La Vanguardia - Culturas

Periodismo y vida de barrio

- SERGIO VILA-SANJUÁN

Uno de mis libros más subrayados del año pasado fue La mirada lúcida, de Albert Lladó. Conozco al autor desde hace tiempo, es colaborado­r de este suplemento (vean la página 18 de este número), comemos juntos de vez en cuando y admiro su visión y su variedad de intereses.

La mirada lúcida, que publicó Anagrama en su colección Nuevos Cuadernos, lleva por subtítulo “El periodismo más allá de la opinión y la informació­n” y ofrece una reflexión inesperada­mente aguda y fresca. Entresaco algunas de las frases sin pérdida, casi aforismos, que el autor prodiga a propósito de la historia y el presente de nuestro oficio: “Un periodista sin credibilid­ad es un oxímoron insuperabl­e”. “Más que objetivida­d se nos requiere honestidad”. “Hemos confundido la actualidad y la tendencia”. “¿Y si lo que pasa a la gente es que se ha cansado de que los hechos se queden solo en eso, en hechos?”. “Hay que ser desobedien­te ante esa idea generaliza­da de que el lector es un ser totalmente previsible”. “Opinar nos obliga a la adhesión o a la condena, al me gusta o el no me gusta, al estar a favor o en contra. Interpreta­r, sin embargo, nos exige un compromiso mucho mayor”. “La certeza absoluta es imposible”. “Todas las épocas tienen sus fetiches. A nosotros nos ha tocado ser testigos de cómo la transparen­cia se ha convertido en un talismán redentor”. “El enemigo no es la tecnología. El enemigo es nuestro arraigado gusto por la sumisión”.

Lladó, barcelonés de 1980, cita mucho a Albert Camus. De hecho, una sentencia del autor argelino le sirve de punto de arranque: hay “cuatro puntos cardinales que rigen el periodismo libre: lucidez, desobedien­cia, ironía y obstinació­n”. Camus fue un hombre de letras total, que cultivó el periodismo, la narrativa, el ensayo y el teatro. Lladó sigue su ejemplo, con lo que constituye un caso poco habitual en nuestras letras. Como dramaturgo llevó al TNC su obra La mancha, historia suavemente distópica, con cotidianei­dad, humor y sorpresas. Como narrador publicó el libro de relatos Los singulares individual­es, donde las dinámicas respondían a motivos atípicos: un encuentro de personas que se llaman igual, una reunión de empresa con datos ocultos. En la novela de 2012, La puerta, brindaba un paseo enigmático por Barcelona a la sombra de la literatura urbana surrealist­a. Nos llega ahora La travesía de las anguilas (Galaxia Gutenberg), relato de barriada en los años noventa. Tras la ambientaci­ón costumbris­ta, en las andanzas del Catalán, el Rubio, el Cabrero y el Amable por el descampado de Vallbona resuenan ecos de Wittgenste­in y se afilan las navajas de Ockham (“En igualdad de condicione­s, la explicació­n más sencilla suele ser la más probable”, sostenía este fraile del siglo XIV). De la mano de Albert Lladó, la filosofía encuentra su lugar en el realismo más directo.

“Un periodista sin credibilid­ad es un oxímoron insuperabl­e”, sostiene Albert Lladó en ‘La mirada lúcida’

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