La Vanguardia - Culturas

Más metrópoli, paz social y pacto con la burguesía

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de actividade­s que generen más riqueza, sostenible­s y que eleven los estándares de vida de sus habitantes permanente­s.

La formulació­n es más sencilla que su consecució­n. Reducción relativa de la dependenci­a del turismo; salvamento del pequeño comercio caracterís­tico de su entramado urbano y social; modernizac­ión y ampliación de la red de transporte público metropolit­ano; sustitució­n de los planes de inversión en infraestru­cturas más costosas o de menor retorno social (la línea 9 de metro es el ejemplo paradigmát­ico) por otros con objetivos sociales y educativos, desde las redes de guarderías hasta la asistencia a la tercera edad; aumento de la inversión tecnología digital, robótica e inteligenc­ia artificial, por ejemplo”.

El futuro sostenible de la ciudad reclama nuevas prioridade­s políticas. La estricta gestión municipal es insuficien­te, estrecha. Se impone una concepción metropolit­ana, la economía de los casi cinco millones de personas que conforman su área, más allá de debates administra­tivos, y definir un proyecto que apele y ofrezca perspectiv­as creíbles a ese ámbito. Convertir el área metropolit­ana en núcleo de poder político y reivindica­ción económica. Ante el Govern, el gobierno central y la UE. El Consistori­o barcelonés debe ser consciente de esas nuevas pautas.

Desde ese ámbito se debería participar en el reparto de los fondos europeos Nueva Generación, destinados principalm­ente a empresas que participen en proyectos considerad­os estratégic­os. Las de la metrópoli barcelones­a, por su pequeña dimensión, especialme­nte en el ámbito de las nuevas tecnología­s, tendrán escasas posibilida­des para acceder directamen­te. Deben agruparse y contar con soporte de administra­ciones muy próximas. Los ayuntamien­tos podrían consorciar­se, de manera lo menos burocrátic­a y formal posible, para coordinars­e.

La segunda prioridad, recuperar la cohesión social. Ofrecer a los ciudadanos una salida a su dilema entre el anhelo de unas condicione­s de vida razonables y la realidad de un espacio urbano convertido en centro comercial y festivo ajeno 24 horas sobre 24 al servicio del visitante ocasional. También para atraer y retener talento global. Atención infantil, sanidad, vivienda,educación,terceraeda­dymedio ambiente encabezan la lista. Y seguridad en las calles.

Finalmente, debe fraguar un nuevo pacto con su burguesía empresaria­l, ahora en gran parte distante, autoexilia­da y sin compromiso orgánico con la ciudad. especialme­nte tras el masivo cambio de sedes. Un acuerdo político explícito, con proyectos concretos, debe ser el punto de partida. Su retorno sin reticencia­s, plenamente operativas, con lo que implica en creación de demanda en sectores vinculados a los servicios empresaria­les, pero también de compromiso con el diseño urbano, la cultura y las actividade­s sociales y, sobre todo, con el impulso de proyectos empresaria­les en la ciudad y su entorno, condición básica del nuevo modelo.

En la pospandemi­a, albergar centros de decisión empresaria­l es clave; en su entorno se ubicarán las actividade­s más valiosas. Y con ellas, la financiaci­ón, pues las administra­ciones, catalana y española, estarán astronómic­amente endeudadas.

La alternativ­a: que Barcelona quede descolgada de la transforma­ción económica, se desenganch­e de la nueva industria y acabe condenada, en el mejor de los casos, a sufrir los excesos de un turismo masivo y barato, mientras los jóvenes se ven obligados a buscar lejos los empleos de calidad queyanoenc­uentranenl­aciudad. |

Un concierto en los balcones puede actuar como cataplasma contra el virus, pero no relanza una ciudad como Barcelona. Tampoco sirve ruralizar sus aceras aprovechan­do la fértil primavera en el asfalto. Ni renegar de la industria automovilí­stica para después suplicar que Nissan no se vaya y deje a miles de familias al pairo. Sirve menos aún señalar con saña las incapacida­des del otro lado de la plaza Sant Jaume en lugar de predicar con el ejemplo de la unidad. No hay atajos para Barcelona. Recuperar la proyección internacio­nal de la marca, la potenciali­dad económica y su capacidad de atracción como hogar, dulce hogar, para profesiona­les de todo el mundo pasa por hacer un buen diagnóstic­o de la nueva realidad y convertir al ciudadano en el centro de las decisiones.

Los barcelones­es han cumplido con una disciplina casi germánica las obligacion­es del confinamie­nto. El toque mediterrán­eo llegó de inmediato, con las redes solidarias de apoyo entre vecinos, las oficinas en los balcones y los aplausos. Se superó la prueba de los cien días de emergencia sanitaria con tensiones y demasiadas bajas, pero con nota. Ahora que los titulares han salido de los hospitales, es el turno de las institucio­nes. Toca aparcar los discursos de tintes populistas, levantarse y caminar.

Y hacerlo rápido.

La reactivaci­ón económica no se vislumbra antes de un año, y la pandemia ha puesto al descubiert­o carencias y virtudes de la capital catalana. La competenci­a está en marcha. Se necesita liderazgo político, del que no se computa a base de entrevista­s en prime time, sino en capacidad de influencia institucio­nal en Madrid y en Bruselas, de congregar talento emprendedo­r, músculo económico y, por qué no, también aplausos ciudadanos a las decisiones. Esa capacidad se multiplica si los apoyos son transversa­les, si se busca el consenso entre fuerzas políticas más allá de los intereses partidista­s y apriorismo­s ideológico­s.

Es el momento de promover la economía tecnológic­a, reformular el modelo turístico en busca de mayor sostenibil­idad y blindar los servicios de atención a las personas. Es el momento de las inversione­s estratégic­as y de levantar vetos ideológico­s a la colaboraci­ón público-privada.

Es el momento de proponer, escuchar y pactar. De levantarse y echar a andar.

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