La mirada imprevisible de Penélope
La fiscal impresiona en su coqueteo con el lado salvaje y sus paseos por Milán escuchando a Cave
Forma parte de un grupo de grandes conocedores del laberinto judicial y criminal: el juez Giancarlo de Cataldo (Tarento, 1956), Maurizio de Giovanni (Nápoles, 1958), Massimo Carlotto (Padua, 1956). Un muy buen volumen editado por Malpaso, Cocaína, reúne historias de estos dos últimos narradores. Y también una historia –notable, extrema– del elegante Gianrico Carofiglio.
Nacido en Bari en 1961, fiscal del Estado y miembro de la comisión antimafia, a él –como a De Giovanni con su napolitano comisario Ricciardi– se lo conoció en primer lugar por su investigador, el abogado Guido Guerrieri. Buen personaje, un tipo comprometido con altibajos emocionales y voluntad de hierro.
En el 2009, fuera de la serie de Guerrieri, la misma editorial Umbriel publicó El pasado es un país extranjero, sobre la mala deriva de un joven que prometía mucho.
También prometía la joven fiscal Penélope Espada. Pero una “gran metida de pata” del pasado la ha llevado a trabajar por su cuenta. Con ella se inicia una serie de la que espero grandes momentos. Por ahora –y por ser la primera– ya hay unos cuantos. Penélope impresiona con su café y su grapa de mañana (y su forma de encarar a un camarero pesado), su salón de recibir en un reservado, su coqueteo con el lado salvaje y sus paseos por las calles de Milán escuchando a Nick Cave. También por sus respuestas tajantes.
No lo tendrá fácil este aspirante a cliente. Se trata de un viudo con una hija, que acude a esta buena y hosca muchacha con lado oscuro –que Carofiglio va alumbrando– por una razón en principio extraña. Dos años atrás fue absuelto como sospechoso del asesinato de su mujer. Se trata de un caso cerrado, pero sin culpable.
El problema es que en los archivos consta que no hubo pruebas suficientes para inculpar al marido. Y el señor Rossi no quiere que su hija, en el futuro, albergue dudas razonables.
Así que Penélope, que en principio ha dado largas a este cliente aburrido que le pide algo tan difícil, tendrá que regresar a un crimen que la policía no pudo resolver. Y reproducir los pasos de aquella señora. Por algo tuvo que morir, algo no tan arbitrario.
La trama es ágil, decidida y casi ligera. Penélope es eficaz y tiene buenos contactos de su antiguo trabajo. Hay algo imprevisible en su forma de husmear en la calle por donde se veía a aquella mujer. Como en toda la obra de este autor, por más racional que haya sido su concepción del asunto, los sentimientos, los secretos y una mirada especial sobre la soledad se filtran lentamente. Y no es de extrañar. En el 2020 el autor italiano publicó un libro precioso. El relato de un hijo insomne que observa y redescubre a su padre. Me refiero a ese viaje a la noche oscura del alma –inspirándose en Francis Scott Fitzgerald– llamado Las tres de la mañana (Anagrama), colocado fuera del género policial. De esa gran mirada sobre las personas se impregna también el mundo de Penélope. Confío en ella, y confío en el imprevisible Gianrico Carofiglio, y de forma incondicional.