Winston Churchill en dos momentos clave
Dos nuevos libros reviven su figura de gran líder político y revisan cómo se enfrentó a Chamberlain por el “apaciguamiento” británico con Hitler
La figura de Winston Churchill, como la de cualquier político, no está exenta de claroscuros y en ciertas etapas de su carrera pudo actuar como un diletante o un aventurero. Pero si ha pasado a la historia como un gran líder es porque en los momentos verdaderamente trascendentales supo estar a la altura, asumir su papel y tomar las riendas con firmeza. Por eso sigue fascinando y proyectando unas cuantas lecciones útiles para el presente. La magnitud de su personalidad no puede sino acrecentarse cuando se lo compara con el erial patrio de políticos en activo.
Ahora coinciden en librerías dos obras que abordan momentos concretos de la trayectoria política de Churchill, relacionados con la Segunda Guerra Mundial y su forja como líder. En Apaciguar a Hitler, del británico Tim Bouverie, Churchill es uno más de los actores del reparto, pero su figura es abordada en la encrucijada en que se enfrenta a su jefe de filas, Neville Chamberlain, en los momentos previos a la guerra, por el modo en que hay que actuar frente a Hitler. Por su parte, Esplendor y vileza, del estadounidense Erik Larson, arranca justo donde acaba el anterior, con el nombramiento de Churchill como primer ministro, y se centra en los primeros compases de la guerra, concretamente en un año de gran trascendencia: el que va desde mayo de 1940 a mayo de 1941, el periodo más duro del Blitz.
Lo primero que a uno se le ocurre preguntarse es: ¿se puede a estas alturas y con la ingente bibliografía existente decir algo nuevo sobre Churchill y sobre la Segunda Guerra Mundial? Pues bien, cuando menos se pueden introducir matices muy interesantes. Ambos libros coinciden en estar escritos con una perspectiva más cercana al periodismo que a la historiografía clásica y con una orientación muy narrativa (lo que los anglosajones llaman narrative non-fiction), aunque aplican estos planteamientos con algunas diferencias sustanciales.
Bouverie estudió Historia en Oxford, pero su trabajo se ha desarrollado en medios de comunicación y eso se nota en el tono ágil que da a su libro. Ahora bien, los piropos que le han lanzado figuras como Beevor, Kershaw y Hastings, probablemente los tres especialistas anglosajones en la Segunda Guerra Mundial más reputados en activo, dan una primera pista de que el joven autor –nacido en 1987– ha sabido aunar amenidad con rigor.
Su libro se centra en la denominada política de apaciguamiento que pusieron en práctica los dirigentes británicos y que consistió en tratar de evitar a toda costa la guerra haciendo concesiones a Hitler. Y, por tanto, el centro neurálgico del libro es la conferencia de Múnich de 1938 y la firma del infausto tratado por parte del Chamberlain. Frente a un belicoso Churchill, que pedía mano dura –y el tiempo le acabó dando la razón–, el entonces primer ministro optó por evitar la confrontación con Hitler y no ha pasado a la historia precisamente como un gran estadista. Bouverie no lo absuelve, pero analiza de forma minuciosa los porqués de esta política, fruto de una compleja mezcla de buenas razones y catastróficos prejuicios. Por un lado, ni Inglaterra ni Francia estaban preparadas para la guerra y era necesario ganar tiempo. Había además cierto complejo de culpa al entender –y en efecto era así– que el severo tratado de Versalles había llevado a Alemania a una situación económica insostenible. Pero, por otra parte, los diplomáticos y “diplomáticos aficionados” (aristócratas ingleses a los que se envió en misiones diplomáticas para tratar de seducir y manejar a Hitler) sentían una explosiva mezcla de desdén clasista por aquel personaje de bigote chaplinesco al que consideraban un patán, y de malsana fascinación por la parafernalia nazi. Y para colmo, había entre las élites británicas un arraigado –aunque moderado– antisemitismo que generaba ciertas complacencias ante los nazis (recuérdese las amistades peligrosas de Eduardo VIII, que estuvo a las puertas de ser rey).
Todo ello desembocó en los pactos de Múnich que, en la práctica, daban vía libre a Hitler para invadir los Sudetes y abandonaban a Checoslovaquia a su suerte. El error fue fatal: el canciller nazi percibió la debilidad y las dudas en sus adversarios y se lanzó a por todas.
Es en ese contexto cuando se produce un primer atisbo del olfato político de Churchill, que ve claro que Chamberlain, pese a sus buenas intenciones –y también debido a sus prejuicios y su escasa visión en política internacional–, se está equivocando.
Y este talento que despunta es el que
‘Apaciguar a Hitler’ indaga en cómo se intentó evitar la guerra y en las concesiones británicas al nazismo