Una desquiciada lucidez
En la última novela de Luis Mateo Díez (Villablino, León. 1942) nos topamos con párrafos de este jaez: “Todo esto sucedía en la calle Vaticinio, al pie de las cocheras del trolebús y las escafandras, donde trabajaron de chóferes dos de mis cuñados, a los que menos quise y a los que mis hermanas Data y Polibia echaron de casa ya cargadas de hijos y con una renta que nadie pagaba al casero”, con un estilo más abiertamente expresionista que el de aquellos libros ya lejanos que le dieron fama, La fuente de la edad (1986), El expediente del náufrago (1992), Camino de perdición (1995)... donde el humor, siempre presente en la obra de su autor, se atemperaba por el modo en que abordaba la indagación en el turbio drama de sus personajes y que adquirió cierto tono de aciago destino en la obra que corresponde al ciclo de Celama.
Pero ya en Los desayunos del Café Borenes (2015), en El hijo de las cosas (2018) yen Los ancianos siderales (2020), el gusto por cierto estilo elusivo comenzó a desvanecerse a favor de ciertos toques de ácido humor de marcado aire expresionista, en paralelo paso al de sus personajes que, según se adentraban en la vejez y en la enfermedad, perdían cierto halo solar a favor de lo crepuscular.
Los personajes de la obra de Luis Macomo
teo Díez siempre se movían en el desarraigo, en la percepción del fracaso y en la falta de piedad con ellos mismos pero en esta su última entrega, Mis delitos como animal de compañía, el protagonista es un trastornado de la vida rodeado de otros trastornados en un mundo alucinante donde hay una ciudad, Armenta y un río, Margo, que no son exactamente
eran antes, la realidad estable desmoronada y dando paso a cierta apoteosis de lo alucinatorio. Que no les quepa la menor duda es donde se arraiga el meollo, lo mejor de esta narración terrible que sólo atempera un sentido del humor lacerante, como el protagonista, que es una voz acompañada para dar lugar al diálogo de personajes como Denario, el doctor Paráclito...
A notar la evolución del propio lenguaje empleado por el autor que aunque conserva ciertos giros de consciente anacronismo, un lenguaje arraigado en ciertas comarcas de ese noroeste pretendidamente godo, en esta novela lo trufa con expresiones directas, lo que un cursi llamaría groseras, de espectacular resultado. |
Luis Mateo Díez
Mis delitos como animal de compañía GALAXIA GUTENBERG. 492 PÁGINAS. 23,50 EUROS