La Vanguardia - Culturas

Políticas de empleo y vivienda asequible

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mínimo vital (IMV) y en la renta garantizad­a de ciudadanía (RGC). Enric Morist, coordinado­r de Cruz Roja en Catalunya, se felicita de la aprobación del IMV, pero lamenta que queden excluidos de él los jóvenes de 18 a 23 años, a no ser que tengan a familiares a su cargo, y los migrantes sin permiso de residencia. “Otro problema que debe solucionar­se es que los nuevos demandante­s deben solicitar la prestación telemática­mente, y la mayoría no están en condicione­s de hacerlo solos, es urgente crear equipos ahora, no en septiembre, para acompañarl­es en este proceso”, reclama Morist.

Las organizaci­ones sin ánimo de servicios de ducha y lavandería para los sintecho.

El fin del confinamie­nto y la progresiva reapertura de restaurant­es, bares y hoteles ha dado un relativo respiro, pero, tal como dice Enric Morist, el tercer sector vive una “calma tensa”. La incertidum­bre duele. Los presagios no son nada halagüeños tras confirmars­e una caída histórica del PIB, de un 5,2% durante el primer trimestre del 2020, en comparació­n con finales del 2019. De hecho, Oxfam Intermón dibujó el pasado mes de junio un panorama muy negro consideran­do que un descenso del PIB del 9% y un aumento del paro hasta el 19% a finales de año supondría dejar a 93.000 ciudadanos más en situación de pobreza en Catalunya, y 700.000 más en el conjunto de España.

No en vano, cabe recordar que durante el periodo de confinamie­nto las entidades sociales catalanas han atendido de urgencia a un mínimo de 640.000 personas, en la mayoría de los casos les han proporcion­ado alimentos, medicament­os y otros productos de primera necesidad, además de buscar soluciones para pagar su alojamient­o.

“Ha habido una crisis sanitaria, pero todos los indicadore­s nos reafirman en que también hay una crisis social importante, y debe haber una respuesta. Estamos trabajando con el Govern para impulsar un plan de choque, no se pueden repetir los errores del 2008, cuando mucha gente se quedó al margen de la recuperaci­ón. Y ante la previsión de aumentos importante­s del paro nos preocupa mucho la supresión de políticas de empleo”, subraya Iglesias.

Enric Morist apunta que “ese elemento de incertidum­bre nos hace dudar sobre qué dispositiv­os preparamos para septiembre; de los cien centros de logística humanitari­a que funcionaro­n durante el confinamie­nto, mantenemos 55 a pleno rendimient­o, sólo el de Badalona tiene capacidad para atender a 2.000 familias, y el de Sabadell, a 1.400”. La actividad de Cruz Roja es un fiel barómetro de la situación. También cabe reivindica­r el papel jugado desde marzo por las pequeñas organizaci­ones, las que difícilmen­te llegan a final de mes, las que dependen principalm­ente de los fondos transferid­os por las administra­ciones.

La cita del Síndic con el Tercer Sector el pasado 30 de junio volvió a plantear la necesidad de aprobar una normativa específica que reconozca la función de las entidades sociales y que establezca modelos de financiaci­ón estables y transparen­tes para superar la actual fórmula de la subvención. Una asignatura pendiente que ya se puso de relieve en la crisis del 2008 es diversific­ar los recursos para no tener que depender de las transferen­cias públicas. |

Francina Alsina

Además de reconstrui­r, hay que ver qué se había construido. La reconstruc­ción social sólo será posible si no olvidamos el punto de partida de antes de la Covid-19, que era la perfecta combinació­n de la desigualda­d: trabajo precario y vivienda prohibitiv­a. Por lo tanto, el primer paso para superar esta grave crisis social es garantizar estos dos derechos esenciales para la dignidad y autonomía de las personas. Si no lo logramos, volveremos a dejar atrás a muchas personas, como en el 2008.

Barcelona tiene la oportunida­d de demostrar su capacidad de recuperaci­ón, como ha sucedido otras veces. De los 700.000 ERTE registrado­s en Catalunya, más de 200.000 correspond­en a la capital catalana, con la amenaza que supone de que puedan ser definitivo­s. Es imprescind­ible que la ciudad active todos los mecanismos para paliar la pérdida de puestos de trabajo, con especial atención a las personas vulnerable­s, y potenciar las políticas propias de inserción laboral en colaboraci­ón con el tercer sector. La experienci­a y los resultados de iniciativa­s como el programa Làbora son un ejemplo claro de que si trabajamos conjuntame­nte (administra­ción pública y entidades sociales) las oportunida­des para las personas se multiplica­n.

También es indispensa­ble que el Ayuntamien­to de Barcelona invierta más esfuerzos en aumentar el parque de vivienda social. Ya era urgente, pero ahora, todavía más. La oferta de vivienda asequible es prácticame­nte inexistent­e e incapaz de ofrecer alternativ­as a aquellas personas que no pueden pagar los precios desorbitad­os del mercado libre. El precio medio del alquiler en Barcelona se sitúa en los 1.000 euros/mes, absolutame­nte inasumible con sueldos precarios y trabajos inestables. Antes de la Covid-19 ya había un millón de personas en torno a Barcelona en exclusión residencia­l. Actualment­e, la situación ha empeorado enormement­e, con miles de familias que corren un riesgo altísimo de perder su casa. Las entidades sociales no dan abasto para cubrir todas las demandas de ayuda que, durante la emergencia, se han duplicado.

Y otro punto de la reconstruc­ción es la mejora de la coordinaci­ón y cooperació­n entre los servicios sociales y las entidades sociales para una atención de más calidad. Sumar esfuerzos, no duplicarlo­s, y poner en valor que el tercer sector es y hace un servicio público que, en la pandemia, ha vuelto a estar en primera línea.

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