Recuerdos de familia (rusa)
Entre biografía, ensayo y documento histórico, la autora va más allá de los sucesos de su familia para plantear cómo (re)construimos el pasado y la memoria
Cuando la octogenaria tía de la poeta María Stepánova (Moscú, 1972) fallece, esta entra en su apartamento para vaciarlo y se topa con las pertenencias que la anciana había ido acumulando a lo largo de su vida: diversos objetos con valor sentimental, viejas fotografías y unos diarios. Estos diarios son el punto de partida del libro, aunque la autora nos confiesa que tenía este proyecto en la cabeza desde niña. Evocar, reconstruir, imaginar el pasado, las vidas de varias generaciones de su familia, judíos rusos de orígenes humildes que acabaron siendo ilustrados y dedicándose a la medicina y la ingeniería.
Si hablamos de judíos, de Rusia y del siglo XX, se masca la tragedia. Sin embargo, los vaivenes de la historia respetaron bastante a esta familia. Ninguno de sus miembros acabó en el gulag o ante el pelotón de fusilamiento. Sí hubo un pariente que murió joven en el sitio de Stalingrado. Y también una antepasada que pisó la cárcel por distribuir literatura prohibida. Esta última, la bisabuela Serra Guinzburg, doctora, que conoció el zarismo y vivió en París, es uno de los personajes más fascinantes de la obra. El convulso siglo XX es el telón de fondo de un libro que evoca fundamentalmente la cotidianidad y los recuerdos de una familia como tantas otras. La autora juega con las formas y hay capítulos planteados como interesantes ejercicios literarios; uno de ellos, por ejemplo, es una sucesión de breves descripciones de una veintena de fotografías encontradas.
Sin embargo, lo que propone la escritora es mucho más que la reconstrucción de una saga familiar, porque el texto está repleto de vericuetos. La indagación en la historia familiar lleva a Stepánova a reflexionar sobre cómo nos confrontamos con el pasado, cómo reconstruimos situaciones que no conocemos, qué sentido tiene rescatar del olvido vidas cuyo trazo ha borrado el tiempo. Y a partir de estas meditaciones se asoman artistas y escritores cuya vida y obra están vinculadas con el tema: Joseph Cornell y sus “cajas de la memoria”, los perturbadores autorretratos de Francesca Goldman que tratan de asir el tiempo que se escapa entre los dedos, la obra de la pintora asesinada en Auschwitz
Charlotte Salomon, Rembrandt y sus autorretratos, Proust y el tiempo perdido, Habla, memoria de Nabokov, Ossip Mandelstam y su viuda Nadia, un cuadro de Piero de Cosimo contemplado en Oxford, las exploraciones de W. G. Sebald…
Sebald es la más diáfana fuente de inspiración para dar forma a En memoria de la memoria, que transita entre varios géneros: la biografía familiar, el ensayo, el documento histórico e incluso la poesía en prosa. Esto, lejos de ser un defecto, es una virtud que la autora maneja, por lo general, con maestría, aunque también hay que apuntar que no todas las divagaciones tienen el mismo interés y acaso sobran unas cuantas páginas.
Los objetos nos cuentan historias. Las viejas fotografías contienen futuras novelas. El pasado nos interpela. Al modo de La liebre con ojos de ámbar, aquel maravilloso libro (también en Acantilado) en que Edmund de Waal evocaba la historia de su familia y dos siglos de vida europea a partir de un minúsculo objeto, En memoria de la memoria es también un iluminador ejercicioderecuperacióndelpasado.
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