Todas las ciudades
Narrativa En su último libro, la escritora alemana Stefanie Kremser reflexiona sobre los múltiples rostros de su experiencia migratoria y cosmopolita
En la anterior novela de Stefanie Kremser, El día que aprendí a volar, una niña era literalmente lanzada al vacío, donde no hay fronteras, ni países, ni nacionalidades, ni pasaportes ni identidades. Pero al fin es todo eso el cable a tierra de esta memoria personal que vuela alto, forjada en años de trabajo en el papel y en la vida, en la mirada y en la memoria. Este es un libro extraordinario que nadie, pero sobre todo ningún migrante, venga de donde venga o vaya a donde vaya, debería eludir.
El hilo de este relato trotamundos se aferra a las distintas direcciones de las ciudades del planeta donde Stefanie vivió. La sabiduría interna de la historia, con sus enigmas y descubrimientos –ese fuerte hilo invisible que la autora, también guionista, sostiene mientras leemos–, hace que el libro no respete la cronología, que resumo así: nacida en Düsseldorf (Alemania) en 1967, su infancia transcurre en São Paulo, y también en Bolivia, para más tarde en la juventud regresar a Alemania. Años después, se instala en Barcelona con estancias temporales en Nueva York.
Aquel supuesto regreso a este lado del planeta no es tal. La ciudad natal es el país de la primera infancia. “Y la infancia es un mundo particular al que jamás se puede volver”. Aquello ocurre en una primera juventud, un retrato de joven artista sin arraigo que, además, irá encontrando nuevas razones para el desconcierto.
Como en Las ciudades invisibles, de Italo Calvino, la narradora penetra en cada reino. Pero nada está garantizado. Los lugares pueden recibirte y a la vez expulsarte. A veces, a uno se le rompe el corazón: al ver a un viejo amigo que jamás se movió de su ciudad natal, la autora se pregunta cómo habría sido su vida sin haberse ido de allí. “Ramas secas del pasado”, llama Calvino a
Narrado en clave autobiográfica, el libro recorre las veintidós casas en las que ha vivido la autora
esas posibles biografías no vividas. Pero la fortuna es que en cambio existe esta otra vida plena, verde y fragante como aquel paisaje que invadió su ventana alguna vez. Aquello (maravillosa escena) fue un milagro. Y todo esto, si se mira bien, con su cosmopolitismo y su proximidad, también. |
ENTRE AMBOS/EDICIONS DE 1984. TRADUCCIÓN AL CASTELLANO: PALMIRA FEIXAS/AL CATALÁN: MARINA BORNAS. 256 PÁGINAS. 18,50 EUROS
las palabras para deshacer los significados establecidos”. Por eso, a propósito de la palabra, escribe en Esta luz: “Olvida los significados”.
En pocos escritores la autenticidad tiene una presencia tan profunda. En ese sentido, la desnudez que alcanza puede ser desgarradora. E, insisto, con él como centro. La presencia de su madre es frecuente, comoloesladesuesposaAngelines,ala que dedica un conmovedor poema erótico, y la de sus hijas. Muchachas querecuerdanalasdeBlasdeOteroo Neruda y que nos conducen a “la habitación enjalbegada de leche materna”. Está también la luminosidad de los frutos. Y todo visto bajo una luz presente en toda su escritura. Luz positiva y negativa, de acuerdo con estos contrarios que agitan su poesía: “Veo tu luz”, “dame tu luz”, “luz en mi agonía”, “luz en el interior de la nieve”; azuzada por el pensamiento y las reflexiones sobre la existencia: “Obligados a existir, cansados de existir”, un cansancio que es motivo recurrente relacionado también con su precaria salud, la vejez y, por supuesto, la muerte. De este modo no hay espacio para la evasión o la abstracción. Sí para los sentimientos intensos, pero no para el sentimentalismo. Porque la libertad es producto de una autenticidad que le permite jugar con los versos, alargarlos o acortarlos, utilizar palabras vulgares. La misma libertad que le da acudir al armario lleno de sombras donde está el olvido, “el recuerdo deshabitado”. Y su “despertar en el olvido” es algo parecido a las “visitas” de las que habla con tanta frecuencia en La pobreza y explica el encuentro entre la realidad y el delirio, entre el sueño y el entresueño.
Pero la realidad está siempre presente, para expresar la cruda realidad social de su infancia: “La primera información sobre la vida civil consistió en advertir la espantosa represión en el barrio tristemente obrero de León, y es verdad también que un día frío de 1945, cumplidos catorce años, a las cinco de la mañana, yo estaba cargando carbón en la caldera del extinguido Banco Mercantil”, de modo que “mi poesía y mi vida se han formado llevando en sí las marcas del sufrimiento que, en la infancia, recayó sobre mi existencia y sobre la de tanto otros españoles”.
Y las referencias a la realidad de la posguerra son frecuentes tanto en su prosa como su poesía, que para mí son una misma cosa: el excelente poeta y el excelente narrador. Miguel Casado ha expresado todo esto mejor que nadie. Su epílogo a Esta luz es, pues, imprescindible. Tal vez demasiado denso para el lector medio: echamos a faltar el aliento poético delbuenpoetaqueesCasado. |