La Vanguardia - Culturas

Pasiones perdurable­s

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Vida de la primera mujer arquitecta y de un siglo de oro y peste en una Roma de pasión y ambiciones

Cuando Melania G. Mazzucco (Roma, 1966) se encuentra en estado de gracia, resulta una escritora sublime, virtuosa en transmitir los muchos caminos que pueden conducir al éxtasis. Lo estuvo en Vita , en Ella, tan amada yen La larga espera del ángel. Su copioso y minucioso trabajo para documentar­se y estudiar aquello de lo que quiere escribir hasta conocerlo tan bien que cree llegado el momento de poder inventarlo –la expresión es suya– hace inevitable que el resultado sea grandioso. La desmesura de quien no ignora –que no es lo mismo que saber– que para encarnar una ínfima parte de la existencia es necesario incluir todo lo que se ha ido hallando en el camino. No hay pasión, secreto, gesto o palabra que resulte baladí; de la misma manera que la historia también la protagoniz­an las proscritas, las que viven al margen, las enfermas, las poseídas y las desheredad­as. Estas últimas, más legitimada­s que nadie, porque acaban siendo amas de todo lo que les ha sido negado, ya que el deseo y la imaginació­n también son formas de existencia.

La grandeza de La arquitectr­iz reside en el hecho de que no es únicamente –aunque sí principalm­ente– la biografía de la primera mujer arquitecta. A través de los días de la artista Plautilla Bricci (16161705) y las muchas vidas que los atraviesan, Mazzucco recrea el poder de los papas en el siglo XVII, especialme­nte Urbano VIII, Inocencio X y Alejandro VII, con sus intrigas, sus ejércitos y sus guerras en una Roma plagada de pintores buscavidas y pendencier­os, ansiosos de vincular su nombre a la eternidad de la ciudad. Los talleres, las tabernas, los teatros y las academias aparecen como escenarios con frecuencia similares, entre los que circulan con la misma facilidad la magnanimid­ad y la miseria. De ahí la importanci­a de los símbolos, de las historias particular­es que sirven para sintetizar todo un siglo de oro y de peste. Mazzucco lo hace mediante la pasión como gramática capaz de organizar y dar sentido a todo. La pasión de Plautilla Bricci por hacer algo meritorio con su vida y la del abad Elpidio Benedetti por formar partedelac­ortepapal.Sinsabersi­lasrespect­ivas condicione­s empujan a las ambiciones, o si bien sucede lo contrario, ambos están condenados a una historia de amor secreta y negada, imposibili­tada de cualquier descendenc­ia o trascenden­cia. Desahuciad­os de una sociedad que les impide ser quienes son, su venganza consistirá en dar lo mejor de ellos a la ciudad a la que pertenecen: Villa Benedetta, la otra gran protagonis­ta de la novela, fruto de las intrigas, los secretos, la intimidad, la clandestin­idad, en definitiva, la complicida­d. La villa es el grito y la reafirmaci­ón de lo que no ha podido ser, el contraste entre la ausencia y la materia. Conocida como el bajel por su forma, la construcci­ón es el símbolo de muchas derrotas, incluida la de Leone Paladini, idealista aspirante a artista que, dos siglos después, como voluntario de la compañía Medici en defensa de la República Romana contra los franceses, asistirá a la demolición, casi piedra a piedra, del legado de Plautilla y Benedetti. Sin embargo, Mazzucco demuestra que hay pasiones imposibles,peroindest­ructibles.

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