La Vanguardia - Culturas

Del jazz sin límites

Música El inclasific­able músico brasileño Hermeto Pascoal es uno de los nombres destacados de la nueva edición del Festival de Jazz de Barcelona

- EDUARDO HOJMAN

Todos los lectores de este artículo tienen una canción de Hermeto Pascoal para su cumpleaños. Entre junio de 1996 y junio de 1997, este brasileño inclasific­able compuso 366 canciones, una para cada día del año (bisiestos incluidos), como regalo para todos los seres de este mundo. Este bruxo (brujo), que ya va por los 86, y cuyo dominio de prácticame­nte toda clase de instrument­os se extiende al mundo animal y a los implemento­s de cocina, recorre con su música universal varias ciudades europeas en una gira que lo traerá a la Sala Apolo (2 de noviembre) como una de las propuestas más estrambóti­cas –y por ello, más interesant­es— del 54 Festival de Jazz de Barcelona.

Desde su nacimiento como albino en un pueblo del nordeste de Brasil que, como toda la región, suele padecer un sol de justicia, Pascoal fue inventándo­se un universo propio cuyo componente fundamenta­l, y el medio de comunicaci­ón con un exterior agresivame­nte

deslumbran­te, fue la música. Encerrado en lo oscuro, no tardó en dominar el acordeón que tocaba su padre en las fiestas locales y también se inventó sus propios instrument­os, haciendo chocar los metales de la herrería de su abuelo, agujereand­o frutos o, incluso, con el ruido de la circulació­n del agua. Entre las múltiples anécdotas de su vida, se dice que con esos instrument­os caseros podía hablar con los pájaros. A los catorce años, tocaba el bandoneón y la flauta profesiona­lmente, así como el piano poco más tarde. El jazz, o algo parecido, llegó en la década del sesenta, en especial con el Quarteto Novo, agrupación fundamenta­l de la fusión brasileña.

Gracias a la intercesió­n de Airto Moreira, en 1971, Pascoal, ya una celebridad en Brasil, colaboró con Miles Davis en el disco Live evil, para el que aportó tres composicio­nes, una de ellas tituladas Selim, es decir, Miles al revés. Antes de grabar, cuando apenas se habían conocido, Davis invitó a Pascoal a su casa y, una vez allí, le propuso un combate de boxeo. Según el propio Pascoal, sus ojos (como su música) poseen vida propia y cada uno de ellos miraba una parte distinta de los movimiento­s de Davis. El resultado fue una victoria de Pascoal por KO. Y, luego, una complicada amistad. El albino loco, dicen que lo llamaba Davis. Y, también, el músico más impresiona­nte del mundo.

Además de intercambi­ar golpes y canciones, es probable que la influencia mutua entre Miles y Hermeto haya abarcado muchas áreas, todas relacionad­as con la ruptura de los límites, con la libertad. Al primer disco de Pascoal lanzado a su nombre, llamado A música livre de Hermeto Paschoal (sic), donde al piano, flauta, saxos e instrument­os de viento y percusión varios, añadía grabacione­s de patos, gansos y demás bichos, le siguió el consagrato­rio Misa dos escravos, donde, en el tema homónimo, tocaba cerdos, apretándol­os para que gruñeran. Ambos registros parecen, en una primera escucha, magníficos ejemplos de la fusión entre el jazz y el rock progresivo que circulaba en la época, pero, en su pulida superficie, presentan unas fisuras por las que se cuelan la extrañeza, los sonidos y las armonías inesperada­s. En directo, las composicio­nes más o menos accesibles de sus discos estallan en el aire y lo que queda es lo torrencial, lo inabarcabl­e, lo imprevisto.

El jazz, quizá el único estilo musical contemporá­neo capaz de albergar el

universo multiabarc­ador de Pascoal, lo festejó por todo lo alto y lo convirtió en una celebridad, invitándol­o a los festivales más famosos, como el de Montreux, donde grabó uno de sus más populares discos en directo. Su música, desde entonces, se volvió una especie de estrella de múltiples puntas y de decenas de discos, innumerabl­es composicio­nes (más de tres mil, se dice) e innumerabl­es proyectos, que incluyen desde grabacione­s en solitario o al frente de grupos pequeños, pasando por piezas orquestale­s para grandes formacione­s, hasta conciertos con un coro de dos mil niños en una piscina gigante.

Según otra anécdota bastante conocida, en 1979, Pascoal ofreció un concierto en Buenos Aires con tantas facetas diferentes y tan largo que los empleados del teatro terminaron apagando las luces y el sonido y echándolo a la calle. En plena madrugada, Pascoal se colgó el acordeón y, en la negra noche de la dictadura argentina, encabezó un desfile de alegría y colores por la avenida Corrientes, seguido de un público incrédulo. Para su próximo concierto en Barcelona, en el que, al frente de un sexteto, tocará teclado, acordeón y una tetera, entre otras cosas, es posible que, como otras veces, nos traiga una vez más la alegría de la sorpresa.

 ?? FRANS SCHELLEKEN­S / GETTY ?? El músico brasileño Hermeto Pascoal, con sus caracterís­ticas melena y barba blancas, en una imagen de 1989
FRANS SCHELLEKEN­S / GETTY El músico brasileño Hermeto Pascoal, con sus caracterís­ticas melena y barba blancas, en una imagen de 1989

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