Campaña por la lectura
El poeta Mario Campaña se considera una especie de marginal; según él, en las causas perdidas reside el sentido de la vida
Hay un ejército silencioso de trabajadores culturales que llevan toda la vida yendo por libre, no por heroísmo sino porque no hay otro remedio, empalmando encargos casi siempre mal pagados o incluso gratuitos (algunos editores o gestores culturales se indignan cuando piden cobrar unos euros), combinando talleres, artículos, libros, charlas, clubes de lectura o lo que surja, consiguiendo con sufrimiento burocrático alguna subvención de vez en cuando, siempre solos, sin sindicato, en una eterna inseguridad social.
Mario Campaña nació en Guayaquil y a los seis años tomó una decisión que marcaría el resto de su vida: iba a ser escritor. Influyó en él su tío abuelo pintor que hacía caricaturas para el periódico y lo hipnotizaba verlo trabajar en el taller de su casa con música clásica y ese ensimismamiento feliz de los artistas. Estudió Derecho, pero eran otras leyes interiores las que lo gobernaban y se vino a la Universitat Autònoma de Barcelona a estudiar Filosofía. Decidió vivir por la literatura y, a ser posible, de la literatura, con especial dedicación a la poesía, al ensayo literario y la crítica del capitalismo voraz. Empezó a buscar su lugar en el mundo y recorrió siete países hasta que se asentó en Barcelona en 1992. Es colaborador de la publicación digital Contexto y fundador de la revista de cultura latinoamericana Guaraguao, que sigue empujando. Ha traducido a poetas franceses y escrito biografías literarias de Quevedo o Baudelaire.
Sus libros de poesía (premio Nacional de Poesía en Ecuador) y sus ensayos le han dado eso que se llama prestigio, pero que no se come. Uno de sus libros que más éxito comercial ha tenido es Una sociedad de señores, donde alerta sobre la pérdida de valores morales de la democracia contemporánea y la grandilocuencia del lenguaje que utilizan algunos políticos, que disfraza sus verdaderos intereses.
Cuando nos sentamos a charlar en una esquina tranquila de las redes inalámbricas, Mario Campaña me dice que “a la derecha le va mejor porque tiene enormes tanques de pensamiento en ebullición. En Estados Unidos hay miles de ellos financiados por el capital transnacional: dinero para científicos que argumentan contra el calentamiento de la Tierra o estudios que aseguren que cierta comida basura no produce cáncer. Financian congresos y cátedras, condicionan el pensamiento. En la izquierda hay esfuerzos individuales pero naufragamos en los eslóganes. En ideales, la izquierda es superior; pero en práctica de vida, no tanto. Le pregunto a amigos de izquierda dónde tienen el dinero ¡y lo tienen en la bolsa o en fondos de inversión!”.
De la revista Guaraguao que arrancó hace 26 años me dice: “No es una revista de mercado. Se descargan 11.000 piezas al año en la edición digital y eso es poco para el mercado, pero a nosotros nos dice algo. Un grupo editorial vino a tantearnos para comprarnos, pero yo dije que no”. Campaña es un resistente, se lamenta de que “la gente va a los museos a pasearse, como a un bulevar, sin establecer un vínculo genuino con la obra. Antes en el Palau de la Música las puertas se cerraban en cuanto empezaba la música y había una atmósfera sagrada.
Ahora la gente habla, entra y sale. La relación con el arte es otra, supongo que es el signo de los tiempos”. Se queda un momento callado, como si mirase hacia adentro y me dice, o se lo dice a él mismo, “creo profundamente en la poesía”.
Acaba de publicarse su nuevo libro De la espiral y la tangente (Festina Lente)
donde reúne sus artículos y ensayos breves sobre literatura, que presentará en la Casa América de Barcelona el próximo 6 de septiembre. En una de las piezas, titulada Para leer un poema, trata de ayudar a los maestros a enseñar poesía a sus alumnos. Le digo que me parece realmente difícil… “Un poema no es una casa de una puerta, tiene tantas puertas como palabras. El maestro no ha de ponerse delante sino al costado. Han de leer juntos”.
Me dice con risueña tristeza: “Soy una especie de marginal, porque vivo en un margen”. Le pregunto si no se arrepiente alguna vez de haber estado tantos años
defendiendo causas perdidas: “Son en las causas perdidas en las que uno encuentrasentidoalavida”.