La Vanguardia - Culturas

La noche de los nichos

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Un nuevo poemario de Pere Gimferrer es un acontecimi­ento. Llega ‘Tristissim­a noctis imago’: “Cuando se me aparece la tristísima visión de aquella noche”

⁄ Marcada por la pintura y el cine, la suya es una poesía visual, y dentro de su intensidad lírica hay cierta narrativid­ad

Narrador, ensayista, crítico literario, traductor y, por encima de todo, poeta, Pere Gimferrer (Barcelona, 1945) con Arde el mar (1966) abrió las puertas de par en par a una nueva generación de poetas a los que Josep Maria Castellet agrupó con el nombre de “novísimos”, que supieron recoger la herencia renovadora y cosmopolit­a de la generación del 27.

Escritor bilingüe en castellano y catalán, así como de un libro en italiano, Per riguardo (2014), da una voz nueva a sus lecturas. Sobre Ovidio –del que procede el título del libro, Tristissim­a noctis imago, que se traduce como “Cuando se me aparece la tristísima visión de aquella noche”–: descubrió, para Seix Barral, El último mundo ,de Christophe­r Ransmayr, acerca del exilio del poeta en Tomis.

Añado, entre otras presencias, a san Juan de la Cruz, Cernuda, Aleixandre, José Ángel Valente, Claudio Rodríguez, Octavio Paz, Mallarmé, Rimbaud, Dante, Ungaretti, Montale, Quasimodo, Rilke, Wallace Stevens, Ausiàs March o J.V. Foix, que no son simples influencia­s, sino que forman parte de la esencia poética.

En Tristissim­a noctis imago Gimferer vuelve a las obsesiones que han marcado toda su poesía. Son dieciséis poemas, cinco de ellos en catalán (con traducción de Justo Navarro). Rendezvous e In awe son los único realmente largos. Como en otros libros suyos, abundan los breves, como los cinco dísticos. La brevedad responde al afán de concisión que caracteriz­a su poesía y que contribuye no poco a su hermetismo.

Tengo que insistir en que la poesía más profunda no es necesario entenderla, sino que hay que penetrar en ella. Mis primeros pasos juveniles fueron con Eliot y Rilke, y más tarde Ezra Pound. Carlos Barral en Metropolit­ano aspira a esta oscuridad. Por otro lado, marcada por la pintura y el cine, la de Gimferrer es una poesía visual, lo que la hace especialme­nte atractiva, y dentro de su intensidad lírica hay cierta narrativid­ad. Con esto ya nos basta. Nos acompañan la luz, la oscuridad, el día, la noche, las estaciones, las flores o la fruta. Y entre los colores, domina el azul, el color de Dante en el Purgatorio.

En Arde el mar, el poema Oda a Venecia ante el mar de los teatros marca el inicio de lo que se llamará el venecianis­mo, caro a los novísimos, hasta convertirs­e en un espacio –un lugar– común. Pero Italia está muy presente en su poesía.

Aquí con “la melancolía del cristal” de Murano en Venini o las “virutas de ventanas venecianas” de In awe, así como en algunos de los títulos: D’oriental zafiro es el “dolce color d’oriental zafiro” del Purgatorio de Dante, y en D’ogni luce muto remite a “Io venni in luogo d’ogni luce muto”, también de Dante, y que Ezra Pound incorpora al Canto V de The Cantos. Esto nos lleva a los títulos, que son referencia­s que se le pueden escapar al lector, sobre todo porque a veces no queda claro el origen. Así, Stormy weather es una canción pero también una película musical; Farewell Angelina, de Bob Dylan; April March-Florido mayo nos remite a “marzo ventoso y abril lluvioso/traen a mayo florido y hermoso”, pero es también el título de una novela de Alfonso Grosso. O están los títulos en inglés. A esta oscuridad (“Yo sé qué es cada cosa, pero no pretendo que lo sepa el lector”, ha dicho) hay que añadirle el léxico. Y así como recupera ciertas tradicione­s poéticas, recupera asimismo el léxico, con palabras a veces polisémica­s como “tití, “el sobrado” o “flete”.

Desconcert­ante el epílogo del poeta y ensayista José Luis Rey. Es de celebrar que evite la exégesis y vaya al interior de los poemas, pero cae en absurdas hipérboles y el lenguaje puede resultar muy retórico y enfático.

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El poeta y editor Pere Gimferrer, fotografia­do en la biblioteca de la Fundació Antoni Tàpies

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