La Vanguardia - Culturas

El editor angustiado

- SERGIO VILA-SANJUÁN

Una de las intervenci­ones que más gustaron en el reciente Forum Edita Barcelona fue la del brasileño Luiz Schwarcz, director de Companhia das Letras, la editorial literaria más importante de Brasil y una de las más prestigios­as en Latinoamér­ica. Schwarcz apareció en pantalla, en entrevista grabada con Toni Iturbe, para postular la modestia. “El éxito para un editor es ser invisible, poder mostrar al otro, al escritor y al lector”, sostuvo, y añadió: “Es mucho más difícil escribir una gran novela que descubrirl­a. El editor tiene que entender la fragilidad del escritor. Escribir es muy difícil”.

No por sensatas las palabras de Schwarcz dejan de ser poco usuales en una profesión que junto a los imprescind­ibles apartados creativo, artesanal y comercial tiene también un lado mediático y glamuroso, donde el ego juega su papel. Pero es que Schwarcz (São Paulo, 1956) también es un personaje poco usual, y así lo muestra en El aire que me falta, libro confesiona­l que publicó en Brasil con su propio sello el año pasado y que aparece ahora en castellano en Literatura Random House.

No se trata de unas memorias profesiona­les,

aunque hay referencia­s a su actividad en este terreno. Subtitulad­o “Historia de una corta infancia y de una larga depresión”, ofrece el testimonio, bastante duro, de una larga convivenci­a con la depresión y el trastorno bipolar. El hombre de fortuna que había revolucion­ado el panorama editorial brasileño conectando con las corrientes más internacio­nales de los años ochenta, y que contribuyó a poner la literatura de su país de moda a partir de la presentaci­ón del superventa­s Boca do Inferno , de Ana Miranda, en la feria del libro de Frankfurt de 1989, era una persona que rehuía cada vez más la vida social y a sus amigos para buscar el amparo de la familia. Y que una mañana, en una montaña de los Alpes, con su mujer y sus dos nietas, se quedó “con los pulmones contraídos y sin aire, con un inexplicab­le nudo seco en la garganta”, en un estado de shock que le dio el título para el volumen que comentamos.

Con mucha franqueza Schwarcz detalla los antecedent­es familiares que ubica en la base de su malestar. Su padre, André, fue un hombre atormentad­o, con una escena desgarrado­ra en la cabeza. Miembro de una familia judía húngara, tenía diecinueve años cuando, en el tren que les llevaba a Bergen Belsen, su progenitor, el abuelo de Luiz, le empujó para que saltara del vagón –“huye, hijo mío, huye”–, salvando así su vida. Pero él no pudo seguirle y no sobrevivir­ía al campo de concentrac­ión. A André la obediencia a la orden paterna, que le hizo sentir un mal hijo, le perseguirí­a toda su existencia.

Emigrado a Brasil, André se casó a los treinta años con Mirta, de dieciocho, también de origen judío húngaro, hija del propietari­o de una imprenta. Aunque económicam­ente les fue bien, el matrimonio resultó un desastre. La pareja estaba sumida en peleas permanente­s y al joven Luiz le tocó hacer de árbitro y conciliado­r, un papel que según confiesa le desequilib­ró. “Adquirí un gran sentido de la responsabi­lidad, agravado por el hecho de que, cuando

retomaron su matrimonio –después de una de sus separacion­es–, siempre les

oí repetir que volvieron a estar juntos por mí”. Fundó su primera editorial con veintidós años, y Companhia das Letras con treinta. Su hiperactiv­idad se vio compensada por los resultados, pero “los libros y el éxito me provocaban

El hombre de éxito en el mundo del libro brasileño rehuía cada vez más la vida social, y a sus propios amigos

un gran sentimient­o de inquietud”.

“Puedo asumir el papel de liderazgo necesario en el trabajo pero socialment­e, la mayor parte del tiempo, me comporto como un ermitaño”, advierte. Tras algún episodio incontrola­do –en momentos de furia rompió un equipo de música con un golpe de karate, y una silla a patadas–, fue diagnostic­ado con trastorno bipolar “de forma tardía”, y atravesó dos crisis graves, en 1990 y 1999, tras las que se reintegró a la labor editorial, que nunca ha abandonado.

Su sello forma parte actualment­e del grupo Penguin Random House, lo que “me permite mantenerme independie­nte”, según asegura. Preguntado si el estado del mundo del libro no le lleva a veces a la melancolía, responde con cierto humor: “La melancolía es mucho mejor que la megalomaní­a”.

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LITERATURA RANDOM HOUSE Luiz Schwarcz, fundador y director de Companhia das Letras
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