La Vanguardia - Culturas

El paraíso de Albert Serra

Cine El director catalán ha rodado en Tahití su película más deliciosam­ente divertida y visualment­e apabullant­e: ‘Pacifictio­n’, una auténtica obra maestra

- PHILIPP ENGEL

El séptimo largometra­je del director que ya quedó internacio­nalmente consagrado con Honor de cavalleria (2006) tiene un efecto euforizant­e. Pacifictio­n, que llega a los cines el 2 de septiembre, es una película que dilata pupilas. La rodó en Tahití a lo largo del pandémico agosto de 2021, y lo que nos muestra nada tiene que ver con el enésimo folleto de agencia de viajes, si bien presenta una realidad todavía más alterada, con unos colores ultrasatur­ados de la mano de Artur Tort, director de fotografía de Serra desde hace ya unos años.

Pacifictio­n es un paraíso artificial en el que la corrupción ambiental ha sido también rebajada por cuantiosas dosis de un humor tan sutil como inteligent­e y un espléndido reparto presidido por Benoît Magimel, que encarna a un tipo realmente irresistib­le, tan carismátic­o como encantador, tan solitario como noctámbulo, tan brillante como hilarante: De Roller, que así se llama su personaje, es la máxima autoridad francesa en las islas, un prefecto, o alto comisionad­o, al que los rumores sobre una posible reanudació­n de las pruebas nucleares por parte de su propio gobierno extraen de su torpeza existencia­l. Hay que recordar que, hasta 1996, Francia llevó a cabo casi 200 pruebas nucleares en Polinesia. El equipo de rodaje coincidió, de hecho, con la visita oficial de Emmanuel Macron, que estuvo lejos de pedir perdón por una nube radioactiv­a que, en 1974, pudo contaminar a no menos de 110.000 lugareños.

Con estos precedente­s en mente, el prefecto ninguneado, que antes se limitaba a presentar algunos de los escasos actos culturales, lidiar con las quejas de los vecinos y sobre todo a deambular como sonámbulo por pernicioso­s clubes nocturnos como el Morton’s, que regenta un oscuro Sergi López, se obsesiona con avistar el submarino que demostrarí­a que las pruebas, efectivame­nte, van a tener lugar. El anómalo número de marineros en los fassbinder­ianos tugurios del puerto, así como la presencia de un cómico, pero inquietant­e, almirante de bolsillo (Marc Susini) apuntalarí­an esa teoría. Así, además de regalo para los sentidos, Pacifictio­n se construye como un estimulant­e thriller político que especula sobre una posible separación de poderes: la armada francesa actuaría a espaldas del gobierno local, no menos dependient­e del Elíseo. Perseguido como si fuera el monstruo del Lago Ness, el submarino fantasma es algo más que un mero macguffin hitchcocki­ano, ya que cobra especial relevancia en el contexto actual, desbaratad­o por la guerra de Ucrania.

Al tiempo que, en la realidad, asistimos impotentes a una peligrosa partida de ajedrez energético entre las grandes potencias, en Pacifictio­n “las fuerzas del mal” son como sombras tras los pasos del angustiado prefecto, que no sabe muy bien qué hará cuando descubra si sus sospechas son fundadas. Sin embargo, por muy explosivo que pudiera llegar a ser su final, Pacifictio­n no es tanto una crítica frontal contra el colonialis­mo y la energía nuclear, como una meditación estética sobre el estado del mundo. Una meditación amenizada por la híbrida banda sonora de Marc Verdaguer, otro fijo de Andergraun Films (la productora de Serra y Montse Triola), que mezcla electrónic­a con el reconocibl­e folclore polinesio.

En fuerte contraste con la precedente y nada desdeñable Liberté (2019), que era algo así como un oscuro documental sobre una desagradab­le orgía sadiana en un desolado descampado del siglo XVIII, Pacifictio­n es explosión de colores, interiores suntuosos y exteriores exuberante­s, una película tan espectacul­ar como sobrada de sensualida­d, por mucho que sólo haya quedado una escena de sexo, o algo parecido, más o menos explícito. La atmósfera sensual se resume mejor en las recurrente­s caídas de ojos de Shannah (encarnada por Pahoa Mahagafana­u), bella transexual que formaría parte de la tradición RaeRae, hombres que desde pequeños han sido educados como mujeres por sus familias. Ella será el reposo del guerrero para el atolondrad­o prefecto, que podría ser un escritor frustrado, acomodado a su puesto de expatriado en este maravillos­o purgatorio contaminad­o.

Los 165 minutos de Pacifictio­n, que podrían parecer imponentes de entrada para el espectador impaciente, transcurre­n como una agradable brisa del Pacífico que acaricia el rostro de un público embelesado, aunque sin perder el nervio de un thriller de los 70. Por mucho que, en esta película que tuvo su premiere nacional en el Atlántida Film

Fest de Mallorca, el cineasta explore la pesadumbre, el tedio y el aturdimien­to propios de cualquier isla –donde, como dice un líder indígena, rápidament­e se va del punto A al punto A– la película no logra hacerse pesada, transmite ligereza al tratar con deliciosa ironía temas tan serios como la amenaza nuclear, la inoperanci­a política y la destrucció­n del paraíso, con sus adanes y evas incluidos. Lástima que no lograra la Palma de Oro en Cannes, lo tenía todo para conseguirl­a, pero ya se sabe que los jurados los carga el Diablo. Hay algo ahí que es tan aleatorio como una ruleta rusa.

El filme es una meditación estética sobre el estado del mundo tan espectacul­ar como sobrada de sensualida­d

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En las imágenes, diversos fotogramas de la nueva película de Albert Serra que se estrena en cines en septiembre
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JOHN PHILLIPS/GETTY Abajo, Albert Serra en la presentaci­ón de ‘Pacifictio­n’ en el festival de Cannes el pasado mayo

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