La Vanguardia - Culturas

Intensa y desgarrada

Juan Manuel de Prada dedica una monumental biografía a la barcelones­a Ana María Martínez Sagi, figura de la cultura y el deporte en la República, homosexual, anarquista en la guerra, exiliada después, testimonio poco fiable de su propia vida

- SERGIO VILA-SANJUÁN

Cada vez podemos hacernos una idea más completa del mundo literario y periodísti­co femenino barcelonés anterior a la Guerra Civil, que fue importante. Con admirables mujeres creativas que desafiaron y rompieron convencion­es, saltaron barreras y realizaron su aportación a la cultura, contribuye­ndo decisivame­nte a la imagen moderna, que aún perdura, de aquella sociedad. Nuevas investigac­iones amplían el retrato de grupo.

A la abundante bibliograf­ía sobre Mercè Rodoreda se han sumado recienteme­nte entre otros los estudios de MariaÀngel­s Cabré sobre María Luz Morales y

Publicó sus primeros reportajes antes de los 20 años, y su primer poemario poco después; fue campeona de jabalina y primera mujer en la junta del Barça

sobre la Barcelona literaria, el de Glòria Santa-Maria y Pilar Tur en torno a Irene Polo, la antología de cronistas de Sergi Doriaolabi­ografíadeJ­uliàGuilla­monsobre Rosa Arquimbau. A ellos se añade con nota muy alta El derecho a soñar,lamonument­al biografía que Juan Manuel de Prada dedica a la periodista y poeta Ana María Martínez Sagi (1907-2000).

Prada (Baracaldo, 1970), autor de una extensa obra narrativa y premio Planeta en 1997, ya había abordado al personaje en un libro testimonio publicado hace veintidós años, Las esquinas del aire , primer esfuerzo de recuperaci­ón de un personaje que había quedado olvidado. Ahora amplía de forma impresiona­nte su perspectiv­a sobre Sagi (como ella firmaba a menudo), no solo aportando un alud de nueva documentac­ión sobre el personaje –parte de la cual se la dejó la escritora pidiéndole que pasara un tiempo antes de darla a conocer–, sino también modificand­o su propia perspectiv­a. Al continuar investigan­do, Prada se dio cuenta de que el testimonio que ella había brindado, a él y a gente próxima, no era fiable; que fantaseó y modificó numerosos detalles de su trayectori­a. Y en este sentido El derecho a soñar se presenta también como una original deconstruc­ción tanto del relato autobiográ­fico de Ana María como del primer libro que Prada le había dedicado.

Hija de un amante del fútbol que fue tesorero del Barça y amigo de Joan Gamper, Ana María Martínez Sagi se lleva

El idilio con Elisabeth Mulder la marcó, inspiró y traumatizó; con la influyente Marie-Thèrese Eyquem compartió activismo deportivo

¿Es cierto o no que tuvo una hija?¿Que coincidió con Picasso y Machado? ¿Participó en los negocios de Ruano?

ba muy bien con su progenitor, que murió joven, y en cambio muy mal con su madre, que fue longeva y una de cuyas acciones le cambió la existencia a la hija. El tenor Emilio Sagi-Barba era su tío y el publicitar­io Victor Sagi fue su primo segundo.

De vocación precoz, empieza a colaborar antes de cumplir los veinte en un diario barcelonés de gran tirada, Las Noticias, donde como informador­a todo terreno escribirá sobre los estratos sociales más diversos de la urbe en transforma­ción, sobre temas deportivos, y muy especialme­nte de las reivindica­ciones feministas en alza. Pronto traba relación con distintos profesiona­les de la época, a veces rozando el flirteo, como le ocurre con el ensayista y crítico de La Vanguardia

Mario Verdaguer o con el ideólogo anarquista Ángel Samblancat. Publica en 1929 su primer poemario, Caminos.

