La Vanguardia - Culturas

José Enrique Ruiz-Domènec

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José Enrique Ruiz-Domènec (Granada, 1948), es historiado­r, especialis­ta en historia y arte medieval, aunque sus libros sobre la historia de Europa, España y Catalunya profundiza­n también en el mundo contemporá­neo. Autor de numerosas obras, recienteme­nte ha publicado ‘Informe sobre Cataluña. Una historia de rebeldía (777-2017)’ (Taurus, 2018; Rosa dels Vents en catalán); y una edición ampliada de ‘España, una nueva historia’ (RBA, 2017). Es colaborado­r habitual de este suplemento

A Gaudí lo que más le preocupa es perder un minuto de su tiempo. Sabe que le va a faltar tiempo para terminar la obra de su vida, la Sagrada Família. Por eso deja a su discípulo Josep Maria Jujol en la puerta y él regresa al estudio a seguir trabajando.

Sobre Jujol: es evidente que es el discípulo que más quería y al mismo tiempo del que más recelaba. ¿No es así?

Es así. El caso de Jujol es paradigmát­ico del modo de ser de Gaudí. Jujol es el discípulo más genial de Gaudí, y en mi opinión Gaudí era totalmente consciente de eso. Sus colaboraci­ones están llenas de imaginació­n creadora, a la altura de las del maestro. Los hierros forjados de la casa Batlló, la serpiente del Park Güell, expresan la efervescen­cia cromática de Jujol. La relación entre ambos era gloriosa, y de haber continuado como legado la Sagrada Família sería diferente a la que vemos, con un colorido distinto, con una fuerza mayor. Gaudí lo sabía, sabía que debía ser el continuado­r de su obra; pero no lo eligió. Prefirió a los abnegados, poco imaginativ­os, temiendo que un hombre de tanto talento pudiera desviarse de su plan inicial. Se equivocó. Fue un gesto mezquino.

Pero surge del conflicto interior. De la falta de control de una ansiedad manifiesta a lo largo de su vida.

XG. JERD. XG. JERD.

Sí, es un gesto de miedo. Sabe que los otros discípulos no le van a cambiar su obra, y Jujol es posible que con el tiempo le diera su propio estilo. Se asegura de que eso no pudiera ocurrir. No se percata de que de ese modo la continuida­d se convertirí­a en una inerte repetición. La obra empeora a medida que llega a su terminació­n.

Para finalizar ¿cuál era el sentido de la inmortalid­ad de Gaudí?

El de su fe católica: Gaudí creía en la inmortalid­ad del alma. Pero si hablamos de la otra inmortalid­ad, la inmortalid­ad del arquitecto genial, Gaudí también creía en ella. Es más, estaba convencido de que su tiempo llegaría tarde o temprano. Debemos tener en cuenta que en aquellos años finales de su vida, Gaudí era un hombre poco apreciado –por ser generoso–, muy criticado por las vanguardia­s, que le veían como una figura de un pasado a superar. Los noucentist­as, como Eugeni d’Ors, fueron muy crueles con él. Le vejaban. Le llamaban reaccionar­io. Luego, poco a poco, recuperó un lugar en la historia; un extraño lugar, el de un hombre altamente apreciado pero poco conocido. Hoy en día todo el mundo le conoce y habla de él, pero muy pocos conocen de verdad su vida y las razones de sus edificios. Por tanto, puede decirse que visto en retrospect­iva, desde hoy día, tenía razón Gaudí cuando dijo que su tiempo llegaría, porque realmente ha llegado.

XG. JERD. XG.

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