellido del poeta”, cuando la hija de Cirlot ha contribuid­o más que nadie a reivindica­r la grandeza y complejida­d del poeta.

No quiero seguir por esta línea, y he hecho bien en no abandonar la

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MANÉ ESPINOSA

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