Adiós, Reyes Católicos
Adiós, Isabel y Fernando, perdéis vuestra calle barcelonesa. Transcurre por Vallvidrera y no es muy grande, ni muy conocida, a pesar de lo cual una de esas plataformas vecinales espontáneas y nada dirigidas recogió firmas para cambiar el nombre y el pleno de SarriàSant Gervasi lo aprobó. Fuentes municipales informan que es una de las seis que van a ser rebautizadas para “feminizar” el espacio público. Y me parece muy bien que el espacio se feminice, especialmente si es para honrar la memoria de personas de talento como Ana María Matute o mi añorada amiga Margarita Rivière, que dará nombre a una plaza en Les Corts.
Pero en el caso de los Reyes Católicos, que ceden sus rótulos a la ginecóloga valenciana Concepció Aleixandre –siguiendo el camino de otras vías urbanas con denominación monárquica–, hay que decir que al cambiar el nombre la calle solo se feminiza a medias, porque en esa pareja real ya figuraba una mujer. Y no cualquiera, sino Isabel de Castilla, una de las grandes figuras del Renacimiento europeo, empoderada e influyente. Claro que, según me comentaron, la consigna del Ayuntamiento para hacer más femenino el callejero lleva adherido el concepto “ni reinas, ni santas”. Será eso.
En cuanto a la otra mitad de la pareja, Fernando II de Aragón, se le reconoce asimismo como personaje significado del periodo renacentista, inspirador, según se ha repetido hasta la saciedad, del “Príncipe” teorizado por Maquiavelo. Y además especialmente vinculado a Barcelona, como soberano con título condal de la ciudad. Fernando, según recuerda Ricardo García Cárcel, es un personaje debatido por nuestra historiografía: unos le consideran el gran representante del pactismo catalán, otros le reprochan su responsabilidad en la decadencia económica del siglo XV o la expulsión de cerca de 4.000 judíos. En cualquier caso, Fernando protagonizó en Barcelona episodios históricos importantes, como la recepción de Cristóbal Colón, a su vuelta de América, en el monasterio de Sant Jeroni de la Murtra –hoy término de Badalona–, donde el rey descansaba tras sufrir un atentado junto a la capilla de Santa Àgata; el agresor, Joan de Canyamars, fue descuartizado contra la voluntad del herido, que le perdonó.
Isabel y Fernando, protagonistas de la unión dinástica que está en la base de la actual España, constituyen pues obviamente parte relevante de la memoria catalana. Al igual que su nieto Carlos V, el hombre más poderoso de su tiempo y uno de los grandes forjadores de Europa, que pasó en Barcelona más de dos años de su vida, convocó en la catedral la reunión del capítulo del Toisón de Oro (algo así como el G-8 de la época, pero con más integrantes) y desde Catalunya dedicó a su hijo Felipe II las famosas “Instrucciones de Palamós”, que marcarían su reinado.
Estos y otros hitos objetivos de la historia catalana han ido poco a poco
La memoria de la participación catalana en la historia hispánica está desapareciendo del paisaje con gran rapidez
desapareciendo del mapa por la presión primero nacionalista y ahora independentista, a la que se ha sumado la de los comunes. En el Museu d’Història de Catalunya la mención a tales episodios, cuando se produce, es tan mínima que resulta risible. Los cuadros que recogían la participación catalana en la historia de España, instalados en el Saló de Sant Jordi del actual Palau de la Generalitat en los años veinte, fueron retirados por orden del president Joaquim Torra y de ellos nunca más se supo. No eran pinturas muy buenas, tampoco peores que otras que cuelgan en distintas entidades oficiales, pero su contenido desagradaba. Al poder catalán por lo visto se le hacía insufrible la evocación de los episodios comentados en estas líneas y otros como el de las cortes de Monzón, que congregaban a aragoneses, catalanes y valencianos; la batalla de Lepanto, con Lluís de Requesens como eficaz lugarteniente de don Juan de Austria, o la lucha antinapoleónica del Bruc. Componen un relato que no interesa, mientras Catalunya profundiza a pasos agigantados en la pintoresca fabulación de un pasado a conveniencia de cierto presente. Donde Catalunya no fue socia fundadora de España, ni formó parte del imperio español, ni los Reyes Católicos existieron nunca.