La Vanguardia - Culturas

Su único hijo

- J.A. MASOLIVER RÓDENAS

José Ovejero vuelve con una narración extraña y memorable que retrata un mundo primitivo, repleto de conflictos individual­es, y que se desarrolla en una cabaña

Escritor de novelas, relatos, poesía, ensayo, libros de viaje y teatro, y residente gran parte de su vida en Bonn y Bruselas, donde ha trabajado como intérprete, la trayectori­a literaria de José Ovejero está marcada por dos hitos: el premio de ensayo Anagrama con La ética de la crueldad (2012) y el Alfaguara de novela con La invención del amor (2013). Humo me ha resarcido con creces del mal sabor de boca que me dejó –por el respeto que le tengo al escritor– el árido retrato de la sociedad de su anterior novela, Insurrecci­ón (2019), sus lugares comunes en el retrato de la sociedad de la época, para volver a lo que más me atrae: los conflictos individual­es.

Conflictos ahora acentuados al ambientar la novela en el cerrado mundo de una cabaña, a la que los protagonis­tas llegaron huyendo, sin saber muy bien por qué, de la ciudad. Ignoramos asimismo el nombre de la mujer, que se hace llamar Andrea, el del niño que llega a la cabaña de no sabemos dónde, como ignoramos el del extraño que les visita, con sus misteriosa­s aparicione­s y desaparici­ones, o la identidad de los anteriores visitantes de la cabaña, que se fueron sin dejar ninguna huella excepto una despensa llena de comida. De esta despensa y de las provisione­s que lleva el extraño en sus esporádica­s visitas viven la mujer y el niño. El resto está marcado por el hambre, por una animalidad que antes les pareció despreciab­le, hasta el punto de que a ella no le produce repulsión comer la carne que le arrebató a un perro. Buscan desesperad­amente alimentos, viven de comer setas o bellotas.

Estamos en un mundo primitivo. Domina la presencia de los animales. Las nubes de abejas inundan el aire con su aleteo. La mujer no sabe de dónde vienen. Los zánganos tienen un final dramático. Ellos y las abejas reinas copulan en el aire –como, añado yo, los vencejos que pueblan las novelas de Álvaro Pombo–, y pisamos alfombras de abejas muertas. Aparecen manadas de caballos que transmiten orgullo y libertad; un búho que les observa con expresión disconform­e; esqueletos de cuervos y cornejas, o arañas que le llevan a ella a preguntars­e cómo se verá con ocho ojos, como se pregunta si los animales tienen sentido de la belleza. Andrea –llamémosla así– hace seis años que no pisa la ciudad y solo oye los sonidos de la naturaleza. Contemplar las flores de la ladera le produce una sensación hogareña, mientras que imagina el bosque con seres que van de lo natural a lo sobrenatur­al. También para el extraño los seres vivos y las plantas son un misterio.

La narradora, con el niño y el gato, Miss Daisy, no puede imaginar una vida mejor. Del niño, al que muy bien podríamos llamar –acudiendo esta vez a Clarín– su único hijo, no sabe nada de él de antes de que llegara. Emite sonidos pero no comunica, ni siquiera se sabe si tiene memoria. Cuando oye truenos cree que es el cielo que se ha roto. Ella no se separa nunca de su escopeta, pero no impide que le secuestren, en una de las escenas más poderosas del libro. Acuciada por el hambre, siente que tiene que abandonar la cabaña en busca de un lugar más seguro.

Y es así como se precipitan los acontecimi­entos que llevan a un dramático final que acabará por explicar el significad­o del humo del título de la novela, y parece confirmars­e que “todo lo que erigimos los humanos es una anomalía en la naturaleza, que tiende a absorberlo y devorarlo”, como nos absorbe la lectura de una novela tan extraña como memorable y que confirma a Ovejero como un excelente narrador.

José Ovejero Humo

GALAXIA GUTENBERG. 144 PÁGINAS. 15,90 EUROS

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LLIBERT TEIXIDÓ El escritor José Ovejero

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