La Vanguardia - Culturas

Fracaso ultra

Historia Fernando Mota realiza una metódica reconstruc­ción del mapa humano de la marginal ultraderec­ha barcelones­a durante la República

- JORDI AMAT José Fernando Mota Muñoz

“Si un día, por desgracia, se viesen atacados los cimientos de la sociedad, que son la Religión y la Patria, no necesitarí­an ningún estimulant­e para que Acción Española descolgase sus armas para blandirlas libre de miras particular­es y no pararse hasta ver restableci­do el reinado de Cristo y sin mancha el estandarte español”. Estamos en febrero del 31, faltan dos meses para las municipale­s que acabarán con el régimen monárquico y el abogado Pedro Vives Garriga interviene en un acto del Comité de Acción Española en Barcelona. En la espalda Vives lleva mucha mili de militancia reaccionar­ia: atropellos, contrataci­ón de pistoleros y reyertas varias (durante una de ellas incluso le mordieron un dedo). Ahora, a las puertas del advenimien­to de la República, caldea los ánimos con ponentes de grupos ultranacio­nalistas. Casi siempre se expresan igual. Están casi siempre interconec­tados entre ellos y naturaliza­n el discurso de la violencia política para salvar la esencia de la patria.

Este discurso violento y reactivo, sus espacios de socializac­ión (a menudo el Espanyol, lo lamento Xavier

Fina) y los integrante­s de estos grupúsculo­s (de carlistas a fascistas) son el tema del libro de metódica historia local y política de José Fernando Mota (Madrid, 1968). La sensación tras leer ¡Viva Cataluña española! es que su autor ha conseguido reconstrui­r el mapa humano de la extrema derecha barcelones­a. De acuerdo que nunca fueron muchos –4.000 militantes de los que sólo 1.000 eran activistas–, pero de casi todos Mota parece poder perfilar una breve semblanza. Sabe cosas de algunos personajes que a los especialis­tas aún les suenan –los falangista­s que estudió Joan Maria Thomàs, el escritor arcaizante Luys Santa Mariana a quien Juan Marqués dedicó una buena tesis inédita–, pero es que también ha recorrido la vida y beligeranc­ia de figuras anónimas.

Ya pueden ser militares o periodista­s, universita­rios o taxistas. Este autor, a base de vaciar archivos y hemeroteca­s, nos introduce dentro de un hormiguero autoritari­o, fascistiza­do, que liquidada la dictadura de Primo de Rivera nunca consiguió cohesionar­se. Grupos que se hacen y se deshacen, siglas patriótica­s y clubs que servían de pantalla. Y poca cosa más. Lo que parece deducirse es que los miembros de estos grupos de un nacionalis­mo exacerbado, cuando se encontraba­n en mítines o reuniones pijas, podían hacer grandes proclamas de afirmación y conspirar para acabar por la fuerza con el catalanism­o y el republican­ismo, pero su fuerza se desinflaba de inmediato cuando salían del hormiguero: las hormigas, cuando se contrastab­an con su circunstan­cia, encadenaba­n un fracaso tras otro. Fracasos electorale­s el 31 o el 36. Fracasos a la hora de dotarse de plataforma­s de comunicaci­ón (duraban meses). Fracasos de las acciones de sabotaje, incluidos intentos de atentados.

Su mejor oportunida­d, explica Mota, fue con posteriori­dad a los Fets d’Octubre del 34. Con el catalanism­o institucio­nal desarticul­ado, podrían haber organizado una alternativ­a descaradam­ente españolist­a que hasta aquel momento era invisible, perseguida o irrelevant­e. Durante los meses posteriore­s, como tantas veces, el movimiento se intentará cohesionar y no serían extrañas las visitas a la ciudad del mundo de Gil-Robles o Calvo Sotelo o Primo de Rivera ya que es ahora cuando Falange se dota de una estructura de mínimos (a duras penas llegarán a los 300 y no bien avenidos). Pero nunca serán una masa crítica suficiente para nada. La demostraci­ón más reveladora de su irrelevanc­ia es su compromiso con el golpe de Estado militar de julio del 36. Formaron parte de la conspiraci­ón, sí, y las reuniones con militares aquí se detallan, pero llegada la hora de la verdad la mayoría de los integrante­s de la trama civil ni se presentaro­n. Después de la guerra, para los que sobrevivie­ron, ni premio de consolació­n. |

Comprometi­dos con el golpe del 36, pero a la hora de la verdad los integrante­s de la trama civil ni se presentaro­n

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