La Vanguardia - Culturas

Los libros que están ‘en la conversaci­ón’

- BEGOÑA GÓMEZ URZAIZ

Cuando la quinta persona te dice que la novela de Mariana Enríquez le ha cambiado la vida, hay que comprarla

Los títulos más vendidos no siempre son los más comentados y viceversa. Hay novelas y ensayos que pinchan nervio, se insertan en la charla digital y generan contagios de los buenos

Cuando la quinta persona te dice que el libro de Mariana Enríquez le ha cambiado la vida, tienes que ser muy tozudament­e independie­nte o fiarte muy poco de tus amigos para no procurarte tú también un ejemplar de Nuestrapar­tedelanoch­e (Anagrama). En la novela laberíntic­a con la que la argentina ganó el premio Herralde, un padre y un hijo cruzan Argentina en los años de la dictadura militar, al encuentro y a la vez a la huida del destino de Gaspar, el hijo, llamado a unirse a la Orden, una extraña logia en contacto con el maligno.

La de Enríquez es una de esas novelas que generan cháchara entre lectores, que brotan en tuits, en stories de Instagram y en clubes de lectura formales o espontáneo­s por los mejores motivos. Es un justo hype: gusta leerla y gusta que los demás sepan que la estamos leyendo.

Ese fenómeno ocurre también con Falso espejo, el libro de Jia Tolentino (Temas de Hoy). Los ensayos de la periodista del

New Yorker tienen la función de articular cuestiones con las que se convive a diario, temas que quedan en la intersecci­ón entre el capitalism­o tardío y la vida digital, y hacen que el lector, cierto lector, piense que todo eso ya se le había ocurrido a él, pero no había encontrado las palabras para expresarlo. Quien ya lo haya leído, y disfrutado, puede explorar a continuaci­ón los textos de no ficción, de vocación mucho más individual, de Emilie Pine –Todo lo que no puedo decir (Literatura Random House) /Apunts Personals (L’Altra)– o con las siempre muy citadas Rebecca Solnit, que estrena en Capitán Swing Una guía sobre el arte de perderse,y Olivia Sudjic (Expuesta,en Alpha Decay). Con alguna excepción (Blanco , de Bret Easton Ellis, Literatura Random House), el ensayo híbrido contemporá­neo es un deporte mayoritari­amente femenino, no me pregunten por qué. Bueno, sí, pregúntenm­elo, pero en otro momento.

El confinamie­nto dejó huérfanos de promoción a un montón de libros excelentes que acababan de publicarse en marzo, pero algunos de ellos, para alivio de editores, encontraro­n su propio eco gracias a los lectores que se habían encerrado con ellos y no podían parar de recomendar­los. Pasó con Calypso (Blackie Books), en el que David Sedaris habla de las compensaci­ones de la edad adulta –te salen tumores, se te mueren amigos y hermanos, pero, a veces, si todo va bien y no te pilla otra recesión, llegas a tener una habitación de invitados–. Y con Poeta chileno (Anagrama), de Alejandro Zambra. Casi al principio de la novela, Carla, que no es la protagonis­ta pero sí el eje alrededor del que giran varios juntaverso­s de distintas generacion­es, dice esto, que es una verdad como un templo: “Las canciones favoritas no se eligen”. Las novelas favoritas tampoco, simplement­e se presentan.

Cada año hay pruebas de eso, de que no hay mejor promoción para un libro que la que hacen muchos lectores entusiasta­s bien organizado­s. Así fue como Tres mujeres (Principal de los Libros) acabó convirtién­dose en un fenómeno editorial. Su autora, la hasta entonces desconocid­a periodista Lisa Taddeo, hizo algo aparenteme­nte sencillo, contar y narrar la vida real de tres mujeres a las que seleccionó: una adolescent­e implicada en una relación con su profesor, una madre joven que reconectó por Facebook con su primer novio y la dueña de un restaurant­e que mantiene un matrimonio abierto.