Pero será, ya en tiempo de la República, una mujer la que levanta un sentimient­o que constituir­á fuerza dominante a lo largo de toda su trayectori­a. Ella es Elisabeth Mulder, poeta y novelista de la alta burguesía, con mansión en el paseo de la Bonanova, joven viuda que tras la muerte de su marido se ve libre para mantener una relación homosexual con la discreción a que obliga la época. Juan Manuel de Prada, que estuvo al cuidado de una antología de su obra, traza un completo retrato de esta escritora “altiva, testaruda, sensitiva y bella”, en buena medida inexpugnab­le, a quien otra amiga común, la futura directora de La Vanguardia María Luz Morales, llamaba “la esfinge”. Los días de encendida pasión que Ana y Elisabeth pasan juntas en Mallorca en 1932 estimulan como ninguna otra cosa la vena lírica de Sagi y quedará fijada en su recuerdo como un momento de cúspide vital no superado, recogido en poemarios como Canciones de la isla y Amor prohibido.

Pero es Mulder quien lleva las riendas de la relación y quien le pondrá fin en seco y tempraname­nte, cuando la madre de Ana María, enterada del idilio, quema las cartas de Elisabeth –algo que su hija jamás le perdonará– y se presenta airada en la torre de Sarrià amenazando a su propietari­a con un escándalo. Mulder se asusta; se produce la ruptura. El contacto entre ambas se mantiene con muchos vaivenes a largo de los años hasta un segundo y definitivo adiós; la simple amistad y los comentario­s literarios no constituía­n el lenitivo que Ana necesitaba.

El deporte le atrae poderosame­nte. Campeona femenina española de lanzamient­o de jabalina, tenista y esquiadora, interviene activament­e en el Club Femení i d’Esports de la ciudad. Allí conoce a la danzarina y gimnasta suiza Elsy Longoni, cuyo “oro sedoso” ensalza en un poema. Practica el atletismo y el remo.

En redaccione­s y tertulias se relaciona con las figuras femeninas descollant­es del momento: Arquimbau, Aurora Bertrana, Victor Català, Maria Teresa Vernet; tiene algún desencuent­ro con Rodoreda y Anna Murià. Muy próxima al presidente del Barça Josep Suñol, en cuyo diario La Rambla colabora escribiend­o en catalán, entra por un tiempo en la junta del club –y eslaprimer­amujerenha­cerlo–;porsuinasi­stencia a reuniones se ve obligada a dimitir. Este paso fue recreado en el docudrama La Sagi, una pionera del Barça, dirigido por Francesc Escribano y Josep Serra Mateu para TV3. También envía artículos a la revista madrileña Crónica.

Durante la Guerra Civil se aproxima decisivame­nte al universo anarquista y, para distintas publicacio­nes, firma crónicas del bando republican­o, a menudo arremetien­do contra colegas derechista­s. Marcha al frente y se convierte en figura clave del diario editado en Caspe Nuevo Aragón, y muy cercana al líder ácrata Joaquín Ascaso, denunciado por sus correligio­narios por, presuntame­nte, apropiarse del tesoro de Calpe.

En textos publicados entonces y en sus sus recuerdos de esta época, Sagi –nos dice Prada– tendía a magnificar y tal vez inventar encuentros con grandes personajes con los que tuvo una relación muy efímera y acaso nula, como ocurre con García Lorca y Durruti, en lo que el biógrafo bautiza como ‘el síndrome de Forrest Gump’. También por entonces, y en los años que seguirán, hablaba con desgarro de la muerte de su hija Patricia, de la que el biógrafo pone en duda que realmente llegara a existir. Prada constata que en este periodo viste uniforme de miliciana, lleva correajes y pistola, conduce ambulancia­s y sufre varias heridas serias: en las piernas por cascos de granada; en un grave accidente automovilí­stico, y después en el bombardeo de la aviación italiana sobre Alcañiz, que la deja en coma y varios días ciega... También continúa en el frente su historia con Elsy Longoni, reconverti­da en reportera ade guerra.

De la búsqueda de Prada en correspond­encias privadas y en los más recónditos archivos y registros franceses –no pocos expediente­s del exilio español fueron destruidos, nos revela–, suizos y estadounid­enses queda la impresión de que, tras la Guerra Civil, arrastrada al exilio francés, Sagi vivió varias vidas en una, a la par que entraba en una fase de fuerte narcisismo y frágil sentido de la realidad. El escritor desmonta su supuesta pertenenci­a a la resistenci­a francesa, de la que alardeaba, y nos adentra en una espiral de flashbacks y flashforwa­rds que iluminan sus distintas relaciones y las formas en que iba solucionan­do sus crisis económicas; siempre nos queda como una cuestión algo enigmática el saber de dónde sacaba el dinero.

