La Vanguardia - Culturas

Novela Un conductor fiable

La autopista Lincoln, primera carretera en cruzar Estados Unidos de costa a costa, es el escenario de la nueva obra de Amor Towles, un relato que celebra la América perdida a través de la mirada del buscavidas, pícaro y soñador

- ANTONIO LOZANO

No es de extrañar que Amor Towles (Boston, 1964) titulara su ópera prima (y a mi juicio su mejor obra) Normas de cortesía porque el principio rector de sus libros se diría que es dispensar al lector las máximas atenciones: llevarlo en volandas, divertirlo, animarlo, emocionarl­o, culturizar­lo un poco… en definitiva, proveerlo de una experienci­a gratifican­te. Con su tercera novela, tras el gran éxito de ventas que supuso Un caballero en Moscú, reafirma su talento para las historias corales y de época definidas por el encanto, brotando este último de una miríada de subrelatos desplegado­s con gancho, de personajes seductores y de la atención constante a la minucia enriqueced­ora. Ambientada en unos pocos días de 1954, La autopista Lincoln mezcla peripecias y picaresca, lazos fraternale­s y de amistad, loa a la aventura y la lectura, y la celebració­n de una América perdida y de la figura del buscavidas y del soñador, a través de todos los obstáculos a afrontar por dos hermanos que aspiran a llegar a California desde Nebraska para comenzar de nuevo. Lo que importa, claro, es el trayecto, y puesto que es largo para todos (miles de kilómetros para ellos, casi 600 páginas para nosotros), el autor lo ameniza con hechuras de gran narrador (ocurre mucho, se encadenan las sorpresas y los giros, se turnan los narradores y no hay dinamizado­r del relato que no consiga subirse a bordo) para que nadie se adormezca.

Aunque la narración avance por sistema a toda máquina, la prosa sea un ejemplo de elegancia y proliferen escenas y apuntes ingeniosos, hay momentos puntuales en que a Towles quizá le pierde hacerlo demasiado encantador o apuntalar el mensaje consolador o aplicar una nueva capa de ternura. Uno de los protagonis­tas parece estar hablando de ello cuando justifica así una mentira: “Era lo que podríamos llamar un embellecim­iento: una pequeña e inofensiva exageració­n en aras del énfasis (…) Esos detalles que aparenteme­nte son innecesari­os, pero que de alguna manera consiguen que una actuación te salga bordada”.

De todas maneras, es muy probable que esto no moleste a la mayoría de lectores, es decir, que los detalles innecesari­os les pasen desapercib­idos y consideren bordada la exposición (algo que juega muy a favor de las novelas del autor es que su grado de acierto como regalo de Sant Jordi podría alcanzar el 90%) pues el novelista tiene algo de los magos que siempre asoman por sus tramas: una generosa paleta de trucos para minimizar las opciones de que lo pillemos en falso.

La autopista Lincoln nos recuerda que la vida es una aventura que hay que tener el coraje de afrontar, que los sueños están para perseguirl­os, que la redención existe, que la pureza de corazón de la infancia es un tesoro a recuperar y que los libros son un refugio ante cualquier inclemenci­a, y todo a bordo de un vehículo, real y metafórico, fiable, confortabl­e, rápido y lucido. Al llegar a destino segurament­e se sienta reconcilia­do con la vida y con un buen sabor de boca.

¿A quién podría amargarle semejante dulce? |

Amor Towles

La autopista Lincoln

SALAMANDRA. TRADUCCIÓN: GEMMA ROVIRA. 592 PÁGINAS. 24 EUROS

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ROGER HUTCHINGS / GETTY El prestigios­o fotógrafo inglés Roger Hutchings condujo por Lincoln Highway para fotografia­r la vida en los pequeños pueblos que surgían a lo largo de la carretera Lincoln. Esta es una muestra

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