Verde hierba a su cabeza
El Hamlet de Maggie O’Farrell
El aliento de la muerte, percibido hasta en diecisiete ocasiones, vertebraba Sigo aquí, una singular aproximación al género de las memorias desde la cíclica exposición al final de la vida. Maggie O’Farrell (Coleraine, Irlanda del Norte, 1972), una de las narradoras contemporáneas más superlativas a la hora de explorar las simas de sentimientos y emociones ante encrucijadas existenciales, sondeaba los límites de esta pulsión indagatoria sustituyendo la fabulación por el espejo. Las palpitaciones y el lagrimal del lector se tensaban hasta pedir clemencia cuando el peligro se cernía sobre la descendencia de la autora. Aunque desde planteamientos y tácticas distintas, Hamnet, la novela histórica escogida entre las cinco mejores ficciones según The New York Times, tiene en la protección de la infancia (y su fracaso) uno de sus ejes fundamentales, entrando en fértil diálogo con su predecesora.
El libro se abre con un niño bajando precipitadamente unas escaleras en busca nota que se desliza en un bolsillo, una insinuación de que va a pasar algo. Todo el que esté cerca volverá la cabeza y aguzará el oído imaginándose ya a la niña abriéndose paso entre los árboles, tal vez, o junto a la verde muralla del bosque”. Y en el don que la singulariza –poder captar la esencia y el devenir de una persona– hallamos un reflejo de su creadora, capaz de revelarnos el alma de sus criaturas y de coreografiar bellamente la danza de su agridulce paso por la Tierra.
Hamnet es modélica en el desarrollo de su trama y en el cuidado de su ambientación –la vida cotidiana en un pueblecito de Inglaterra en tiempos del bardo, las tensiones familiares, la crianza de los hijos, los equilibrios matrimoniales para conciliar sueños profesionales y las exigencias del sacramento…–, pero es en los ejemplos donde vuela altísimo. Entre ellos, la manera en que se detiene en las alteraciones subjetivas del entorno que perciben los personajes en momentos críticos y el modo tan especial en que posan la mirada en los objetos; el trazado de analogías tan sugerentes que habrían convencido al propio autor de La tempestad; el ingenioso capítulo dedicado al ciclo de transmisión de la peste (conexión azarosa entre un vidriero de la isla de Murano, en el principado de Venecia, y un grumete de un barco mercante que llega de Alejandría), y la viveza que transmite aquel que sigue el recorrido de una carta desde el emisario al receptor; la composición de una escena con un grupo de mujeres en torno a un niño agonizante que es digna réplica literaria a un retablo de un maestro flamenco, y una vinculación entre la nieve y los difuntos de un lirismo como probablemente no se veía desde Los muertos de James Joyce. Por pedir, la escritora ni siquiera se olvida de tender un cable con la actualidad hablándonos de máscaras que no protegen, al hilo de los estragos causados por la peste.
Y aún queda un final con el que coronarlo todo en el que Hamnet da pie a Hamlet, los muertos resucitan y los fantasmas se ofrecen para un intercambio imposible.Caeeltelón.Aplausos.
Esta función es de Agnes, la madre y esposa, a quien rescata de los márgenes de la historia y confiere un volumen inolvidable
Maggie O’Farrell Hamnet/ Hamnet