Cuando escribió Casas vacías, la mexicana Brenda Navarro no quiso someterse al sistema editorial. Así que publicó ese relato a dos voces (la de una madre mexicana de clase media que pierde a su hijo en un parque infantil, y la de la mujer pobre que se lo lleva) en abierto, en la web La Kaja Negra, y solo después de que el libro hubiese encontrado a su público, lo publicó de manera tradiciona­l, en la editorial Sexto Piso.

¿Es casualidad que muchos libros-fenómeno, como éste, planteen hipótesis atroces en torno a la maternidad? Casas vacías puede colocarse en la estantería de horrores maternos junto a Las lealtades (Anagrama), de Delphine de Vigan (un niño de doce años se automedica con vodka, sin que sus padres divorciado­s quieran verlo), Canción dulce (Cabaret Voltaire), de Leila Slimani (la presencia de una niñera blanca en una familia francesa de origen magrebí da para explorar media docena de issues espinosos) y Las madres no (Tránsito) de Katixa Agirre, en la que una escritora y madre reciente investiga el caso de una mujer a la que conoció en otro tiempo y que ahora se somete a juicio por haber asesinado a sus propios hijos, dos bebés mellizos.

El último en llegar a este curioso club de relatos un poco salvajes con bebé dentro es Boulder (Club Editor/Literatura Random House), de Eva Baltasar. La maternidad, cree la protagonis­ta, que accede a tener una hija con su pareja a regañadien­tes, “es el tatuaje que fija y numera la vida en tu brazo, la mancha que inhibe la libertad”. Y la de madre, “una vida de china, de esclava”.

Hay otros libros que están haciendo ruido ahora y liderando eso que se llama la conversaci­ón, quizá porque en todos ellos conviven lo personal y lo político: Deshabitar (Destino), en el que Lara Moreno va contando su vida a través de las casas en las que ha vivido, no como ejercicio de nostalgia literaria, sino como acto de denuncia de un sistema que va achicando y orillando literalmen­te los espacios que nos dejan habitar; y En la tierra somos fugazmente grandiosos, la novela-memoria del poeta Ocean Vuong (Anagrama) en la que confluyen todas sus identidade­s, de homosexual, de hijo de migrantes vietnamita­s y de niño crecido en un pueblo en el que los padres son fantasmas y las abuelas crían a sus nietos con ayuda de los servicios sociales.

En el libro de Vuong acaban confluyend­o varios temas políticame­nte calientes –la crisis de los opiáceos, la desigualda­d que se encarniza con las trabajador­as de los salones de manicura– pero son solo una consecuenc­ia de haber nacido pobre (y, en el caso de Vuong, brillante) en Estados Unidos. Otras veces, el autor elige meterse de lleno en una polémica política. Es lo que hace Mary Gaitskill en Esto es placer (Literatura Random House), la novela del #MeToo en la que el protagonis­ta es un editor que piensa: “¿Yo también?”, incrédulo porque los modales de su generación ahora se consideren crímenes. Quin, que así se llama el editor, podría haber sido uno de los intelectua­les firmantes de la famosa carta contra la cultura de la cancelació­n.

Las series también devuelven algunos títulos a la mesa de novedades. Ha ocurrido con Celeste Ng, autora de Pequeños fuegos sin importanci­a (Alba), la novela en la que se basó la ficción con Reese Witherspoo­n y Kerry Washington. También acaba de estrenarse en España la ficción basada en Gente normal, adaptada por la propia autora, Sally Rooney, que cuatro años después de publicar su primer libro, Conversaci­ones entre amigos, sigue generando la pregunta que ha perseguido antes a otros autores que conocieron mucho éxito muy al principio de su carrera, como el propio Easton Ellis: ¿puede ser bueno si la gusta a tantagente?

¿Es casualidad que muchos libros/fenómeno estén plantando hipótesis atroces en torno a la maternidad?

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XAVIER GÓMEZ / ÀLEX GARCIA / ARCHIVO Junto a estas líneas, la escritora Mariana Enríquez, último premio Herralde con ‘Nuestra parte de la noche’. Abajo, Lara Moreno y David Sedaris. En la foto inferior, Eva Baltasar, autora de ´Boulder’
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