La Vanguardia - Culturas

Literatura del adosado

- ISABEL GÓMEZ MELENCHÓN

En breve empieza el verano y, con él, la invitación a un ocio que incluye el placer de leer. En este especial damos cuenta de las nuevas voces aparecidas en los últimos y complicado­s meses, y de un fenómeno de sociología cultural: la literatura del adosado

La literatura del adosado, por así llamarla, la que se desarrolla en las urbanizaci­ones que han proliferad­o estas décadas en la España llena más que en la vacía, ofrece una radiografí­a de la sociedad española, de sus aspiracion­es, de la ascensión y caída de la clase media, de la obsesión por diferencia­rse, por la piscina, por la seguridad, y de una crisis que ha convertido a las más populares en un sálvese quien pueda, detenidas, como el ascensor social que simbolizab­an, en un espacio entre dos pisos. Y en todas ellas, la desconfian­za, la competició­n, la segregació­n social.

Resulta extraño que hasta hace relativame­nte poco este fenómeno urbano, que ha transforma­do la geografía física del país pero también la política, no tuviera el reflejo en la producción literaria que ahora empezamos a encontrar, al contrario de la televisión, que desde el chalet que aparecía en Médico de familia como modelo de unas clases medias altas que corrieron a imitarla, ha acabado en La que se avecina, un totum revolutum resultado de la precarieda­d económica .

Existen básicament­e dos tipos de urbanizaci­ones, las pudientes y las que aspiran a convertirs­e si no en las primeras, sí en lo suficiente­mente medias. No todas lo consiguen, aunque tengan nombres tan flamantes como Century Europa o Progreso. Ni tampoco todo es paradisiac­o en Delparaíso o Páradais. Delparaíso es la urbanizaci­ón que da nombre a la novela

de Juan del Val (Espasa), uno de los fenómenos de la temporada, que va ya por su octava edición y que representa la consolidac­ión de esta tendencia, como lo es El oscuro adiós de Teresa Lanza / L’obscur adeu de Teresa Lanza, de Toni Hill (Grijalbo / Rosa dels Vents).

En ambos títulos, la urbanizaci­ón, acomodada, segura, al abrigo del mundo, adquiere un carácter protagonis­ta, condiciona a quienes viven en ella y es resultado de sus deseos de exclusivid­ad y de sus miedos, que es lo que mejor las define. Las setenta casas de Delparaíso son iguales, casi seteciento­s metros habitables, con una pequeña parcela de otros cuatrocien­tos en la que caben porche, jardín y una piscina”, y allí residen abogados de prestigio, una famosa actriz televisiva, empresario­s de éxito y en fin, quienes pueden permitírse­lo y miran por el rabillo del ojo a sus vecinos, porque como afirma Eli, una de las residentes, hay personas a las que se debería vetar la entrada por su pésimo gusto: “El problema es que para vivir aquí solo es necesario tener dinero”.

Un escenario similar al de Amigos para siempre ,de Daniel Ruiz (Tusquets), en el que unos amigos se reúnen para celebrar el 50 aniversari­o de uno de ellos en su chalet en una urbanizaci­ón de lujo, como correspond­e a su éxito en la vida: “Una urbanizaci­ón muy tranquila, con un dispositiv­o de seguridad privada las veinticuat­ro horas (...) bien integrada desde un punto de vista urbano, con todo tipo de equipamien­tos y servicios a un tiro de coche”. Todo un retrato en realidad de quienes viven allí. Vivienda y triunfo social y económico van de la mano, hay que hacer lo que sea necesario para conservar ambos. El proyecto fallido de Century Europa en accidented­eLaurenMar­sh , de GuillemMor­ales (Plaza&Janés), parece sacado de un reportaje sobre el urbanismo en nuestro

Tras los ricos de los chalets de lujo hay varias coronas de adosados más modestos del personal que los atiende

país: el sueño convertido en pesadilla de un promotor inmobiliar­io que quiere traer a Europa el modelo de la periferia norteameri­cana.

Recuerda al caso del Pocero: Century Europa constituye una “pesadilla arquitectó­nica” con sus “ocho enormes edificios de siete plantas de altura, cuatrocien­tos apartament­os de lujo interconec­tados por más de treinta calles, cinco áreas comunales, doce patios interiores, cinco gimnasios, cuarenta tiendas, sesenta restaurant­es, tres grandes zonas de ocio con capacidad para albergar a más de mil residentes”, que conforme crece siguiendo los delirios del promotor y llega la crisis acaba en los titulares de los periódicos. Allí sucede un crimen, o un accidente: unas obras en una calle engullen a una mujer, la urbanizaci­ón como un monstro.

Ahora, cuando la geografía española está llena de esqueletos de obras que nunca concluyero­n, o en las que nunca se construyer­on los servicios prometidos, el repaso que la literatura hace de estas se ha convertido en materia de crítica social o de novela negra. Así sucede con la muerte de una asistenta en la novela de Toni Hill o en De sobte pensa en mi ,de Jordi Dausà i Mascort (Llibres del Delicte), en la que el protagonis­ta se mueve por las desangelad­as calles de Sant Renard, una urbanizaci­ón nacida para el lujo pero que, conforme vayan fracasando proyectos como dos minigolfs y una piscina olímpica y no se construya lo prometido –un supermerca­do, un pabellón deportivo–, acabará convertida en un suburbio degradado.

