Los dilemas de Felipe VI
En julio del 2014, Felipe VI mantuvo una larga conversación con Artur Mas en la que le mostró su inquietud por la deriva de la situación catalana y se ofreció a mediar, dentro de sus posibilidades constitucionales, para encarrilarla. La oferta no prosperó, en buena medida porque Mariano Rajoy se opuso a dar papel al Monarca en un asunto que consideraba restringido a la intervención gubernamental.
Lo explica José Antonio Zarzalejos en su ensayo Felipe VI, un rey en la adversidad (Planeta), que cubre el periodo transcurrido desde la abdicación de Juan Carlos I ese mismo 2014 hasta el presente. Zarzalejos (Bilbao, 1954), exdirector de El Correo Español y de Abc, ha colaborado en La Vanguardia, El Periódico o la Sexta, y es una firma emblemática de El Confidencial. Monárquico activo, participó en el lanzamiento del think tank Remco (Red para el Estudio de las Monarquías Contemporáneas), agrupando organismos y figuras que promueven la adhesión a la monarquía “desde la racionalidad de la historia, la ciencia social, la politología y el derecho comparado”.
Su análisis del reinado de Felipe VI transita más por esos territorios que por el retrato humano o la crónica de ambiente. Y, desde la convicción de que la Corona constituye una institución positiva y estabilizadora para el país, se muestra muy severo.
Lo es, en primer lugar, con el rey emérito en su última etapa. El hombre que devolvió la soberanía al pueblo español tras la muerte de Franco, un legado incuestionable, se habría dejado llevar en su senectud por tres pulsiones que desacreditaron a varios de sus antepasados: “la avaricia, la promiscuidad y la prepotencia”. Juan Carlos, argumenta el periodista, perdió la dignidad en el ejercicio de su magistratura; perdió la oportunidad de hacer autocrítica en su discurso de abdicación; perdió la capacidad de evaluación ética de sus comportamientos. “Nos traicionó a todos. Y traicionó a su hijo. Y sobre todo, sumió a España en una enorme decepción”. ¿Es Juan Carlos I el peor enemigo del actual rey?, se pregunta en varias ocasiones.
Mientras tanto, Felipe VI se ha enfrentado a una sucesión de complicadas situaciones –algunas le habrían dolido especialmente en el plano personal–, en un clima político polarizado, de auténtica crisis de sistema. Y desde una posición “carente de capacidades de defensa autónoma y dependiente de los apoyos que le presta el conjunto institucional del Estado”.
El libro es rico en consideraciones de interés. Tras la abdicación, que fue “punitiva”, Juan Carlos debería haberse hecho invisible, en vez de multiplicar su representación institucional. Nadie se planteó que dejara, como hubiera sido lógico, la Zarzuela. Esta ubicación, aislada en plena montaña, contrasta además con los despachos que otros monarcas europeos ocupan en el centro de sus capitales, lo que facilita el contacto diario con sus sociedades. Pedro Sánchez se ha mostrado firme en su apoyo a la Corona, pero la Moncloa no cuida “aspectos delicadísimos” de la relación del Gobierno con el jefe del Estado. En este, como en otros aspectos, resulta imprescindible una regulación actualizada. En el tema catalán Zarzalejos insiste en que “no hubo un gesto que Felipe no intentara en Catalunya”, y critica a Rajoy por su “pasividad” frente al procés. La reina Letizia y el jefe de la Casa del Rey, Jaime Alfonsín, le merecen una opinión favorable. La formación de la heredera se está llevando a cabo con rigor y sensatez, y Leonor será una “pieza clave” en el redimensionamiento de la jefatura del Estado (sorprende su insinuación de que el reinado actual puede resultar ser “más breve” que el que le precedió). La corona española ha de expresar “una forma de orgullo nacional” y una transversalidad con vocación integradora; para ello necesita “intensificar su carisma emocional”.
Para los monárquicos el libro de José Antonio Zarzalejos ofrece el análisis descarnado pero muy digno de consideración de un consultor riguroso. Y para quienes no lo son, ilumina importantes razones internas de unos mecanismos notablemente más complejos de lo que suele esgrimirse.
Zarzalejos ofrece el análisis descarnado pero digno de consideración de un consultor severo