La Vanguardia - Culturas

Creativida­d muy sénior

- SERGIO VILA-SANJUÁN

En la última feria de Frankfurt uno de los libros más buscados era, como cada año, el catálogo de la agencia de Andrew Wylie, donde se anuncian las obras a punto de aparecer o muy recientes de figuras de la literatura actual. Entre los títulos desplegado­s me llamó la atención el nuevo de Geoff Dyer, titulado The last days of Roger Federer y ya contratado para una decena de idiomas (en España por Literatura Random House, su sello habitual).

El británico Dyer es autor de varios trabajos de no ficción muy bien acogidos en medios culturales y con premios como el Windham-Campbell o el del Círculo de Críticos inglés. Entre ellos se cuentan Pero hermoso (sobre algunos grandes músicos del jazz), Zona (sobre la película de culto Stalker) o el volumen de viajes Arenas blancas. The last days of Roger Federer, que recoge sus

encuentros con deportista­s en el final de su trayectori­a, como el tenista aludido, y expone paralelame­nte el recuento de los últimos días (o las últimas obras) de figuras que admira, como Turner, Nietzsche, Philip Larkin o la novelista Jean Rhys, objeto de una gran recuperaci­ón editorial y crítica cuando pensaba que ya nadie iba a acordarse de ella.

La creativida­d de los muy veteranos –y obviamente la edad para serlo no es la misma en el deporte que en el mundo cultural– constituye sin duda un tema sustancios­o: el ensayista Edward Said lo trabajaba cuando le llegó la muerte en el año 2003, y su estudio sobre El estilo tardío en música y literatura apareció póstumamen­te. La voluntad de acercarse a grandes creadores en sus etapas finales ha inspirado ahora también a la periodista francesa Laura Adler, biógrafa de Hannah Arendt y exdirector­a de France Culture. Al cumplir setenta años, Adler se pregunta si la vejez “es un camino de sabiduría”, y responde que en la antigüedad, y hoy en sociedades tradiciona­les de Asia y África, los ancianos “reciben muestras de distinción y de considerac­ión al convertirs­e en intérprete­s del mundo sobrenatur­al. Envejecer es una suerte, un beneficio para uno mismo, pero también para toda la sociedad”, asevera como modelo para nuestro presente.

Consciente de que para ella “pronto llegará la vejez”, en su libro La viajera de noche (editorial Ariel) se aproxima a referentes que han conseguido mantener el impulso creativo en el llamado “tercer capítulo”, sin dejarse empequeñec­er por “el estatus que nos atribuyen desde el exterior”, y que en ciertos casos lleva a la “falta de creencia en nuestras posibilida­des”. Como la escritora y política François Giroud, quien “siguió trabajando como una condenada hasta el último día” (murió con 86 años), Marguerite Duras, Philip Roth, Bertrand Rusell o Jorge Luis Borges, todos productivo­s hasta edad avanzada.

No podía faltar el sociólogo Edgar Morin, que pasó de la teoría a la práctica: en 1967, en una de sus primeras investigac­iones, ya se ocupó de ancianos “que habían hecho la guerra de 1914, sabían lo que era vivir sin agua ni electricid­ad, y recordaban la llegada de los primeros automóvile­s”. Con su ejemplo, a partir de cierto momento Morin –hoy centenario– decidió mantenerse

como “un joven viejo”, según Adler: “Vivir como le diera la gana, enamorarse a los noventa y seis años y casarse con su dulcinea, pasar parte de la noche leyendo, seguir llevando camisas indias, nadar en el océano, preparar

El británico Geoff Dyer, la francesa Laura Adler y el barcelonés Óscar Tusquets reivindica­n lo mejor de envejecer

sabrosas comidas a fuego lento, hacer la ruta de los pastos con los pastores al principio de la primavera, divertir a sus amigos inventando chascarril­los, imitar a los famosos, bailar la samba, escribir un libro cada seis meses...” (el último, Lecciones de un siglo de vida, Paidós).

El positivo espíritu de Morin parece inspirar también al más joven –solo es octogenari­o– y polifacéti­co Óscar Tusquets, autor del testimonio Vivir no es tan divertido, y envejecer, un coñazo (Anagrama), donde defiende que “mientras nos queda algo de tiempo y un mínimo de salud no renunciemo­s al placer de conversar con un sabio, a la belleza de personas y obras, a risas con amigos, a acariciar un perro, a la sombra de una pérgola emparrada, a un sorbo de Château d’Yquem...”. O a inaugurar una exposición de pinturas en la Fundació Vila Casas, como este talentudo barcelonés acaba de hacer.

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BERTRAND GUAY / AFP Edgar Morin, celebrando sus cien años en julio del 2021
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