Samuel Johnson, ingenio, sabiduría y excentricidad
Samuel Johnson es uno de los nombres indiscutibles de la literatura inglesa, no sólo de su época, el siglo XVIII, sino de todos los tiempos. Conocido sobre todo por su ‘Diccionario’ pero también por la biografía que de él escribió su amigo James Boswell,
Considera Harold Bloom en El canon occidental que Samuel Johnson (1709-1784), conocido como el doctor Johnson, “es a Inglaterra lo que Emerson a Estados Unidos, Goethe a Alemania y Montaigne a Francia: la sabiduría nacional”. Y en Genios apunta que “sigue siendo el más grande de todos los críticos literarios”.
Pese a tan encendidos elogios, es bastante probable que buena parte de los lectores actuales no hayan leído nada de Johnson y su figura les resulte difusa o directamente desconocida; y acaso suceda algo similar con el norteamericano Emerson, al que también menciona Bloom. Y, sin embargo, ambos son, en efecto, figuras cruciales en la construcción de sus respectivas literaturas nacionales y además comparten otro rasgo interesante: fueron aglutinadores de un potente núcleo intelectual, en el caso de Johnson en el Londres del siglo XVIII y en el de Emerson en Concord un siglo después, en la comunidad trascendentalista que germinó en torno a él.
Samuel Johnson es al menos tres cosas a la vez: por un lado, un hombre de letras –ensayista, lexicógrafo, poeta, narrador…–, que ocupa una posición central en la historia de la literatura inglesa del siglo XVIII. Por otro, un erudito con sobresaliente labia, dado a lanzar sentencias que han pervivido a lo largo de los siglos como ejemplos del wit (ingenio) inglés, muchas de ellas incluidas en la descomunal biografía que le dedicó el escocés James Boswell,
Vida de Samuel Johnson. Y es sobre todo este libro el responsable de haberlo convertido en la tercera cosa relevante que es: un personaje, paradójica mezcla del muy británico
common sense (sentido común) y de la no menos británica excentricidad. A través de la mirada devota de Boswell, que anota cuanto hace y cuanta ocurrencia sale de la boca de este ferviente tory y devoto anglicano, de opiniones contundentes y que podría haber padecido un trastorno obsesivo compulsivo (como se ha deducido de alguno de los retratos que le hizo Joshua Reynolds), Johnson adquiere una dimensión casi falstafiana. De hecho, quien tenga curiosidad, puede rescatar un memorable episodio de la serie de Rowan Atkinson La víbora negra en el que Robbie Coltrane encarna a un desternillante doctor Johnson buscando mecenas para su famoso diccionario, del que hablaremos en breve. El episodio se permite algún que otro disparate histórico como hacerlo convivir en el tiempo con los románticos Byron y Shelley, pero es un buen ejemplo de este carácter de personaje con un punto bufo que envuelve a Johnson.
Pero regresemos al hombre de letras. Hijo de un librero, Samuel Johnson estudió en Oxford, pero su precaria situación económica le hizo abandonar la universidad antes de graduarse. Trabajó como preceptor y como maestro de escuela, a los veinticinco años se casó con Elisabeth Porter, una viuda veintiún años mayor que él y, en 1737, llegó a Londres sin apenas dinero, acompañado por un exalumno de nombre David Garrick, que acabaría convertido en el gran actor shakespeariano del periodo. Allí, se ganó mal la vida colaborando en publicaciones como
The Gentleman’s Magazine, escribió poesía, ensayos y crónicas, y en 1747 emprendió una obra de envergadura: el conocido como Diccionario de Samuel Johnson, del que ahora se publica en castellano una atinada selección a cargo del escritor Gonzalo Torné.
El diccionario le dio un enorme prestigio, pero no una situación económica más estable. La obra fue un encargo de un grupo de libreros londinenses, que le ofrecieron 1.500 guineas para ponerlo en marcha. Una cantidad escasa para los siete años que le llevó al erudito completar la ingente tarea. Por ello, durante la redacción buscó un mecenas y lo encontró en Lord Chesterfield (el autor de las imprescindibles Cartas a su hijo), con el que, sin embargo, >
> no mantuvo una relación demasiado cordial.