Sant Renard, como Castellver­d o Palaudàrie­s, la urbanizaci­ón en la que transcurre Vladivosto­k , de Lluís Oliván (Edicions del Periscopi), retratan ya desde sus nombres la singularid­ad de las urbanizaci­ones catalanas, que en lugar de aparecer casi de la nada, junto a una vía de comunicaci­ón que las acerque a la urbe, tienen sus raíces en pueblos con casas de veraneo, expandidos en hileras de adosados o, en el mejor de los casos, construcci­ones unifamilia­res, lugares donde la segunda residencia se ha convertido en primera gracias a la mejora de carreteras y autovías.

Vladivosto­k está más próxima al tono elegiaco de la narrativa norteameri­cana a lo John Cheever, y así, las calles de Palaudàrie­s, un lugar en el que solo entran “els veïns i els despistats”, son el escenario en que Tomàs afronta el duelo por su esposa mientras conoce a la Veïna, con quien podría tener un nuevo comienzo. Los vecinos son otro de los elementos indispensa­bles en estos escenarios, cerrados en ellos mismos y al exterior, las relaciones con los próximos se trasladan a los realmente próximos, gente como ellos, del mismo nivel económico y social, objetos de maledicenc­ias y secretos, bajo una superficie esmeradame­nte cuidada.

Novela negra y crítica social, como en el caso de Delparaíso. La novela de Juan del Val apunta en todas direccione­s, porque si los adinerados protagonis­tas viven en esas casas que no son chalets, porque llamarlas así resultaría demasiado vulgar, el personal a su servicio en su sentido más amplio vive en otras urbanizaci­ones, aspiracion­ales, que reproducen en menos la vivienda de los más-más, como Las Tablas, donde musita su envidia el director de una sucursal bancaria que debe conceder un préstamo a un habitante de Delparaíso: “Un barrio alejado del centro y formado por una sucesión de urbanizaci­ones muy parecidas entre sí, construida­s en torno a calles paralelas y perpendicu­lares, bloques de seis u ocho plantas en cuyo centro hay una zona común con piscina incluida”. Esto sí que es Aquí no hay quien viva, pero sin risas y con el rencor de clase bien vivo: “Clase media, media alta, pero mucho más cerca de la media que de la verdaderam­ente alta (...) padre, madre y dos hijos detrás de cada puerta, familias a las que les va bien porque no les va mal”. Media España correspond­ería a esa definición, si tienen suerte.

La desigualda­d, buscada por los ricos, sufrida por quienes se ocupan de su bienestar, está presente en todas estas obras y es el motor de Páradais,delamexica­na Fernanda Melchor (Literatura Random House): “A partir de aquel momento Leopoldo García Chaparro se convertía en el jardinero del conjunto residencia­l Paradise. Páradais, lo corrigió Urquiza, con una media sonrisa de burla, la segunda vez que Polo trató de pronunciar esa gringada. Se dice Páradais, no Paradise; a ver, repítelo: Páradais”; y de Los invisibles,de Lucía Puenzo (Tusquets), en la que el guarda de seguridad de una urbanizaci­ón en un país de Latinoamér­ica recluta a niños pequeños para colarse en las rendijas de las casas de adinerados propietari­os.

Las relaciones humanas son reflejo de esta segregació­n social: el padre Rodrigo aconseja a Jimmy, un inmigrante que va a trabajar de jardinero en una de las lujosas casas de Castellver­d, que sea puntual, educado y no discuta nunca. “Esa gente necesita a otros que trabajen para ellos. Que limpien sus casas. Que cuiden de sus niños o de sus ancianos. Que se ocupen de sus jardines o de repararles todo lo que se rompe. No quieren ensuciarse las manos, y por eso nos dejan entrar en sus vidas”. Gente que no presume de dinero, pero lo tiene, gente amable a la que no se puede decir que no, porque “si hay algo que no pueden entender es una negativa a una demanda que plantean con educación”. Las urbanizaci­ones serán nuevas, pero lo que muestran y lo que esconden es lo de siempre.

La vivienda como medida del éxito y el deseo de seguridad y exclusivid­ad mueven a los habitantes de estas construcci­ones

 ?? MARIA CORTE ??
MARIA CORTE
 ?? EMILIA GUTIÉRREZ ?? Vista de chalets adosados en Tres Cantos, en la Comunidad de Madrid
EMILIA GUTIÉRREZ Vista de chalets adosados en Tres Cantos, en la Comunidad de Madrid
 ?? GETTY ?? Una familia pasea entre adosados en Yebes, Guadalajar­a, en el 2018
GETTY Una familia pasea entre adosados en Yebes, Guadalajar­a, en el 2018

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain