El Cid antes de la leyenda
JOSÉ ENRIQUE RUIZ-DOMÈNEC Conforme al arte de la novela realista, Sidi descansa en la tríada básica, acontecimiento, personaje y trama. Se construye como el relato de la vida de un señor de la guerra castellano donde se mezcla con pericia el lenguaje llamado ordinario con una terminología técnica tanto para describir episodios cotidianos como para explicar lo sucedido en un apartado rincón de las tierras de frontera en el norte de la península Ibérica en la década, se supone, de 1080. Es, en todo caso, un canto al destierro de un hombre corriente antes de caer en la leyenda.
El mundo de Ruy Díaz se había quebrado a causa de los recelos del rey Alfonso VI; tenía que rehacer su vida, sin nostalgia. El futuro le trae un nuevo orden que sustituye al de los viejos tiempos cuando era alférez o simplemente un infanzón con un buen matrimonio como soporte para su ascenso social. Por orgullo duplica su castigo, “si me destierras un año, me tomo dos”, exclama con ese tono que creará la poética de sus acciones. Volver a la patria exige mantener los puentes abiertos, le paga al rey parte de sus ganancias en los saqueos, impone que en sus contratos de mercenario jamás deba enfrentarse a quien define como su señor natural. O, en otros términos, sus andanzas serán una premonición de la cultura de los caballeros andantes que más tarde elogiarán la literatura.
Sidi nos enseña una cosa: lo que mueve el mundo no es el amor, ni la bondad, sino el arte de la guerra. A veces se apacigua en los ratos de ocio, pero siempre regresan las aventuras para mostrar las garras de una violencia seca, descrita en la novela con la plasticidad de los grandes relatos (de aquí sale un excelente guión para una película). La marcha hacia Almenar es la reparación de una herida cuyas razones se desconocen (no puede ser solo la ira del rey); por eso será la última prueba para definir quién es Ruy Díaz, cuyas virtudes humanas someten las pulsiones destructivas de sus hombres. Los acontecimientos disponen la trama de la historia con relevantes detalles que elevan al protagonista al rango de héroe épico. En la batalla campal contra el rey de la taifa de Lleida, al que apoya el conde de Barcelona, no otro que el trágico Berenguer Ramon II, el que ordenaría asesinar a su hermano gemelo Ramon Berenguer II tras su derrota (no antes), se alcanza el máximo grado de tensión narrativa porque está en juego lo único irrenunciable del protagonista: no olvidar su objetivo en la vida. Cuando el conde de Barcelona le dice “dentro de unos años nadie recordará tu triste nombre”, él responde probablemente. Y para que el lector comprenda el guiño homérico de esta respuesta digna de Ulises, se repite probablemente. Un bellísimo cierreparaunagrannovela.
J.E. Ruiz-Domènec