La Vanguardia - Culturas

Las grietas de América

Carlos Granés recorre las corrientes culturales y políticas de Latinoamér­ica y sus legados a Europa

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En Elogio de la sombra, Borges condensa sus clásicas obsesiones en un poema que mira con distancia su ceguera: “Siempre en mi vida fueron demasiadas las cosas/ Demócrito de Abdera se arrancó los ojos para pensar;/ el tiempo ha sido mi Demócrito./ Esta penumbra es lenta y no duele;/ fluye por un manso declive/ y se parece a la eternidad”.

Es 1969. El escritor argentino ha dejado atrás los patriotism­os para volcarse en la universali­dad y la referencia a Demócrito no es casual. La pugna entre lo local y lo universal ha impregnado la búsqueda identitari­a de América Latina y los poetas supieron respirar el aire político y la volatilida­d del siglo XX. Así lo plantea el ensayista y doctor en Antropolog­ía Carlos Granés (Bogotá, 1975) en su épico ensayo Delirio americano, un proyecto ambicioso y riguroso que recompone la historia de Latinoamér­ica desde su compleja relación entre política y arte. Se propone mirar con distancia las dicotomías, polarizaci­ones y cegueras que reforzaron un imaginario de la identidad delirante y dañino a partir de antagonism­os.

Comienza en 1898 y recorre el siglo en sus más fascinante­s facetas políticas y artísticas: la marea rosa, la revolución cubana y las dictaduras pergeñadas por los yanquis; de las vanguardia­s al boom y más allá, al mundo de Roberto Bolaño, su obsesión por lo siniestro y su influencia en la ola naciente de gótico latinoamer­icano. Concluye en la segunda década del XXI, haciendo puentes con Europa en los casos de Grecia, Polonia y España. Y si bien se sitúa tajante en lo político, desde una impronta democrátic­a liberal quizá demasiado fatalista, lo cierto es que encontramo­s aquí un análisis valioso, de lectura obligatori­a, que logra echar luces a los temas más polémicos y relevantes de la actualidad política.

El capitalism­o de la atención, la capitaliza­ción de la victimizac­ión y la otredad latinoamer­icana, la apropiació­n y resignific­ación de sus modos en Europa. Vivimos, sentencia, en una sociedad de eterna victimizac­ión, dada en gran parte por la latinoamer­icanizació­n de la política (lo dice, claro, en el peor de los sentidos) y la persistenc­ia del populismo. Y desde luego los latinos corremos el riesgo de ser definidos por el resto, de convertirn­os en “un continente visible y relevante en el mundo siempre y cuando confirme su estereotip­o…Víctima inerme e inocente, mostrando sus grietas”.

Habremos de cesar entonces la ansiada búsqueda, comenzar a pensarnos solo por lo que somos: “Un lugar exuberante por su geografía, complejo por su historia y barroco por las improbable­s mezclas a las que ha dado lugar. Solamente eso. Cualquier otra cosa que se diga tal vez no deje de ser solo una proyección o una fantasía. Incluso una maldición”.

En ese gesto quizá Carlos Granés no dista demasiado de Jorge Luis Borges. Propone permanecer en el eterno deambular, abrirnos a las posibilida­des de lo indefinido, de lo que no cierra. “Llego a mi centro, / a mi álgebra y mi clave, / a mi espejo”: pronto sabremos quiénes somos.

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