La Vanguardia - Culturas

¿ Quién mató al thriller erótico?

El género que dominó las pantallas en los 80 y 90 vivió una muerte súbita con las franquicia­s del nuevo milenio y ahora navega entre la revisión y la parodia

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BEGOÑA GÓMEZ URZAIZ

Hay películas que sacan el lado más abusón de los críticos. Por ejemplo: Aguas profundas, de Adrian Lyne. “Es el equivalent­e cinematogr­áfico a esperar que se haga una tostada y darte cuenta después de que no has encendido el tostador”, dijo el estadounid­ense Matt Pais. “La peor película que he visto en mucho tiempo. La historia nunca progresa y te mantiene esperando un clímax que nunca llega”, se escribió también. Incluso quienes dejaban medio bien el filme en el que se enamoraron Ben Affleck y Ana de Armas, estrenado el pasado marzo, lo hacían con algún caveat importante del tipo: “Con todo lo gótica, hortera y telenovele­ra que es la película, al final quieres saber quién gana”. La película de Lyne, basada en la novela de Patricia Highsmith sobre un matrimonio adinerado que se tortura a pesar de su arreglo semipoliam­oroso, tiene, en efecto, muchos momentos risibles –Variety los ordenó en un artículo, minuto a minuto– pero su principal pecado es el de estar fuera de onda, en completa falta de sintonía con su época.

Lyne llevaba veinte años sin dirigir ninguna película, desde Infiel, y en esas dos décadas que se ha pasado viviendo en Francia e intentando sacar adelante películas que no fructifica­ron, el género que le hizo famoso y le pagó su casa de la Provenza, el thriller erótico, pasó de ser sinónimo de cine comercial para adultos a convertirs­e en un chiste. Hubo un tiempo en que Lyne dominó la taquilla y la conversaci­ón cultural con Atracción fatal, Nueve semanas y media y Una proposició­n indecente. Este año, su Aguas profundas se vio directamen­te en una plataforma (Hulu) en Estados Unidos tras retrasarse dos veces su estreno en cines, que nunca llegó, y se recibió como lo que es, una reliquia de otra era.

Antes de tratar de averiguar quién mató al thriller erótico quizá habría que empezar por entender por qué triunfó. “Hubo un tiempo en que si querías sexo en las películas tenías que ponerte ropa. Tenías que encontrar una sala que diera películas para adultos y sentarte en la oscuridad con un montón de extraños. Era la época

Cine

de Garganta profunda. Pero en los ochenta, se inventó el vídeo doméstico (…) Mi teoría es que Hollywood tenía que seguir llevando gente al cine. Así que pensaron: tomemos el sexo e inventémon­os todo un argumento alrededor. Y lo convirtier­on en un género. El género terminó llamándose thriller erótico. Y en él, hombres y mujeres practican sexo y el sexo es la cosa que pone la historia en marcha”. El crítico cultural Wesley Morris resume así en el podcast Still processing , de The New York Times, el advenimien­to de ese tipo de películas que arrancan en 1980 con American gigolo y prácticame­nte dejan de reinar en taquilla con la llegada del nuevo milenio. El pico de la tendencia segurament­e hay que situarlo en 1987, el año en el que Adrian Lyne estrenó Atracción fatal, una de las películas de los ochenta que peor han resistido el paso del tiempo por sus clichés de género y el filme que instauró la idea de Michael Douglas como leading man enfermo de sexo, por exceso o por defecto. Cinco años más tarde el género llegó a su fase barroca, la que anticipaba el declive: en 1992 se estrenó Instinto básico, pero también La mano que mece la cuna y Mujer blanca soltera busca.

La historiado­ra del cine Karina Longworth acaba de dedicar toda una temporada de su podcast You must remember this al erotismo en el cine de los 80 y en otoño seguirá con otra temporada dedicada a los 90. Allí tiene espacio y recursos para analizar el fenómeno en toda su magnitud, desde el neonoir de El cartero siempre llama dos veces –es interesant­e contrastar las versiones de los años 40 y los 80 de un mismo libreto para entender cómo había cambiado lo que se considerab­a sexy en pantalla– hasta la influencia de la llamada estética MTV en películas como Flashdance y Risky business.

El sistema de clasificac­ión de películas por edades, que se introdujo en Estados Unidos a finales de los setenta, también fue clave en la definición de la estética del thriller erótico. El propio Adrian Lyne era un maestro en hacer creer al espectador que estaba viendo una cosa mucho más gráfica y calenturie­nta de lo que en realidad estaba viendo, gracias a esas coreografí­as pseudoerót­icas (ver el hilo de Nueve semanas y media) que le permitían esquivar la clasificac­ión X y caer en la más segura “no apta para menores de 17”: las películas que escogían las parejas de entre 18 y 70 años cuando iban al cine los viernes antes de que se consideras­e normal que esa demografía viera películas de superhéroe­s y de elfos pagando y sin estar obligados por sus hijos menores.

Erotismo siglo XXI

“¡Nadie folla!”, se quejaba el cineasta Steven Soderbergh de las películas que él incluye en el género “del universo de fantasía-espectácul­o”. Y esa es una conversaci­ón habitual, la manera en la que el sexo ha desapareci­do de las pantallas y se ha refugiado, si acaso, en series como Euphoria y Pam & Tommy. Hay una gran excepción a esa regla: la trilogía 50 sombras de Grey. Menos de una década después de su estreno, todos los implicados reniegan de ella como el producto entre kitsch y tóxico que es, una fantasía sexual paradójica­mente hiperpurit­ana.

Visto ahora con ojos del 2022, el thriller erótico como género genera cierta nostalgia –“fue muy excitante ver una película protagoniz­ada por dos adultos que tienen vidas sexuales”, dijo Longworth en una entrevista, una de las pocas voces disidentes en torno a Aguas profundas, que cualquier día se revisitará como clásico de culto– pero a la vez su jaleado retorno presenta muchas dificultad­es. Para empezar, de contenido. La mujer un poco psicótica que utiliza el sexo para su propio beneficio, la hervidora de conejos, como quedó tipificada Glenn Close después de Atracción fatal por la escena en la que su personaje, Alex, mete en una olla a la mascota de la hija de su amante, presenta lógicas dificultad­es de verosimili­tud para varias generacion­es alfabetiza­das en el feminismo pop de la cuarta ola.

Las plataforma­s, en las que (casi) todo cabe y que aman un contenido con reconocimi­ento de marca están haciendo algunas tentativas para resucitar el género. Paramount + prepara una nueva versión de American gigolo y otra de Atracción fatal, con Joshua Jackson y Lizzy Caplan. La serie empezará donde acababa la película, con el personaje de Alex, la destrozaho­gares, muerta. Y según la productora que ha impulsado la idea, Nicole Clemens, estará contada desde la “mirada femenina”. Quién sabe si se hervirán mascotas,

poraquello­delanostal­gia.

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AGUAS PROFUNDAS El reciente filme de Lyne, con Ben Affleck y Ana de Armas, pretendía revitaliza­r el género erótico, pero ha resultado un fracaso
ATRACCIÓN FATAL La película de Adrian Lyne de 1987, con Glenn Close y Michael Douglas, marcó el pico de la tendencia, pero ha envejecido mal AGUAS PROFUNDAS El reciente filme de Lyne, con Ben Affleck y Ana de Armas, pretendía revitaliza­r el género erótico, pero ha resultado un fracaso
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Hollywood pensó: tomemos el sexo e inventemos un argumento alrededor. Y se convirtió en un género
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El sistema de clasificac­ión de películas por edades fue clave en la definición de la estética del thriller erótico

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