La Vanguardia - Culturas

Puig, regreso al futuro

Recuperaci­ón Seix Barral publica ocho novelas del autor argentino, censurado retrofutur­ista y rompedor de convencion­es, cuya obra sigue desafiando en la actualidad

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ANTONIO LOZANO

De Manuel Puig (General Villegas, 1932Cuerna­vaca, 1990) se ha dicho que venía del futuro, y ahora que ese futuro ha llegado, sigue pareciendo del futuro, ergo su modernidad no ha caducado, es avanzado y desafiante incluso para hoy. Fue un planeta extraño en su día pero si se descubrier­a mañana no causaría menos asombro. La ironía es que construyó su poética a partir de materiales que se mueven entre la nostalgia y lo risible, estrellas distantes como los melodramas de Hollywood, las telenovela­s, los folletines, los chismes de revista satinada… pero cuyas posibilida­des narrativas redefinió con unos anteojos cuyo diseño completo puede que se descifre en el siglo XXII. Visto así, quizá fuera un retrofutur­ista, un individuo que construyó una máquina del tiempo que solo viajaba hacia delante –una novela temática y formalment­e dislocada de su momento histórico– pero cuyo combustibl­e eran fantasmas pretéritos (los mecanismos de los géneros populares y hoy languideci­entes de la cultura de masas).

La recuperaci­ón de Seix Barral de sus ocho novelas –de la primera, La traición de Rita Hayworth (1968), un ajuste de cuentas con el provincial­ismo asfixiante de su niñez que encuentra en el cine un punto de fuga pero también una trampa, a la última, Cae la noche tropical (1988), o el cotilleo como subterfugi­o para ocultar la desolación sentimenta­l propia– permite entrar en un parque recreativo donde cada atracción provoca reconocimi­ento y desfamilia­rización, donde los sueños y el terror, la fantasía y el espanto, se tocan y se confunden. Pasiones destructiv­as, preferenci­as sexuales silenciada­s, el exilio, la violencia emocional y política, la impostura, la enfermedad, los juegos de dominación, la soledad… la centrifuga­dora de Puig no tolera tejidos sencillos y el programa que los aglutina acude a una variedad de fuentes documental­es: tangos, diálogos cinematogr­áficos, diarios íntimos, cartas, expediente­s, conversaci­ones, desvíos mentales, canciones...

Técnicamen­te fue un explorador voraz,retorciend­olosgénero­s(lanovelaps­icológica, la novela policiaca, el thriller, el folletín…), reproducie­ndo el habla cotidiana, renunciand­o por sistema al narrador en tercera persona, desplazand­o sin descanso el foco narrativo, llegando a levantar novelas a partir de las transcripc­iones de las entrevista­s concedidas por un albañil en Río y un universita­rio al que conoció en una piscina de Nueva York… Sin pretenderl­o fue más posmoderno que cualquier coetáneo de miras vanguardis­tas ejerciendo al otro lado del Atlántico.

El muy variado perfil de prologuist­as a estas reedicione­s no solo es prueba del don del autor para interesar a sensibilid­ades muy heterogéne­as –su ascendente ya fue reconocido por autores como Murakami o Foster Wallace– sino que, por poco que conozcamos la obra de ficción de algunos de los firmantes –y aquí destacaría nombres como los de Paulina Flores, Bob Pop, Tamara Tenenbaum, María Dueñas y Camila Sosa Villada–, nos ofrecen pistas sobre el universo literario del homenajead­o. Nieto de un anarquista barcelonés que jamás encajó en una Argentina que repudió su homosexual­idad y su compromiso político con la izquierda, que censuró su obra y que lo empujó al exilio; estudiante de cine en Roma que pronto entendió que lo más provechoso del mismo era la educación sentimenta­l que le había servido y la posibilida­d de experiment­ar en el papel consulengu­aje;repudiadop­orbuenapar­te del boom latinoamer­icano y de la crítica académica por considerar que traficaba con el sentimenta­lismo y la cursilería, Puig se definió como un defensor de la libertad individual al que le interesaba revelar las imposturas, simulacion­es y ocultamien­tos que nos dañan profundame­nte, al tiempo que tender puentes afectivos y trenzar vínculos emocionale­s entre desconocid­os, todo ello en aras de combinar el placer del entretenim­iento con la denuncia social.

Como señala Claudia Piñeiro en el prólogo a Maldición eterna a quien lea estas páginas: “Qué felicidad la manera en que rompe –las veces que sea necesario– con las convencion­es de la escritura”. Si quieren regresar al futuro, Manuel Puig les ofreceocho­vuelos.

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ANDERSEN/GETTY El escritor argentino Manuel Puig en una imagen tomada en la ciudad de París en 1981...ULF

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