Su diccionario no fue ni mucho menos el primero que se elaboraba en Inglaterra. Este honor corresponde al Diccionario latín-inglés de sir Thomas Elyot, publicado en 1538, al que siguieron, antes de llegar a Johnson, más de una decena. Todos ellos, sin embargo, adolecían de serios defectos, eran glosarios mal organizados en los que, además, la selección de palabras no siempre se ajustaba al inglés de uso cotidiano. Ese fue el motivo del encargo de los libreros londinenses: conseguir un diccionario mucho más riguroso. Y aunque él trabajó con ese ánimo, su diccionario es un hito histórico hoy muy superado desde la perspectiva lexicográfica. Dista mucho de ser una obra de un pulcro rigor académico, entre otras cosas porque el autor metió abundantes dosis de prejuicios y humor en sus definiciones, un sacrilegio para cualquier lexicógrafo que se precie.
Sin embargo, es precisamente esto lo que hoy nos sigue apelando de esta obra deliciosamente heterodoxa y repleta de ingenio.
Con su libro, abrió el camino que conduciría a dos grandes diccionarios de la lengua inglesa posteriores: el de Noah Webster, publicado en 1828 en Estados Unidos, y el Oxford English Dictionary, que apareció en 1928, sin que su impulsor, John Murray, pudiera verlo acabado. Este último fue un esfuerzo colectivo y lexicográficamente riguroso, que se convirtió en el diccionario inglés de referencia. Sobre su fascinante gestación, me permito recomendar dos libros estupendos: El sabio y el loco de Simon Winchester, y Catch in the web of words de Elisabeth Murray,
Ensayista, lexicógrafo, poeta, narrador..., sus sentencias perviven como muestras del ingenio británico
Ferviente ‘tory’ y devoto anglicano, de opiniones contundentes y mezcla de sentido común y excentricidad
A pesar del prestigio que le aportó su ‘Diccionario’, vivió muchas veces en la penuria económica
Un grupo de personas en el exterior de una taberna londinense en un dibujo de finales del siglo XVIII
Fue una figura central de la vida cultural londinense y a su alrededor se reunió un buen número de luminarias
Johnson y algunos de sus contertulianos, como Boswell, el pintor Joshua Reynolds o el filósofo Edmund Burke
Dice Julien Green en su deliciosa Suite inglesa que Samuel Johnson “domina su siglo, el siglo de los Goldsmith, Fielding y Richardson, sentado en su sillón como una especie de dios melancólico”. Johnson fue, en efecto, una figura central de la vida cultural londinense de la época y a su alrededor se reunió un número considerable de luminarias que participaban en una célebre tertulia organizada por el club fundado en 1764 en la Turk’s Head Tavern del Soho (quien haga un paseo literario por Londres encontrará la placa que indica el lugar en el que estaba este establecimiento).
Fue precisamente la melancolía a la que alude Green lo que llevó a fundar este club de intelectuales que se reunían a comer, beber y conversar alrededor de una mesa en largas cenas. Lo bautizaron sin más como The Club y la idea fue del pintor Joshua Reynolds (autor de varios de los retratos más célebres de Johnson y primer presidente de la Royal Academy; quien vaya hoy a ver allí alguna exposición
se topará con su estatua en el patio de la entrada). Alarmado por la soledad del erudito, tuvo la idea de poner en marcha el club para animarlo.
Al principio las reuniones eran semanales, después pasaron a quincenales. Los miembros originales fueron nueve, entre los que, aparte de Johnson y Reynolds, estaban también el dramaturgo Oliver Goldsmith y el filósofo Edmund Burke. Con los años, el número de miembros se fue ampliando; la aceptación de uno nuevo requería la aprobación unánime y entre las figuras que se incorporaron había escritores como Richard Sheridan, historiadores como Edward Gibbon, actores como David Garrick, científicos como Joseph Banks, políticos como Charles James Fox, economistas como Adam Smith o el biógrafo de Johnson, James Boswell…, muchos de los cuales fueron retratados por Reynolds.
El club se convirtió en un punto de encuentro de la cultura, la ciencia y la política londinense.
Su historia está vinculada con el desarrollo en Francia desde el siglo XVII, y después por todo el continente, de las reuniones organizadas por las salonnières, las damas que reunían en sus casas a la intelectualidad de la época y que dieron lugar a la Europa de los salones, que antecede a la de los cafés como centro de reunión intelectual y artística a lo largo de los siglos XIX y XX.
La orientación del club de Johnson y sus colegas fue siempre conservadora y aunque su celebridad se debe al periodo inicial, continuó en activo hasta su disolución en 1969. De la historia posterior, hay una anécdota que merece destacarse: cuando a principios del siglo XX el joven tory Winston Churchill quiso entrar como miembro con su amigo F. E. Smith, no fueron admitidos porque se los consideró demasiado controvertidos. Indignados, fundaron en 1911 otro club, al que llamaron precisamente The Other Club, que organizaba sus cenas en el hotel Savoy.