Olvido atómico
La historia ficticia de un joven científico húngaro, de familia judía, que vivió el ascenso de Hitler en Berlín y participó en la creación de la bomba de Hiroshima
El pasado verano, en un reportaje del diario Libération, François-Xavier Gómez contó la historia de la película The Conqueror (1956), con John Wayne en el papel del joven Genghis Kahn. Iba ilustrado con una foto de Wayne y otros miembros del equipo con un contador Geiger, en el desierto de Utah, que años antes había sido escenario de pruebas nucleares. Poco después del estreno, Wayne, Susan Hayward y otros miembros del equipo (entre los que figuraba Agnes Moorehead, la Endora de la serie de televisión Embrujada) sufrieron cáncer. Vivimos obsesionados (unos más que otros) por los efectos de la globalización y el cambio climático, pero el agujero psicológico de la bomba sigue ahí. ¡La bomba!
El protagonista de la primera novela de Josep Ortiz (Barcelona, 1967) es un científico húngaro que trabaja en el proyecto Manhattan, en Los Álamos: el proyecto secreto que dio lugar a las bombas de Hiroshima y Nagasaki. Los científicos nunca le llaman bomba: utilizan la palabra artefacto, para evitar filtraciones. Después de la guerra, András Éber se traslada a vivir a Australia, donde desempeñauntrabajogris,sinningunarelación conlainvestigaciónnuclear.Tieneunvacío de memoria: no recuerda qué sucedió en los meses posteriores al final del conflicto. L’artefacte es la búsqueda de esta verdad perdida, que lleva a András a Budapest, para averiguar qué pasó con los padres, judíos, y para intentar encontrar a su prometida. Mientras escribe sus memorias asiste a una serie de sesiones con un psicólogo para recuperar el recuerdo.
De Ortiz se sabe poca cosa: que es informático y un gran lector. La novela está muy documentada, con informaciones sólidas de historia de Hungría, un retrato del ascenso de Hitler, una descripción de Londres en guerra, una explicación del proyecto Manhattan, bien ambientado en Los Álamos, un retorno al Budapest comunista, donde András contacta con un grupo que quiere sacar del país documentos de la revolución húngara de 1956, para dar testimonio. Es un dibujo muy ambicioso, resuelto con una remarcable eficacia. Sobre todo cuando el marco histórico queda en segundo plano y Ortiz es capaz de encarnar la historia en el caso de los padres y el tío y en las desgracias de András, encerrado en un campo de internamiento británico para evitar que los nazis –que han apresado a su prometida, Ari Sonne, en Hungría– le obliguen a trabajar para ellos como espía. De entrada no había pensado hablar de ello en las memorias. Pero el psicoanalista le invita a recapacitar. ¿Por qué no lo escribe?, ¿porque era un campo británico? ¿Hubiera dejado de decirlo de tratarse de un campo nazi?
Otros fragmentos son menos narrativos, pero nunca planos, con elementos científicos y de historia política. En contrapartida, tampoco encontramos páginas de gran estilo literario.
Es un libro agradecido por la filigrana de la estructura, basada en el choque posttraumático de András, y la necesidad de reencontrarse. La presencia de la chica en Japón (sabe japonés porqué había trabajado en una fábrica de cerveza en China que acabó en manos japonesas) introduce al final un elemento –necesario para la reflexión moral– en el límite de la verosimilitud. Los que han participado en la creación de la bomba piensan que es un mal menor. Los que vivieron su horror no atienden a excusas.
Tras la revolución rusa, los miembros de la Penya Gran del Ateneu decidieron enviar a Josep Pla a la URSS para que ofreciera una versión directa de los hechos. Con el mismo espíritu, Josep Ortiz y Martí Domínguez (i también Joan Boades y Joan Benessiu) se mandan a ellos mismos de vuelta al siglo XX para explicarnos la bomba atómica o los experimentos genéticos de Konrad Lórenz. En el caso de Josep Ortiz el resultado es una novela sobre un tema no muy tratado, bienatadaeinteresante.
⁄ Los científicos piensan que la bomba fue un mal menor; los que vivieron su horror no atienden a excusas