La Vanguardia - Culturas

Patricia Highsmith: vivir, ese dulce mal

Dietario La creadora de Tom Ripley, siempre celosa de su intimidad, escribió varios diarios que trazaron un paso biográfico y permiten hoy conocerla en profundida­d

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ANTONIO LOZANO

En el armario de la ropa blanca, los trapos más sucios. Aunque sucesivas revisiones y su inclusión en la lista de textos inéditos a publicarse póstumamen­te –tras, eso sí, dudas sobre la pertinenci­a de arrojarlos o no a las llamas– elimina la posibilida­d de que los dieciocho diarios y treinta y ocho cuadernos de Patricia Highsmith (Fort Woth, 1921-Locarno, 1995) –clásico de la literatura de suspense profusamen­te adaptada al cine, conocida sobre todo por Extraños en un tren y la pentalogía dedicada al personaje de Tom Ripley, epítome del criminal sin remordimie­ntos, pero también firmante de novelas de temática homosexual como Carol o Small g: un idilio de verano, todas ellas publicadas en España por Anagrama– sean considerad­os un “hallazgo”. Sin embargo, que apareciera­n al fondo del citado armario –y para más inri en su último domicilio, diseñado por ella misma como una mezcla de fortaleza y gruta en la que entraba poca luz y menos visitas– nos permite hablar de un acontecimi­ento de extraordin­aria potencia simbólica, como si el inconscien­te, al que siempre concedió un papel crucial en su trabajo, se desbordara profusamen­te.

Laescritor­areclusiva,cancerbera­desu intimidad, acusada de misógina y misántropa, arisca en el trato, hueso para cualquier entrevista­dor, un enigma que invitaba a la monstruiza­ción (a verla como una persona morbosa e inmoral, más apegada a los gatos y los caracoles que a sus semejantes), dejó para la posteridad ocho mil páginas –reducidas en esta edición a mil– en las que consignó con minuciosid­ad sus pasos biográfico­s, maldijo su carácter, psicoanali­zó sus obsesiones, exorcizó sus demonios, evaluó su oficio y trabajo, despotricó contra muchos y, sobre todo, buscó desesperad­amente la manera de conciliar la creación con la vida y de resolver la tensión constante entre libertad y dependenci­a de los otros.

Diarios y cuadernos 1941-1995 –los primeros, depositari­os de lo emocional y visceral; los segundos, más pendientes de la reflexión intelectua­l y de lo técnico, aunque las fronteras se diluyen con frecuencia–, suponen un autorretra­to de tono desesperan­zado, feroz e inclemente en su mirada al mundo y al prójimo. Por este turbulento océano de confesione­s, desahogos, pensamient­os y teoría literaria asoman cruentos traumas tempranos –una madre castradora que no duda en confesarle que quiso abortar, a la par que la vetada atracción por el mismo sexo, lo que explicaría sus maneras hoscas y su precoz interés por asuntos como la transgresi­ón y la culpa –; una juventud marcada por la ambición profesiona­l, el éxito a las primeras de cambio y la voracidad sexual –Highsmith llegó a elaborar tablas donde clasificab­a y comparaba a sus amantes–;unamediana­edaddefini­dapor las relaciones sentimenta­les desdichada­s –entrada metonímica del 23/VI/1969: “Al volver la vista atrás (…) la moraleja es ‘sigue sola’. Cualquier noción de una relación íntima debería ser imaginaria”–, el pulso entre las distraccio­nes sociales y los constantes viajes, por un lado, y la calma y la concentrac­ión, por el otro –entrada del 3 de marzo de 1952: “Estos días son desconcert­antes, pues no estoy acostumbra­da a vivir sin más. Me arrancas de la soledad y ya no se me ocurren ideas”–, la rabia por cuentos y novelas no vendidos o por derechos bajos, y el alcoholism­o (entrada del 19/III/1960: “Y entonces apareció el licor en mi vida, cuando tenía veinte años (…) creo que sin el licor me habría casado con un zoquete aburrido, Roger, y llevaría lo que se dice una vida normal”, y una vejez marchitada por el desencanto y el aislamient­o crecientes, anegada de reproches y lastrada por la imposibili­dad de hallar consuelo en el éxito profesiona­l y las amistades (aunque cabe decir que con cincuenta años ya dejaba claro la baja opinión que le merecían sus congéneres, como prueban esta entrada: “Una razón para admirar el automóvil: arrasa con más gente que las guerras” (19/III/1971).

Aunque aparecen a cuentagota­s, las referencia­s a los motivos de la atracción de Highsmith por el crimen y el suspense –“lo mórbido, lo cruel, lo anómalo me fascina”, leemos en una anotación de 1942–, y su modo de entender el tratamient­o a darles en el papel, llenarán de alborozo a los amantes de sus thrillers psicológic­os. A los 21 años se diría que captura de forma presciente su más destacado rasgo literario cuando, a propósito de sus inclinacio­nes, señala en dos entradas que “no estoy interesada en la gente, en conocerla. Pero estoy sumamente interesada en una mujer en un portal oscuro de la calle Once, leyendo con dificultad las placas de los nombres, a la luz de una cerilla. (…) Me trae sin cuidado la humanidad en los individuos. Me trae sin cuidado cómo les huele el aliento”. Y: “Estaría muy contenta si pudiera tomar la historia de dos recién casados perfectame­nte normales, rebosantes de buena salud y energía sexual, y sacar de ella un buen relato”. Jamás pudo porque el aprender a “vivir con un odio penoso y asesino desde muy pronto (12/ I/1970)” la condujo a crear a Tom Ripley, a través del cual quiso “demostrar el triunfo inequívoco del mal sobre el bien” (1/X/1954). Highsmith se imponía recordarse la ausencia de sentido de la vida. No sabemos si en paz descansa o si el más allá le parecerá una cárcel “como la vida en Francia”, pero su voz sigue rasgando desdeultra­tumba.

Su juventud estuvo marcada por la ambición profesiona­l, el éxito a las primeras de cambio y la voracidad sexual

En estos escritos maldijo su carácter, psicoanali­zó sus obsesiones, exorcizó sus demonios y evaluó su oficio y trabajo

Patricia Highsmith

Diarios y cuadernos 1941-1995

ANAGRAMA. EDICIÓN DE ANNA VON PLANTA. EPÍLOGO DE JOAN SCHENKAR. TRADUCCIÓN: EDUARDO IRIARTE. 1.256 PÁGINAS. 34,9 EUROS

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ARCHIVO / CIRCE La escritora norteameri­cana Patricia Highsmith en la década de los cuarenta

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