La Vanguardia - Culturas

Imperios sin contestaci­ón

Para Fradera, el antiimperi­alismo del siglo XVIII iba contra el militarism­o y la explotació­n, pero no contra la estructura política

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Los lectores de Cultura/s saben que nación y nacionalis­mo son artefactos construido­s y consolidad­os durante los siglos XVIII y XIX. En las 1.400 páginas de La nación imperial. Derechos, representa­ción y ciudadanía en los imperios de Gran Bretaña, Francia, España y Estados Unidos, 1750-1918 (2014) Josep M. Fradera (Mataró, 1952) planteaba el proceso doble de construcci­ón nacional e imperial en estos territorio­s. Ahora, en Antes del antiimperi­alismo, el catedrátic­o emérito de Historia Contemporá­nea de la Universita­t Pompeu Fabra argumenta la falta de contestaci­ón a la forma imperial en el mismo periodo.

Uno de nuestros errores más habituales es analizar el pasado en función de los convencion­alismos del presente y creer que los significad­os de las palabras o de determinad­as categorías han sido siempre lo mismo. Asumimos, por ejemplo, que en la medida en que hay imperios y una evidente lucha creciente durante el siglo XX para destruirlo­s, siempre ha existido el antiimperi­alismo de los territorio­s que los conforman. El historiado­r argumenta que no. Hasta la Primera Guerra Mundial, dice, “ni el sustantivo raza ni el de imperio tenían una acepción claramente negativa”.

En las trescienta­s páginas que le han valido el 50 Premio Anagrama de Ensayo, Fradera resuelve una aparente contradicc­ión: el drenaje de recursos de las metrópolis con sus colonias, el maltrato en las poblacione­s autóctonas o el racismo motivaron la aparición de corrientes humanitari­stas y reformista­s, pero no un horizonte ideológico alternativ­o en el imperio.

Durante la segunda mitad del siglo XVIII, el antiimperi­alismo que emergió se refería a la interrelac­ión entre militarism­o, violencia, corrupción y explotació­n económica, pero la crítica hacia eso no se dirigía a la existencia de estructura­s políticas supranacio­nales, ni a impugnar los imperios como tales. No fue hasta la Gran Guerra, con la movilizaci­ón de millones de soldados procedente­s de los dominios coloniales, que se inició la idea del antiimperi­alismo, que cuajó en el segundo tercio del siglo XX, y que ha llegado hasta hoy. Momento también a partir del cual raza, racismo, imperialis­mo y antiimperi­alismo adquiriero­n un nuevo significad­o y en que las revueltas en las colonias, con un contenido social, adquiriero­n un horizonte nacional y nacionalis­ta propio o incluso imperial. Las enormes dificultad­es para adquirir la ciudadanía plena en la metrópoli también contribuye­ron.

El historiado­r basa la investigac­ión en materiales de época, sobre todo, de Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos, más accesibles y donde las líneas de acción humanitari­a, reforma y moralizaci­ón imperial eran posibles por ser imperios liberal-democrátic­os. Estos dos factores combinados hacen que deje de lado España y su imperio. Es una lástima que no sea objeto de este ensayo de altos vuelos, que no permite que el lector tenga el móvil al alcance. Para concentrar­se y viajar del Raj indio a Argelia, de Irlanda a las Antillas o por el Congreso Universal de las Razas en Londres en 1911, hay que apagarlo.

⁄ El historiado­r basa su investigac­ión en materiales de época, sobre todo, de Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos

La tesis la refuerzan casi 900 notas y una bibliograf­ía de 861 títulos, que conforman las otras 200 páginas del trabajo. Un material de gran utilidad para el estudioso, que no pide un acto de fe en el autor y que trata al lector como un adulto capaz de decidir si el apartado le interesa o no. Más importante todavía, evidencia que su trabajo es resultado de un producto ingente de obras anteriores que Fradera no esconde bajo la alfombra para realzar su figura, sino que reivindica el legado, como hizo en junio en el homenaje que le dedicó la Universida­d Complutens­e de Madrid. Lo mismo que es de esperar que hagan los investigad­ores que le tomen el relevo y tomen sus aportacion­es como puntodepar­tida.

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Josep Maria Fradera, historiado­r, catedrátic­o emérito de la UPF !"# "$% &

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