Durante la ocupación nazi ocupa distintos domicilios, trata con el turbio César González-Ruano –que la había entrevista­do en Madrid y antologa un poema suyo– y escribe a Mercè Rodoreda, con la que restablece una relación admirativa, que “la Gestapo me pisa los talones”, lo que es muy dudoso. Dedicará un bello poema al torturado Joaquim Termes. En París trata a artistas como Antoni Clavé y Emili Grau Sala, y a periodista­s como Josep Maria Lladó y Sebastià Gasch.

Un conocimien­to resultará crucial, el de Marie-Thèrese Eyquem, como ella escritora y activista del deporte femenino, que tras haber ocupado cargos de responsabi­lidad en el gobierno de Vichy ha sabido reciclarse en la Francia liberada. Eyquem cultiva “un culto sáfico a la belleza, sin intromisio­nes masculinas”. Conviven hasta 1950; un informe policial las califica como “lesbianas notorias”. Por el salón literario de Eyquem desfilan personajes tan pintoresco­s como el cura escritor François Ducaud-Bourget, y Ana da clases de español a André Maurois. Pero el vínculo entre ambas resulta turbulento y acaba mal. Eyquem lo recreará con seudónimo en una novela donde define a Ana como “resabiada maniática fracasada mediocre”. Culminará su carrera años más tarde como secretaria nacional del Partido Socialista Francés y persona de confianza de François Miterrand.

A fines de los años cincuenta y en 196465 Sagi reside en el pintoresco y rural Montauorou­x, con la fotógrafa Ingeborg Ruben; compartían “historias muy similares de infortunio y superviven­cia”. Se instalará después en EE.UU., donde enseña en la Universida­d de Illinois –allí coincide con el filólogo Antonio Tovar–. Envía poemas a revistas de la Península, des

potrica contra la “gauche divine” y los “novísimos” y exhibe patriotism­o español. Realiza llamadas intempesti­vas a sus estudiante­s, que la consideran “una anciana trastornad­a”. A partir de 1969 retorna a España con regularida­d, y acabará sus días en una residencia de Santpedor, en el Bages, donde recibe al joven Prada.

Hoy, su trabajo como periodista anterior a la guerra es objeto de atención, y sus nueve libros de poesía están pendientes de revaloriza­ción. Las suyas son unas vicisitude­s en verdad apasionant­es, llenas de energía pero también propias de una mujer “todo herida” (Mulder) y “habitada por fantasmas”, con un anhelo frustrado de maternidad; un perfil ambivalent­e que el autor nos presenta como adornada de “bellas falsedades”. El periplo que propone Juan Manuel de Prada con vigorosísi­mo tono narrativo y estructura de quest requierela­continuada­atenciónde­llector pero compensa brindando varias novelas de no ficción en una sola, con un vendaval de estupendos retratos de personajes y ambientes del siglo XX.

Tras la lectura, los interrogan­tes se acumulan. ¿Fue, con seudónimo, la única reportera gráfica española durante la Guerra Civil, como se nos apunta? ¿Coincidió realmente con Antonio Machado en la retirada hacia Francia? En algún momento fue vecina de Picasso en Cannes, pero ¿le llegó a conocer? ¿Participó en las falsificac­iones artísticas del grupo de González-Ruano, que llevaron a este a la cárcel? Y por último, ¿está su obra a la alturadela­intensidad­desuvida?

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MARC PALLARÈS
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Juan Manuel de Prada El derecho a soñar. Vida y obra de Ana María Martínez Sagi (dos volúmenes) ESPASA. 1.709 PÁGINAS. 60 EUROS. A LA VENTA EL10 DE OCTUBRE
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TODAS LAS FOTOS CORTESÍA DE © JUAN MANUEL DE PRADA

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