Música y lágrimas
La colombiana Lorena Salazar, en la línea de José Eustaquio Rivera y García Márquez, relata el viaje de un niño y su madre para encontrar a su madre biológica
Esta herida llena de peces es un magnífico ejemplodelafuertepresenciaquetienen los escenarios naturales en la narrativa colombiana, estrechamente ligada a la violencia, donde García Márquez es su ejemplo más ilustre y La vorágine de José Eustaquio Rivera su poderoso precedente. La autora, Lorena Salazar, nació en Medellín en 1991, pero a los nueve años se trasladó con su familia al departamento de Chocó, con capital en Quibdó, región lluviosa, de mayoría negra y muy pobre, aislada del resto del país, que impresionó fuertemente a Salazar, como le impresionó el caudaloso y peligroso río Atrato. Importante fue para ella la música y la tradición oral en la que creció: “Yo creo que la tradición oral es literatura también”. Y, en efecto, gran parte del encanto de Esta herida llena de peces está en que no solo la leemos sino que la escuchamos. El canto de la naturaleza y el de los seres humanos. “Luz y música entran sin permiso por la ventana”, “los sonidos del río empiezan a mezclarse con cantos de mujeres que llegan de la selva”, suena el vallenato, aparecen las cantaoras, la conductora de la canoa “tararea una melodía: trabajo y canto”. También los disparos se unirán al canto de las aves.
Una madre y un niño viajan por el Atrato para encontrarse con Gina, la madre biológica. Un recorrido como otros escritores han narrado el recorrido por el Cauca y el Magdalena, y que aquí atraviesa un país “testigo de llantos y sangre, nacimientos y muertes, salidas y llegadas” y que, en sus presagios, es “esta herida llena de peces”. Y gracias al recorrido de la canoa nos adentramos en la selva, conocemos los distintos pueblos en los que la conductora hace un alto y entramos en contacto con una serie de personajes, ficticios en un mundo real, de ahí que la novela resulte tan verdadera, pese a la variedad de registros y al nivel delirante que pueda alcanzar.
La ambientación contribuye en gran parte a dar vida al libro y a que los lectores se sientan partícipes de las aventuras que se nos narran. Escuchamos el canto de los pájaros saltarines o el de las lagartijas limpiacasas, vuela un gavilán, un zancudo pica al niño, las hojas de manglares y palmas cubren el sol, “el verde es el color más grande”, admiramos la sencillez de los claveles, que “no cargan con el peso de la belleza que tienen las rosas”; hay flores y frutos que no se pueden comer, pero al niño le encanta la papaya. Y más allá de la vida de la naturaleza está la animada vida de la familia del río, escuchamos sus conversaciones, cómo inventan historias o cuentan sus vidas personajes muy distintos que, sin embargo, crean un ambiente de solidaridad animado por la variedad de colores de su ropa.
Los personajes centrales son la madre y el niño adoptado. Ella es blanca y el hijo de Gina es negro como su madre, como la mayor parte de la población. “Nunca alcanzaremos a pagar lo que ha sufrido el pueblo negro”. “Gina y yo somos madres incompletas: ella lo parió y no le dio nada, yo no lo parí y le di todo”. Y ahora tiene
Gracias al recorrido en canoa, nos adentramos en la selva y conocemos los distintos pueblos en que la conductora hace un alto
miedo de que al llegar a Bellavista Gina lo reclame, y quiere olvidar a dónde va. “Ya no me necesitan. Dentro de poco madre y niño nadarán solos, sin mí”. Las conversaciones entre ella y el niño confirman este oído para lo oral de Lorena Salazar. La lógica infantil es encantadora. Como lo es la de ella en las frecuentes evocaciones de su infancia. Se cumplen los presagios sutilmente insinuados a lo largo de la novela que anuncian un dramático final que dejo en manos del lector. Solo decir que, con la llegada de la violencia, lo que eran cantos ahora son lágrimas.
TRÁNSITO. 168 PÁGINAS. 16,90 EUROS
vocerío) y para contribuir a mejorar su dicción. Para entretener, divertir y educar. ¿Quieren hacerme caso? Dejen en espera aquel libro de novedad que les han dicho que hay que leer porque si no se acaba el mundo y lean los cuentos de Carner. Cuánta sutileza, qué ironía, menuda comprensión del alma humana, sin necesidad de grandes discursos y sin darse importancia.
Les explicaré cuatro cosas de uno de los cuentos: El cim. El narrador visita, en una montaña, a un amigo que, junto a su compañera, ha abandonado la ciudad para vivir en una pequeña ermita, parcheada con latas y trozos de persiana suburbial. Hace años la ocupó un ermitaño. ¡Ah, la libertad de las cumbres!, pregona el amigo, que se llama Vingut. En contacto con las alturas, ha comprendido las leyes de la humanidad. Lo piensa escribir en un poema que avanzará el futuro: todo el mundo vivirá de la naturaleza, todos serán vegetarianos...
Cuando el narrador se dispone a marcharse, ve la cara de tristeza de Roseta: le gustaría que se quedara un rato más. Se ha levantado un viento que hace ondear el delantal de la chica, igual que una bandera. Le cuenta que allí hace tanto viento que, para no caerse, a veces tienen que ir por el suelo, a cuatro patas. Y entonces viene el extraordinario final: “Mireu de no acostumar-vos-hi” (viene a decir que se están animalizando). Se pueden decir muchas cosas sobre los anarquistas utópicos y de acción, y en la literatura y el periodismo catalanes de los años veinte y treinta hay muchos ejemplos. Pero tan fino tan fino como El cim, costaría encontrar otro caso.
Y esto que Carner hace con los anarquistas lo hace también con los burgueses, los esnobs, los jóvenes, los viejos, los refinados, los tontos, los listillos, los torpes, los niños (que son grandes protagonistas, porque desarman las trampas del lenguaje). La creació d’Eva i altres contes es un libro de una sabiduría literaria que emociona.
Josep Carner
EDICIONS 62. 216 PÁGINAS. 19 EUROS