Ágata ojo de gato
Narrativa Desde la autoficción, Margarita García Robayo sigue contándonos con ‘La encomienda’ experiencias de vida que marcan cicatrices no siempre cerradas
Obra perfectamente estructurada, con prosa de atractiva claridad, pese a la continua agitación que viven los personajes
J.A. MASOLIVER RÓDENAS
No hay mejor introducción a la narrativa de Margarita García Robayo que El sonido de las olas (2020), comentado en estas páginas, donde la escritora colombiana –nacida en 1980 en Cartagena, pero radicada en Buenos Aires desde el 2004– reúne sus dos primeras novelas breves y un texto de no ficción. Le interesa especialmente la familia, la construcción de la identidad, “cómo narrar eso que no nos explicamos”. Su obra está basada en la autoficción, y aquí conviene señalar que no se trata de escribir una biografía sino las experiencias que nos han ido marcando en la vida a modo de cicatrices no siempre cerradas.
Tras relatos como Primera persona
(2018), donde sobresale ya el carácter reflexivo de su escritura que no le abandonará nunca, o de novelas como Lo que no aprendí (2012) o Tiempo muerto
(2017), nos llega, afortunados lectores,
La encomienda, con las no solicitadas cajas que la hermana de la narradora le envía, “perfectamente embaladas por fuera pero embutidas en comida podrida”. Ignoramos el nombre de la protagonista, del que sólo sabemos que “es un nombre antiguo” y “muy largo”; como no se nos detalla dónde ocurre la acción, aunque pequeños detalles sugieren que la narradora es de Colombia (“una advenediza con cara de india”), de la que no se nos dice nada, y que estamos en Buenos Aires, de la que se nos dice muy poco: el mate, la inflación histórica o la mención a la avenida Libertador .
La novela está perfectamente estructurada, con una prosa de atractiva claridad, pese a la continua agitación que viven los personajes. De la narradora sabemos que tiene que redactar un proyecto titulado “El diario de mi madre” para una beca que le permitirá ir a
Holanda y dedicarse enteramente a la escritura (todo el libro está plagado de proyectos de escritura); al mismo tiempo, se gana la vida escribiendo sobre alimentos. Eloy, director creativo, le encarga que redacte una simpática reseña sobre una vaca que es feliz porque vive libre y come pasto y muere plácida, y que nos remite a Tostonazo de Santiago Lorenzo, donde Sixto “está tan empeñado en cuidar a sus vacas que a una le limpiaba el culo después de cagar”. Ambos proyectos se irán al garete. La rutina de su vida se ve amenazada con la llegada de una caja enorme que “ocupa todo el sillón, o sea, toda la sala” y que el portero, Máximo, se niega a abrir. Solicita la ayuda de Axel, con el que mantiene una relación conflictiva y que, en una novela donde el sexo tiene escasa presencia, le depara la sorpresa final.
Tal vez la alteración más radical es la llegada de la madre, de la que lo ignora casi todo desde los ocho o nueve años de la narradora. Viene de “su tierra, que también es la mía” y que no sabemos cuál es. La hija trata de adivinar qué piensa mientras duerme. Ambas sufren el acoso en el parque del hombre de la colilla, y ambas acabarán en el suelo, cubiertas de sangre. Hasta que un día la madre desaparece para ella y para nosotros, no sabemos si definitivamente. Otra presencia absorbente es la del gato Ágata. Que nos hace pensar en Ágata ojo de gato, de José Manuel Caballero Bonald. Como la madre, también desaparece, para aparecer luego en la terraza con una rata o un gato muertos, de los que hay que desembarazarse.
Se van sucediendo las sorpresas desagradables que afectarán a la narradora, acorralada por los vecinos que la hacen responsable de cuanto desastre ocurre. Las referencias a su carácter son constantes y hacen la competencia a la agitada trama. Como lo son las frecuentes observaciones y reflexiones. Sin ningún reparo dejo La encomienda en manos dellector. |
ANAGRAMA. 192 PÁGINAS. 17,90 EUROS