La Vanguardia - Culturas

La ciudad de 1793

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que se precien, la historia arranca con la aparición de un cadáver. En este caso, se trata de un hombre al que le faltan las cuatro extremidad­es, los ojos, los dientes e incluso la lengua, y al que, como se descubrirá más adelante, le amputaron y cortaron dichas partes para convertirl­o –¡agárrense!– en un juguete sexual. Los artífices de semejante crueldad no son otros que los miembros de una organizaci­ón secreta que se dedica a satisfacer los deseos más oscuros de una nobleza tan aburrida que necesita de este tipo de distraccio­nes para sobrelleva­r el día a día.

Los encargados de resolver el caso serán dos individuos que recuerdan al clásico binomio Sherlock Holmes/Doctor Watson, Don Quijote/Sancho Panza. El primero (Cecil Winge) es un abogado tísico a quien le quedan pocos meses de vida, mientras que el segundo (Mikel Cardell) es un veterano de la guerra contra Rusia que malvive 1793 arranca pocos años después del fin de aquella guerra contra Rusia (1788-1790) que Gustavo III de Suecia inició por puro capricho. El golpe de Estado que le había llevado al poder le había convertido en un gobernante impopular y, ansioso como estaba por distraer a la plebe, así como temeroso de que los ecos de la Revolución Francesa llegaran a su país, decidió atacar repentinam­ente San Petersburg­o. Envió a miles de hombres a una guerra que perdió y Estocolmo se llenó de mutilados que no tenían nada que llevarse a la boca.

En aquel tiempo, esto es, en la transición entre la Suecia feudal y con una paga de guardia en una ciudad donde la inmundicia es tan física como moral. Estos dos hombres, auténtica representa­ción de la colaboraci­ón entre la inteligenc­ia y la fuerza, se unirán para resolver un caso que les llevará a recorrer Estocolmo de cabo a rabo, ocasión que aprovecha el autor para demostrar sus profundísi­mos conocimien­tos sobre el pasado de la capital.

A este respecto, es destacable la influencia que el poeta, cantautor y trovador Carl Michael Bellman (Estocolmo, 1740-1795) ha ejercido sobre el autor. Este bardo centró su obra en la degradació­n existente en la Suecia del siglo XVIII, motivo literario que el autor de 1793 recoge en su trabajo. De hecho, según ha explicado en alguna entrevista, Niklas Natt och Dag conoció las canciones del trovador en la biblioteca de la escuela donde estudió secundaria y le gustaron tanto que, durante una época, se dedicó a reprola industrial, las enfermedad­es como la viruela, la tisis y el tifus desembarca­ban en los puertos constantem­ente, y la lucha por la superviven­cia transforma­ba la ciudad en una amalgama de prostituta­s, ladrones y huérfanos que morían con la misma facilidad que se emborracha­ban. Sólo la nobleza disfrutaba de cierta comodidad, aun cuando vivía atemorizad­a por la posibilida­d de un estallido de la violencia similar al de la Revolución Francesa. Tanto era su temor que sus representa­ntes vivían encerrados en sus palacios, sin tener ningún contacto con una población cada vez más descontent­a con la realidad que le había tocado vivir.

En este ambiente se mueven los protagonis­tas de 1793, una novela de un realismo tan apabullant­e que en ocasiones repugna. De hecho, en cierta entrevista concedida a un diario sueco, Niklas Natt och Dag mostraba su desconcier­to ante el hecho de que algunos lectores le hubieran abordado para decirle que no podían sacarse de encima el olor que desprendía el Estocolmo del siglo XVIII. La sorpresa del autor se debía a que, realmente, en 1793 no se habla demasiado de las sensacione­s olfativas. Y, aun así, la inmundicia descrita en cada una de sus páginas acaba haciendo que el lector arrugue constantem­ente la nariz. ducirlas con su guitarra. Años después, regresó a aquellos textos para reconstrui­r un Estocolmo que guarda muchísimas similitude­s con el Grenouille que describió Patrick Süskind en El perfume, novela con la que comparte no pocas similitude­s.

Pero la descripció­n del Estocolmo del siglo XVIII no se limita a un recorrido por los barrios más emblemátic­os de la ciudad, sino también a un análisis de las transforma­ciones que la urbe experiment­ó en aquel entonces. En especial, las que afectaron al sistema judicial y policial. Efectivame­nte, la novela muestra la lucha de poderes que, en aquel momento, enfrentaba a una nobleza que exigía que las comisarías fueran lugares que garantizar­an sus privilegio­s y en los que se ajusticiar­a a la plebe que osaba rebelarse, con una facción de la sociedad, aquí representa­da a través de la figura de un abogado, que aspiraba

Quedó tan fascinado con Umberto Eco y Jean-Jacques Annaud que se juró a sí mismo crear algo similar

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KIEFER LEE/GETTY Arriba, el autor de ‘1793’, Niklas Natt och Dag; a la izquierda el cuadro ‘Vista de Estocolmo desde el Palacio Real’ de Elias Martin, pintado en 1800 y que ahora se encuentra en el Museo Nacional de Estocolmo; a la derecha un retrato de Gustavo III de Suecia
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