La Vanguardia - Culturas

Viaje sin postal

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Tendría 19 o 20 años cuando leí, atraído por el magnetismo de su título, Sueños árticos escrito por Barry Lopez y publicado por Planeta. Sus páginas describían con una cautivador­a mezcla de precisión de experto y emoción aquellas gélidas inmensidad­es. Después la vida me llevó por otros caminos y otras lecturas, pero en todas las mudanzas, a lo largo de los años, ese libro de Barry Lopez viajó conmigo en esa caja de las pequeñas cosas importante­s.

La literatura de viajes ha sido durante siglos nuestros ojos y nuestros oídos en los lugares más remotos y asombrosos del planeta, desde Herodoto hace 2.500 años, pasando por Marco Polo ,o Ali Bey, hasta llegar a los más cercanos como Nellie Bly, Bruce Chatwin o Paul Theroux. El ojo de Gran Hermano de Google y los miles de satélites que todo lo escudriñan parecían haber convertido el género en otra especie en extinción, pero en los últimos años ha emergido con fuerza un nuevo tipo de libros de viajes que ya no persiguen el exotismo, sino que ofrecen una mirada más comprometi­da, más social y medioambie­ntal.

El nuevo libro de Barbara Demick, Comerse a Buda (Península), relata su estancia en un pequeño pueblo del Himalaya y, a través de su día a día, vemos sus dificultad­es para no ser aplastados por su vecina China. No son los únicos con problemas por tener un vecino abusón. En La frontera. Un viaje alrededor de

Serrallong­a, han publicado Animales invisibles: mito, vida y extinción (publicado en castellano y catlán por Nórdica y Capitán Swing). Con maravillos­as ilustracio­nes de Joana Santamans, ponen una nueva pieza en su proyecto de viajar por el mundo en busca de animales extinguido­s, raros o míticos que tienen un peso en el imaginario colectivo. Actualment­e está en preparació­n un libro de “animales invisibles” hispanos (como el urogallo o el bucardo, una extinta cabra pirenaica imponente). Gabi Martínez publicó en el año 2000 El diablo de Timanfaya,

donde criticaba la especulaci­ón urbanístic­a hotelera en Canarias, y eso motivó la petición de retirada del libro por parte del Cabildo canario a Plaza & Janés, que la editorial no atendió. “Cuando publiqué el libro en España se llevaba 40 años haciendo trípticos publicitar­ios. Me quisieron censurar el libro porque aquí en cuanto ponías algo a la contra te saltaba el gremio de hostelería. Ahora es posible narrar con más libertad”.

Hace un par de semanas me llegó el

El nuevo libro de Barbara Demick, ‘Comerse a Buda’ (Península), relata su estancia en un pequeño pueblo del Himalaya

piensa que no siempre es bueno ver al ejecutante. Cierta vez, en Los Ángeles, tocando una obra especialme­nte abstracta y espiritual de Messiaen, La ascensión, veía que muchos cerraban los ojos para no verlo, para conectar con una región profunda e íntima. Cuando el público no lo ve, el organista piensa que alcanza con quienes lo escuchan una “relación telepática”.

Una de sus grabacione­s en vídeo más audaces se llama Bach to the future (un juego con el título original de la película Regreso al futuro): música de Johann Sebastian Bach en el gran órgano de Notre Dame. Cámaras de última generación, drones y efectos visuales hacen que el espectador vea al organista utilizar con pericia sus manos y pies, mientras las cámaras sobrevuela­n la gigantesca estructura, entran por los tubos y las poleas, y se desplazan por la inmensa nave de la catedral iluminada con fantasmagó­ricos azules, al ritmo de las fugas bachianas.

Es ineludible: Bach está en el corazón de todo concierto de órgano, y el programa de Latry en el Palau de la Música de Barcelona no será la excepción. Pero vendrá con reelaborac­iones y visiones francesas de sus obras clásicas y de uno de los grandes compositor­es románticos para el órgano, Franz Liszt. Después del complejo Ricercare a seis voces de Bach, el programa incluirá tres obras de Bach arregladas y transforma­das por Liszt, por Charles Widor (el conocido coral Wachet Auf), y por Eugène Gigout. Hay dos obras del mismo Liszt: junto con su Consolació­n en Re bemol mayor, una obra suya arreglada y reinterpre­tada por Marcel Durpe. Para coronar el concierto, una reinterpre­tación de Jean Guillou del famoso Preludio y fuga de

Olivier Latry, organista de Notre Dame, que toca en el Palau de la Música

“Traigo la escuela francesa de improvisar sobre clásicos; la música siempre debe estar en movimiento”

geografía, podríamos hablar de una poética del exilio” señala José Miguel G. Cortes. Para una de sus instalacio­nes, Present tense, pequeñas pastillas de jabón de aceite de oliva de la ciudad palestina de Nablús forman un gran mapa, una superficie puntuada por pequeñas piedras de cristal rojo que señalan los territorio­s palestinos que deberían haber sido devueltos según los Acuerdos de Paz de Oslo. En otra instalació­n, una sombría habitación con una pequeña cama, diferentes mapas de Palestina se esconden entre los objetos más diversos. En su doble condición, raíces palestinas y nacionalid­ad libanesa, Mona Hatoum ha crecido entre la memoria del exilio y la cultura poscolonia­l donde las grandes potencias han señalado fronteras artificial­es en medio de conflictos bélicos. “Su identidad está construida por diferentes capas”, remarca Cortés.

Formuladas desde un primer lenguaje minimalist­a y geométrico, “las piezas de Hatoum se construyen como metáforas de nuestra propia existencia precaria”, dice Cortés. En la última sala, un gran cubo, Impenetrab­le, sobrevuela el suelo de la sala. Su estructura ligera y sutil acaba mudando en una celda asfixiante a base de varillas de alambre de espino suspendida­s invisiblem­ente desde el techo. Aunque la obra data del 2009, no puede resultar más reveladora en tiempos de confinamie­nto.

Mona Hatoum

COMISARIO: JOSÉ MIGUEL G. CORTÉS. IVAM. VALÈNCIA. WWW.IVAM.ES. HASTA EL 12 DE SEPTIEMBRE

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