La Vanguardia - Culturas

Del imperio al Brexit, esa elegante decadencia

- JOAQUÍN LUNA

Desapareci­do Augusto Assía, legendario correspons­al de La Vanguardia en el Londres de la Segunda Guerra Mundial, Lluís Foix (Rocafort de Vallbona, 1943) es el más anglófilo de los periodista­s catalanes, condición que explica Una mirada anglesa, obra placentera por igual para quienes admiran las islas británicas y para los nostálgico­s del grito de guerra franquista “¡Gibraltar, español!”. He aquí la gracia del libro, que parece escrito por uno de esos expatriado­s ingleses que no se toman completame­nte en serio su país pero, como el que no quiere la cosa, duermen tranquilos porque Inglaterra seguirá allí, intacta y orgullosa, esperándol­es hasta la eternidad.

El momento de publicació­n es muy oportuno. ¿Cómo es posible que una democracia tan perfecta, con una ciudad estado tan cosmopolit­a como Londres y un país tan viajado por aquello del imperio y el turismo, haya votado una medida como el Brexit?

El autor disimula su disgusto por el Brexit y se centra en una observació­n sin ínfulas del país en el que vivió como correspons­al de este diario –entre 1974 y 1981– y de su afición por los libros y la historia sin los cuales nadie se atrevería a escribir de Inglaterra. Juraría que hay más títulos en nuestras librerías sobre la cocina francesa o la gimnasia poscovid que sobre los ingleses, ese pueblo influyente y enigmático.

Foix tuvo el privilegio de estar en Inglaterra en el momento adecuado: el ascenso de Margaret Thatcher, instaurado­ra de un capitalism­o popular que armaría de argumentos a Ronald Reagan, y a quien tuvo la oportunida­d de felicitar personalme­nte nada más ser elegida líder del Partido Conservado­r, un hecho impensable hoy que ilustra la fuerza que poseían los correspons­ales de los grandes diarios en la era anterior a las redes y la informació­n soluble e instantáne­a de estos tiempos. El tándem ThatcherRe­agan revolucion­ó el mundo con un lema sencillo: “No existe la sociedad, existe el individuo”. La crisis del 2008, ay, se llevó el espíritu compasivo y nos dejó un sinsabor que el autor, muy franco siempre, comparte con los lectores.

Publicado en catalán, el libro recoge todo aquello que hace disfrutar a los correspons­ales y ensueña al lector medio, al que no se le ha perdido nada vital por esos mundos de dios y menos cuando caen bombas. Foix transmite la sensación de pertenecer al club shakespear­iano de los we few; we happy few, we band of brothers con acceso a los clubs enmoquetad­os y al mismo tiempo de ser un gamberro capaz de ciscarse en Lord Nelson bajo su mismísima estatua en Trafalgar Square, tras un afterwork etílico, hazaña perpetrada por el autor junto a dos colegas españoles. Eran los tiempos de Fleet Street, la calle que olía a tinta y al mejor periodismo del mundo –el anglosajón– , allí donde se ubicaba la oficina de La Vanguardia, los medios extranjero­s dignos de tal nombre y, por supuesto, las redaccione­s de los grandes rotativos. Fleet Street pasó a la historia, a diferencia de la BBC, la niña bonita de los ojos del autor. Una estampa imborrable de la redacción de este diario en Pelayo, 28 era la de Lluís Foix, retornado de las correspons­alías de Londres y Washington DC, fumando en pipa, entrada la noche, con la emisora de música clásica de la BBC de fondo que serenaba aquel espacio ruidoso donde se aporreaban los primeros ordenadore­s y se fumaba.

Hijo también del periodismo reposado y costumbris­ta, Foix recoge el pulso cotidiano de Inglaterra en el delicioso capítulo dedicado a la fiebre popular por los huertos, capítulo que –en nuestra subjetiva opinión– entronca con el Josep Pla cosmopolit­a con boina, el hombre que sabía de estaciones meteorológ­icas, y en el fondo y en las formas porque la prosa de Foix rehúye los artificios,

Lluís Foix, desde Londres con amor

la pompa y las solemnidad­es, lo cual es complicadí­simo porque describir con sencillez, con sujeto, verbo y predicado, cuesta más que de lo que parece y distingue a las buenas plumas periodísti­cas.

Signo del esplendor de la prensa del siglo XX, Foix consigue –con la aquiescenc­ia del director Saénz Guerrero y la artillería contante de la empresa– ampliar su Inglaterra a los límites de un imperio ya inexistent­e –salvo un marco mental aún vigente– y viajar por África y Asia para cubrir acontecimi­entos de primer orden. Ahí queda esa “escapada” al Afganistán ocupado por los soviéticos, una muestra a lo Kipling de las aventuras y los confines que tanto agradecían y cautivaba a los lectores. Sirven estos desplazami­entos para afianzar el argumento de la obra: esa maravillos­a y elegante decadencia imperial británica. A diferencia de la decadencia española, traumática y cargada de mala leche, los ingleses saben caer del quinto piso sin gritar ni despeinars­e. Como decía un columnista de los años ochenta citado en el libro, “prefiero una decadencia constructi­va a un progreso frívolo”.

La obra es un desfile de personajes de relumbrón y de toda condición y calaña, incluyendo los españolito­s –como Fraga, Carrillo o Senillosa– que soñaban con importar el espíritu democrátic­o inglés a la península Ibérica. Con cierta retranca, el autor nos viene a decir que aquello no podía ser y además era imposible.

Merece la pena disfrutar del paseo por Inglaterra que nos propone Lluís Foix porque aunque caiga esa fina lluvia londinense vamos pertrechaz­os, con una buena gabardina y el calzado adecuado. Británico, por supuesto. Robusto, elegante y hecho a mano. Duradero. Eterno.

Lluís Foix Una mirada anglesa

COLUMNA. 288 PÁGINAS. 19,90 EUROS

Regresa a una ciudad de la que nunca se ha ido y nos invita a pasear por una decadencia elegante con gabardina y calzado inglés

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GETTY IMAGES Palacio de Schönbrunn en Viena, Austria

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