La Vanguardia - Culturas

De cafés literarios por Praga

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Para huir del calor me voy hasta la orilla del río Moldava para recorrer los cafés literarios de Praga. Mi primer error es pensar que no haría calor. El segundo, ir lleno de expectativ­as al mítico café Arco. Franz Kafka, erróneamen­te considerad­o un escritor frío, conoció fugazmente en esta cafetería a Milena Jesenská, casada con el escritor Ernst Pollak. Se empezaron a escribir y se enamoraron por carta con una pasión que ha quedado recogida en Cartas a Milena. Kafka en mitad de su febril intercambi­o epistolar le dice: “Fui al café Arco, que hace muchos años que no frecuento. Fui sólo para encontrar a alguien que te conociera”. Pero lo han reformado de una manera anodina, con esa globalizac­ión del confort para turistas que pasa un cepillo de carpintero por encima de todos los nudos de la madera. No encuentro ahí rastro de Kafka, aunque está presente por la ciudad en forma de estatuas raras. Una de ellas en la esquina de las calles Dušní y Vězeňská. Es una figura adulta sin cabeza que lleva a un niño a hombros. Otra, del polémico escultor David Černý, rodeada de un círculo de

turistas haciendo fotos, es una gigantesca cabeza metálica de 11 metros que se descompone por secciones y da vueltas.

Me reconcilia con la vieja Praga entrar en el café Slavia, fundado en 1881, con estupendas vistas sobre el río desde las mesas pegadas a los ventanales. Una placa recuerda que venía a tomar café y fumar el dramaturgo que llegaría a ser presidente de la república, Václav Havel. También, en el arranque del siglo XX, fue lugar habitual del único premio Nobel de la literatura checa, Jaroslav Seifert, que solía pedir la especialid­ad de la casa: café con absenta. Me pido una absenta y empiezo a echar fuego por la boca como el dragón de Sant Jordi.

Mi siguiente parada, cerca de la plaza de Wenceslao, es el café Louvre, inaugurado en 1902 en el primer piso de un edificio con nostalgia de París. Quedó destrozado durante la etapa comunista pero fue remodelado en los años noventa con algún toque vienés. Es agradable que tengan los periódicos en bastidores de madera, que los camareros lleven pulcros mandilones y que te sirvan una sopa de fresas fría a un precio asequible. Aquí Kafka venía algunas tardes con su amigo Max Brod, el que le desobedeci­ó y no quiso quemar a su muerte la mayoría de sus obras como le había pedido. Kafka pudo haberse encontrado trazando ecuaciones sobre el vaho de un ventanal a un joven profesor de Física de la Universida­d de Praga llamado Albert Einstein, que frecuentab­a el Louvre. En 1925 el escritor Karel Čapek montó en una de sus salas la sucursal checoslova­ca del PEN Club Internacio­nal.

El café Savoy, remodelado por una cadena internacio­nal y bastante caro, solo conserva de origen las pinturas del techo. Por allí se dejaba caer Milan Kundera antes de exiliarse a Francia tras la oscura primavera de Praga en 1968. ¡Ojalá le dieran el Nobel antes de que sea tarde! Me apresuro porque aún me faltan el Imperial o el café Europa, donde Kafka leyó en público un fragmento de su novela El proceso. Después, habrá que empezar con las cervecería­s, donde pasaba las tardes Bohumil Hrabal y el autor de Las aventuras del buen soldado Švejk, Jaroslav Hašek , la vida entera. La Praga literaria da mucho de sí.

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ARCHIVO El interior del Café Louvre, en Praga, lugar que frecuentab­a Einstein
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