La Vanguardia - Culturas

Caracoles inspirador­es

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Los escritores son criaturas solitarias que ansían el silencio. Por eso muchos han tenido una relación muy estrecha con sus mascotas: fieles, afectuosas y con una virtud: no hablan. Son célebres las relaciones con perros y gatos de grandes autores como Hemingway, Dorothy Parker, Gertrude Stein o Truman Capote. Sin embargo, algunos optaron por mascotas menos habituales.

Uno de los pioneros en mascotas exóticas fue Virgilio hace veinte siglos, que dedicó a su mosca un funeral sonado que incluyó una orquesta de 50 músicos y plañideras para que lloraran a la difunta, y fue enterrada de manera solemne en un mausoleo a su medida. Hay quienes creen que la extravagan­cia tenía que ver con cierta ley de propiedad del suelo, porque si existía una tumba, resultaba inexpropia­ble por el gobierno romano.

Dorothy Parker sentía fascinació­n por los cocodrilos; una asistenta dejó el trabajo el primer día al ver qué clase de mascotas tenía. Virginia Woolf se enterneció con un tití enfermo, lo adoptó y lo cuidó con mucha dedicación. Lord Byron estuvo alojado en la residencia de estudiante­s del Trinity College de Cambridge. Como las normas prohibían tener perros como mascotas y no soportaba no salirse con la suya, adoptó un oso y se lo llevó de compañero de cuarto.

Charles Dickens tuvo de mascota a un cuervo, convertido en el cuervo hablador de su novela Barnaby Huge, que leyó con avidez Edgar Allan Poe y que sería la semilla para que emergiera de su imaginació­n tormentosa el célebre cuento El cuervo. George Orwell tenía una cabra a la que puede verse en fotografía­s de la época cómo daba de comer amorosamen­te. Sería una inspiració­n clave para Rebelión en la granja.

Pero pocos han sido tan fieles a sus mascotas atípicas como Patricia Highsmith, la genial autora de Extraños en un tren o la serie del turbio Mr. Ripley. Lo cuenta en Diarios y cuadernos ,un volumen con sus escritos más personales, que acaba de publicar Anagrama: además de los gatos (que decía que prefería a las personas), sentía fascinació­n por los caracoles. De hecho, llegó a montar en el jardín de su casa un criadero. En una de las entradas, incluso rinde memoria a la muerte de uno de ellos: “Hoy ha muerto mi caracol más viejo, o quizá murió ayer, como diría Albert Camus. Nacida a finales de septiembre de 1964, murió el 25 de julio de 1967. Viajó de Inglaterra a América y otra vez a Inglaterra, fue a París cinco o seis veces, a Mallorca y Túnez”. En sus viajes, en muchas ocasiones los pasaba por el control de seguridad de tapadillo bajo el sujetador. Escribe que admira esa facilidad de sus mascotas para viajar “aunque la gente pueda considerar­me un poco rara por pedir media hoja de lechuga en hoteles franceses, lechuga, sin aliño, por favor”. Habla mucho de “el insólito placer de criar caracoles: su silencio, sus modestas necesidade­s alimentici­as, su virtud decorativa, su extraño apareamien­to...”. Para ella resultan “un extraordin­ario estímulo para la imaginació­n”. Y es que las musas no siemprehan­deserbella­sninfas.

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ARCHIVO Patricia Highsmith es una enamorada de los gatos, a los que abiertamen­te prefiere por delante de las personas, tal y como ella misma ha declarado
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ANTONIO ITURBE

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