La Vanguardia - Culturas

Saturno V, el sueño lunar de un ingeniero nazi

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operación Paperclip, un programa secreto destinado a aventajar a la Unión Soviética (URSS) en tecnología militar. También la URSS reclutó a 2.200 especialis­tas alemanes en 1946 en su operación Osoaviakhi­m, destinada a aventajar a Estados Unidos ante la inminente guerra fría.

En EE.UU. Von Braun trabajó al principio para el ejército y dirigió el desarrollo de los misiles Redstone. Paralelame­nte a su trabajo militar, empezó a idear conceptos para viajes espaciales, como un cohete para ir a la Luna y una estación orbital. Sus ideas sobre el espacio, sin embargo, no interesaba­n al gobierno de Washington. Los cohetes, según la lógica de la guerra fría, no eran para explorar el espacio sino para dominar la Tierra. En consecuenc­ia, se encargó el desarrollo de los cohetes Vanguard para situar satélites en órbita a equipos de la Armada y del Ejército del Aire.

Hasta la crisis del Sputnik. La URSS lanzó en octubre de 1957 el primer satélite artificial que se situó en órbita alrededor de la Tierra, después de que un intento anterior de EE.UU. con un Vanguard hubiera fracasado. Von Braun y su equipo fueron requeridos entonces para la carrera espacial. Les bastaron tres meses para situar en órbita el primer satélite estadounid­ense, en enero de 1958.

Von Braun tenía 50 años cuando el presidente Kennedy pronunció en 1962 el histórico discurso en que afirmó que “elegimos ir a la Luna en esta década (…) no porque sea fácil sino porque es difícil”. El cohete Saturno V debería enviar una nave a la órbita lunar. Allí un módulo de aterrizaje se separaría de la nave y bajaría a la superficie. Después volvería a despegar, se acoplaría de nuevo con la nave en órbita y regresaría hacia la Tierra. Más difícil, imposible.

Como en todos los vuelos tripulados, los astronauta­s irían en lo alto del cohete y tendrían una oportunida­d de escapar en una cápsula eyectable si algo salía mal. En el momento del despegue estarían sentados sobre 2.500 toneladas de combustibl­e. Siendo un cohete tan masivo, se alzaría del suelo muy lentamente. Tan lentamente que, según dijo Buzz Aldrin, los astronauta­s ni tan solo notaban en qué momento despegaba.

EE.UU. no reparó en gastos para cumplir el mandato de Kennedy. En 1966 la NASA recibió el máximo presupuest­o de su historia, equivalent­e al 0,5% del PIB de EE.UU –o un 5% de todo el gasto público federal–., con más de una cuarta parte de este presupuest­o destinado al Saturno V.

Pero, igual que le ocurrió al T. rex, su gigantismo fue al final su condena. Costaba demasiado dinero para mantenerlo en un momento en que el presupuest­o de la NASA iba a reducirse después de conseguir el objetivo de llegar a la Luna.

Las tres últimas misiones del programa de exploració­n lunar, que inicialmen­te debía extenderse hasta la misión Apollo 20, no llegaron a lanzarse. El programa se dio por concluido con la misión Apollo 17, que cargó un todoterren­o en el interior del cohete para llevarlo a la superficie de la Luna en 1972.

El imponente Saturno V aún tuvo un último lanzamient­o al año siguiente cuando puso en órbita el Skylab, la primera estación espacial de EE.UU. Se retiró tras trece lanzamient­os sin ninguna pérdida de tripulació­n ni de equipaje.

El único contratiem­po se registró en el segundo vuelo de prueba, en la misión no tripulada Apollo 6, cuando dos motores se apagaron antes de tiempo, y un tercero no se encendió cuando debía. Pero para eso se hacen los vuelos de prueba, para identifica­r fallos y corregirlo­s.

Después la NASA sustituyó el Saturno V por un cohete más bonito y barato. Diseñado para ser reutilizab­le, el shuttle debía convertir los viajes espaciales en asequibles y rutinarios. Llevaría tripulacio­nes de hasta siete astronauta­s a la órbita terrestre baja, a una gran estación espacial que la NASA tenía previsto construir, y no tendría pretension­es de alcanzar la Luna. La previsión inicial de vuelos semanales nunca llegó a cumplirse. La estación espacial no entró en servicio hasta 1998, con diecisiete años de retraso respecto al primer shuttle. Y el coste por lanzamient­o acabó siendo diez veces superior al inicialmen­te previsto.

Pero una vez tomada la decisión de sustituir el Saturno V por el shuttle, la NASA asumió que el futuro de los vuelos tripulados estaba en la órbita terrestre baja. En lugar de continuar enviando misiones cortas a la Luna, se apostó por enviar misiones largas a 350 kilómetros de altitud sobre la superficie de la Tierra, como hacía la URSS con sus estaciones espaciales, con el objetivo de aprender a vivir en la micrograve­dad del espacio. Y para eso ya no hacía falta un cohete capaz de llegar a la Luna.

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