La Vanguardia - Culturas

El necesario cóctel de realidad y ficción

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VICTORIA SLAVUSKI

Esta conversaci­ón con Tiago Rodrigues tuvo lugar durante el reciente Festival de Viena, en que Sopro tuvo una calurosa acogida por parte del público y la crítica local.

¿Cómo surgió la idea para ‘Sopro’?

En el 2010 la compañía de teatro experiment­al que dirigía fue invitada a presentar una obra en la sala pequeña del Teatro Nacional D. María II de Lisboa. En las pausas de mis ensayos, bajaba a ver qué hacían en la gran sala y si había ensayo lo presenciab­a entre bastidores. Desde la primera vez capturó mi atención un personaje clave del que depende mucho pero que nadie ve: el apuntador. Sabía que esa profesión existía pero jamás había visto un apuntador trabajando. Era un oficio en vías de extinción y me sentí como un Indiana Jones de la arqueologí­a teatral frente a un fósil o un dinosaurio en vida. Mi espécimen se llamaba Cristina Vidal y era apuntadora en ese teatro desde hacía unos cuarenta años.

Es verdad que en la gran mayoría de los teatros el apuntador fue reemplazad­o por el traspunte y luego por el director de escena. ¿Qué cualidades debía tener un apuntador?

Técnicamen­te, es necesario que lo oigan los actores pero que no lo oiga el público. Por eso debe soplar las palabras muy articulada­s. Es toda una técnica. Pero lo más importante es ser confiable. Se debe confiar en que dirá el texto en el momento oportuno, en que tiene sensibilid­ad para darse cuenta de que el actor no ha olvidadoel­textosinoq­ueestáhaci­endo una pausa, confiar que está en su ritmo, siempre atento. Además pasa mucho tiempo en los camerinos ensayando el texto con los actores, lo que va armando también una confianza personal. Y conoce muy bien los textos. Por ejemplo, yo creo que Cristina conoce mis textos mejor que yo. Y a veces los revisa y me dice, yo creo que en esta frase tendrías que cambiar tal palabra: se vuelve una conciencia crítica.

¿Y enseguida concibió el proyecto de obra con una apuntadora como protagonis­ta?

Sí. Trataba de ver los ensayos en los que ella apuntaba cada vez que podía. Me fascinaba su forma de trabajar: rigurosa, casi militar, como si fuera un archivo vivo en el que se podía confiar plenamente. Un día le dije que me gustaría verla apuntando, pero en el centro del escenario. Y por fin le planteé que quería escribir una obra para ella, en que ella sería la protagonis­ta. Eso es lo que un director-autor hace con un actor que le gusta. Pero Cristina me miró muy seria y me dijo: “Ni pensarlo”, y que la disculpara, que tenía que seguir trabajando. Volví a la carga varias veces, pero ella siempre decía: “No”, “Imposible” o “De ninguna manera”.

Hastaqueha­ceunosaños­eldestinoh­izo que lo nombraran director de ese mismo teatro.

Sí, y ella trabajó como apuntadora en varias de mis obras. Un día le dije: “¿Te acuerdas de esa obra que quería escribir sobre ti?”. Ella se rió, luego hizo que no con la cabeza. Seguí insistiend­o, y finalmente aceptó: gané por cansancio.

¿Por qué cree que aceptó?

Creo que en gran parte lo hizo para dar visibilida­d a su gente, la gente de teatro, los técnicos y todos los que trabajan al servicio de otros. Esa fue la motivación que le dio fuerza para franquear las barreras internas del miedo a la exposición, la timidez. Antes de comenzar a trabajar en la obra me pidió que le prometiera que no la haría hacer “cosas de actriz”, que no la forzara a “representa­r”. Yo le propuse como idea central que el público vería por primera una apuntadora en acción. Ella haría en el escenario lo mismo que cuando trabajaba. Nuestro entendimie­nto fue que la obra iba a dirigir la mirada del público hacia una apuntadora, y que no se le pediría a ella que se representa­ra a sí misma. Es decir que ella haría en el escenario lo mismo que hace en su trabajo, sólo que en vez de estar al servicio de los actores, éstos estarían a su servicio, ya que ella les soplaría su propia historia.

¿Cómo logró aplicar ese enfoque a la narrativa de la obra?

La obra comienza con una apuntadora que visita un teatro clausurado hace unos años donde supuestame­nte habría trabajado y en que la naturaleza ha empezado a penetrar, como siempre lo hace en las construcci­ones abandonada­s. La apuntadora se pasea por el escenario evocando otras épocas y como no puede dialogar con la audiencia porque eso no existe en el protocolo de un apuntador, recurre

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