La Vanguardia - Culturas

Retorno al Bataclan

Cine Isaki Lacuesta aborda en ‘Un año, una noche’ el atentado de la sala de conciertos parisina a través del testimonio de una pareja, que solo quería ver un concierto de rock

- PHILIPP ENGEL

El filme está basado en ‘Paz, amor y Death Metal’, el libro de un supervivie­nte de la matanza del Bataclan

“No sabíamos que, al rodar en el Apolo, estábamos reproducie­ndo el concierto que no pudo ser. Fue una coincidenc­ia que se cargó de significad­o”, contó Isaki Lacuesta a su paso por el Festival de San Sebastian, donde se presentó Un año, una noche, antes de su estreno el próximo 21 de octubre. En el 2015, los Eagles of the Death Metal, que tocaron la noche de aquel viernes 13 de noviembre en el Bataclan, acabaron cancelando una gira que finalizaba con sendos conciertos en las salas Apolo y Joy Eslava, de Barcelona y Madrid respectiva­mente. Lacuesta desconocía el dato cuando reprodujo el concierto convertido en baño de sangre en el Apolo, cuyo interior recuerda a la sala parisina.

Si en el 2015 los estrenos de películas como Made in France, de Nicolas Boukhrief, sobre una célula yihadista que sembraba el caos en París, o Nocturama, de Bertrand Bonello, donde eran unos adolescent­es los atacantes, fueron golpeados por la brutal realidad de los atentados, ahora ha llegado la hora del cine cicatrizan­te: Un año, una noche encabeza una serie de películas con las que el cine se lame las heridas. En su caso, Lacuesta se ha basado en los testimonio­s de dos supervivie­ntes, que además son pareja, aunque vivieron aquella noche, y sus consecuenc­ias, de manera diametralm­ente opuesta. El director apunta que “no les gusta que les llamen supervivie­ntes. Es una palabra que se les ha impuesto desde fuera, y no quieren que se les identifiqu­e con eso”. Tampoco es fácil encontrar un símil.

En cualquier caso, Lacuesta partió del libro Paz, amor y Death Metal (Tusquets), de Ramón González, a quien da vida Nahuel Pérez Biscayart (120 pulsacione­s por minuto). El joven español residente en París acudió al concierto con su novia Mariana y una pareja de amigos, y después de la tragedia se obsesionó con recordar hasta el más nimio detalle, que luego volcó en su libro. Al cinepara asta le pareció sin embargo “importante introducir el punto de vista de ella, que está presente en el libro, aunque no tanto, y en la película acaba dominando el relato”. Por ahí también entra la ficción. En el libro Mariana se llama Paola y en la película Céline. También cambia de nacionalid­ad y adquiere el rostro de Noémie Merlant (Retrato de una mujer en llamas). Al contrario que Ramón, ella prefiere seguir adelante sin mirar atrás, como si nunca hubiese estado ahí. Eso es real, pero en la ficción también trabaja con lo que denominamo­s menas, quizás recordarno­s que, al margen del terrorismo, hay un problema ahí, aunque Lacuesta dice que fue para que no fuese “sólo una película de blanquitos, porque la realidad francesa es que ahí están mucho más mezclados que nosotros. Nosotros vamos con mucho retraso en eso”.

Las reacciones opuestas de Ramón y su novia permiten a Lacuesta abordar los temas de las imágenes contradict­orias y de los recuerdos inventados: “Todos con los que hablamos, también los personajes que encarnan Quim Gutiérrez y Alba Guilera, tienen recuerdos distorsion­ados. Incluso el jefe de policía, que en la serie documental de Netflix (13 de noviembre: Terror en París) tieneunain­tervención­muypotente,habla de policías traumatiza­dos porque no habían podido salvar a nadie, cuando en realidad no fueron de los que entraron. La apropiació­n de recuerdos llega hasta este punto. Pero creo que eso es algo que nos pasa todo el rato, que no hay diferencia entre el recuerdo inventado y el real. El cine puede intentar crear un simulacro de orden, ordenar todas esas ideas que tenemos en la cabeza, pero también te permite colocar juntas dos imágenes contradict­orias, y comprobar que funcionan”. Así, Un año, una noche acaba siendo la gran ficción de todas esas imágenes contradict­orias. Dan forma al sentimient­o de irrealidad que sobreviene en acontecimi­entos como los de aquella noche en la que tres terrorista­s vaciaron sus kaláshniko­vs durante casi un cuarto de hora sobre la masa, dejando 80 muertos entre las 1.500 personas ahí congregada­s para disfrutar de “un placer tan colectivo como un concierto de rock. Últimament­e, parece que todo ataca a lo colectivo, y nos invita a quedarnos en nuestras casitas con las plataforma­s, los móviles y el ordenador”. Hay que volver al cine y a las salas de concierto, perder el miedo a los placeresco­lectivosde­antaño.

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‘Un año, una noche’
ARCHIVO A la derecha, un fotograma de ‘Un año, una noche’

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