Una gramática pionera
“Recuerdo aquellas palabras destripadas y a mi padre asomado para descubrir la misteriosa red que unía a una palabra con una cosa. Después de cazadas hallaba su pasado antiquísimo y cuánto habían mudado de piel con el tiempo. Luego se dirigía a su escritorio, mojaba la pluma y anotaba la historia pretérita de aquella mariposa nombrada. Así compuso su famoso diccionario, ese vocabulario en el que había cazado miles de palabras del latín y también de nuestra lengua castellana para enfrentarlas como en un espejo y que así se descubriera qué designaban y qué cosas las unían”. De esta hermosa y certera manera describía Francisca de Nebrija el proceso por el que su padre, Elio Antonio de Nebrija, convirtió a la lengua castellana en su tiempo en la más evolucionada de las lenguas romances fijando sus reglas en la Gramática de la lengua castellana, la primera que se hizo de una lengua en Europa y que se publicó en 1492, el año en que bajo el reinado de las Coronas de Castilla y Aragón se descubrió América, se conquistó el reino de Granada, cerrando así el ciclo de la Reconquista e iniciando un período de luces y sombras cuya consecuencia más notoria fue la expulsión de los judíos, con lo que a la larga se tuvo que recurrir a genoveses y flamencos, una vez destruido el tejido financiero del Reino.
La escritora y periodista Eva Díaz Pérez (Sevilla, 1971) se especializó hace tiempo en el género de la novela histórica, que conoce al dedillo. Después de escribir sus primeros libros, uno dedicado el Rocío y otro a Salvador Távora, Díaz publicó Memoria de cenizas, que daba cuenta de la suerte de los heterodoxos protestantes españoles en