Paisajes actuales del extrarradio
En Anatomía de la crítica, el teórico canadiense Northrop Frye distingue cuatro tipos de tropos narrativos: agon, pathos, anagnórisis y sparagmos. Así, en la ficción solemos encontrar imágenes que, gracias a su reiteración, van infundiendo capas de significado a un metáfora que se actualiza una y otra vez bajo las ideas de conflicto, sufrimiento ,el descubrimiento de la propia identidad ,ola destrucción de un mundo concreto y singular.
Los tropos de la literatura de periferia no han dejado de actualizarse en los últimos años. Uno de esos no lugares es, sin duda, el centro comercial situado en el extrarradio. Tanto es así que Hernán Migoya decide titular Baricentro (Reservoir Books, 2020) la novela en la que narra la ciudad dormitorio en la que creció, Barberà del Vallès. La cultura popular y el descubrimiento sexual aparecen como los episodios de una iniciación vital que trascurre a pocos kilómetros de Barcelona. También la joven autora Meryem El Mehdati ha titulado su debut literario con el nombre de un supermercado (Supersaurio, Blackie Books, 2022), la cadena más importante del archipiélago canario, y en cuyas oficinas trabaja la protagonista. “Esto no es Madrid, donde el metro pasa cada cinco minutos”, leemos, en lo que resulta una odisea de guaguas (autobuses), durante cada jornada laboral, para llegar al centro de la ciudad.
Si el conflicto principal de estas novelas muchas veces coincide con la búsqueda de la propia identidad, en paisajes protagonizados por el descampado y el polígono industrial, los tropos del sufrimiento y de la destrucción suelen estar asociados a la aparición de la droga. Lo vemos en Facendera (Anagrama, 2022), desde donde Óscar García Sierra nos traslada a un universo en el que, tras el cierre de la central térmica y las minas, se han ido esfumando las expectativas de la comunidad. Como en los paisajes que tan bien supo ilustrar Bigas Luna en su película Yo soy la Juani (2006), y que también ha sabido resignificar Rosalía en videoclips como Malamente y Pienso en tu mirá, los coches tuneados y el parking de una gasolinera solitaria son los escenarios de un mundo que busca sobrevivir al olvido y a la inercia.
Los tropos usan la repetición, y la actualización, para hacer comunicable un espacio de vida que, pese a las múltiples dificultades, encuentra en la narración de sus propios códigos la manera de no ser eliminado definitivamente del mapa. El recuerdo es, pues, una forma de resistencia, y Bárbara Blasco, con La memoria del alambre (Tusquets, 2022), nos transporta a la Valencia de la ruta del bakalao, donde la presencia de la droga y la música mákina no han podido borrar, veinticinco años después, la pregunta sobre cuándo y por qué perdimos la inocencia.