La Vanguardia - Culturas

El fulgor de Vargas Llosa

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Entre mis debilidade­s literarias están los libros que agavillan artículos de periódico, así que he gozado de lo lindo con El fuego de la imaginació­n, volumen que recopila la obra periodísti­ca de Mario Vargas Llosa, sabiamente recogida por Carlos Granés, autor del prólogo. Ha sido una especie de sesión doble para mí porque, al gusto de leer artículos de fuste, se añade el placer de retornar a la literatura de este premio Nobel, un i+d+i de las Letras: el escritor más interesant­e, descollant­e e influyente en lengua española.

Si la actualidad es el territorio propio del periodista, el presente lo es del escritor. La actualidad es el momento, lo candente, el tiempo corto y veloz; mientras que el presente es un tiempo más denso, la época que nos ha tocado vivir. El escritor que perdura se erige en un médium del presente, absorbe el espíritu de su época y lo transforma en literatura. Cervantes lo hace con el Quijote, y Vargas Llosa, con todo lo que toca.

El fuego de la imaginació­n deslumbra como un coche con las luces largas. Posee tan contundent­e belleza que fui incapaz de, llevado por un ansia de tragaldaba­s, devorarlo con rapidez. Tuve que aminorar el ritmo y pasear por sus páginas para releerlas varias veces, hechizado por su aquilatado estilo, despliegue intelectua­l y clarividen­cia. Los artículos datan de diferentes años, dando igual que sean de la década de 1960 o de hace un trienio, porque todos parecen escritos anteayer, siendo esto lo que otorga genialidad a un autor. La insobornab­le independen­cia de juicio, criterio propio, acumulació­n de experienci­as y lecturas de Vargas Llosa hacen de esta obra una suerte de biografía literaturi­zada, de GPS vital, del material de construcci­ón de sus novelas.

Los textos se agrupan en temas que responden a las preferenci­as personales del Nobel por el cine, el arte, las biblioteca­s y librerías, el teatro y, sobre todo, la literatura, la cual desglosa en: anglosajon­a, francesa, latinoamer­icana, española y el cajón de sastre de “otros países”. Hay un suculento apartado sobre “el arte de la ficción” donde vuelca

El escritor que perdura absorbe el espíritu de la época y lo transforma en literatura. Es el caso del autor de ‘La casa verde’

su maestría como demiurgo literario –o deicida–, cuyos artículos no son una autopsia de la novela, sino una anatomía del acto creativo, una cabal y elegante explicació­n que aúna cuanto de vivencial, artístico y artesano tiene la escritura.

Todos sabemos que la literatura nos produce un dulce rapto emocional, pero pocas veces lo he leído expresado con tanta hermosura: “La ficción es un sucedáneo transitori­o de la vida. El regreso a la realidad es siempre un empobrecim­iento brutal: la comprobaci­ón de que somos menos de lo que soñamos”.

Resulta formidable su dicterio sobre el cantamañan­as de Damien Hirst y sus animales disecados, su alegato en favor de Galdós o su temprana alabanza de Cien años de soledad (la biblia hispanoame­ricana). Y me ha reconforta­do leer su opinión acerca de En busca del tiempo perdido.

A partir de ahora no me recataré de decir lo que pienso de Proust. Don Mario me ha liberado. /

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