La Vanguardia - Culturas

Cuando los cuerpos hablan

Cultura de baile Dos ensayos recientes coinciden en destacar la relevancia del baile en sí mismo y no como un apéndice de lo musical, analizando su esencia, su historia y su idiosincra­sia

-

⁄ Los ensayos de Costa y Fernández Pan conectan en la pista de baile con perspectiv­as diversas y, a la vez, complement­arias

Cuando llegó la pandemia con su confinamie­nto, cerraron las discotecas. Las salas de baile fueron una de las muchas víctimas del virus. Con el paso de los meses, se habló bastante de lo que el cierre de esos espacios suponía para sus empresario­s y trabajador­es, abocados a la ruina. Pero apenas nada se dijo de lo que representa­ba para sus usuarios habituales, para quienes tenían la costumbre de ir a la discoteca a bailar.

Luis Costa y Sonia Fernández Pan acaban de publicar sendos libros –breves, alrededor de un centenar de páginas– sobre el baile, sobre el baile de discoteca. Y ambos recuerdan el efecto de la pandemia sobre los amantes de esa modalidad de bailar. Las pantallas o el baile solitario en el encierro del hogar pusieron en evidencia que el baile es otra cosa. Bailamos por placer, dice Costa. Pero bailar es también una forma de comunicaci­ón, escribe Fernández Pan, y “durante meses fuimos cuerpos sin cuerpo”. Bailar es socializan­te, terapéutic­o, liberador. Y todo eso quedó en suspenso.

Casual o no, significat­ivo o no, ambos libros han sido escritos en tiempos de pandemia. Y ambos –Dance usted ,de Luis Costa, y Edit, de Sonia Fernández– han coincidido en abordar ese sujeto que es el baile y sobre el que muy poco se habla –se piensa, se escribe– si lo comparamos con su habitual pareja, la música.

Desde una confesión de bailarines veteranos y activos, Fernández Pan y Costa coinciden en la reivindica­ción de lo que llaman cultura de baile o cultura de club. Es decir, coinciden en considerar que alrededor de determinad­as prácticas musicales existe algo más que la música, que alrededor de esas músicas se construye toda una cultura que, entre otras cosas, incluye el baile y las implicacio­nes –personales, sociales, políticas...– que esa determinad­a práctica supone. En este sentido, Fernández Pan destaca la expresión cultura de baile como más inclusiva que la más habitual música de baile. Hablar aquí de cultura, dice, incluye “la subjetivid­ad de quienes no producimos música”.

Para no llevarnos a equívocos, ambos están hablando básicament­e de lo que podríamos llamar baile de discoteca, en su variante acompañada en las últimas décadas por la música electrónic­a. Un baile en palabras de Costa “libre e individual, en un contexto social y festivo”, baile que no precisa “de ningún tipo de técnica o ensayo y aprendizaj­e”. Fernández Pan habla por su parte de la escena tecno, entendido este como un tipo de música, en un sentido amplio, y también como un elemento capaz de “convertir la extenuació­n del cuerpo en exuberanci­a”. Ese es el territorio donde los dos libros generan su análisis y reflexión.

Pero aun compartien­do objeto de estudio, Dance usted y Edit son trabajos distintos, felizmente complement­arios. El de Costa hace un repaso por la cultura de baile, ligándolo a la cultura del ocio. Recordándo­nos que el baile es uno de los rituales más antiguos en los colectivos humanos que “conecta con lo más profundo de nuestro ser”. Hay mucho en su libro de indagación histórica, antropológ­ica, de ese baile hedonista, rebelde y juvenil. En un recorrido que le lleva desde las plantacion­es del sur de Estados Unidos a finales del siglo XIX hasta los clubes de hoy en cualquier metrópoli moderna. Del catwalk al twist (al que otorga cierta categoría de baile fundaciona­l, que cambió definitiva­mente los modos de bailar) hasta el disco, el house, el tecno o ya en pleno siglo XXI el tektonik o el shuffle.

Por su parte, Edit, desde otra perspectiv­a, está repleto de ideas sugerentes entorno a este baile del que hablamos. Partiendo de una premisa: el baile es también una forma de escritura, en la que la voz habla a través del gesto, en la que traducimos los sonidos con nuestros cuerpos. Este es pues el meollo del asunto para Fernández Pan, bailar es una forma de comunicaci­ón que permite a quien la ejerce desarrolla­r determinad­as prácticas que son posibles precisamen­te por ponerse en marcha a través de los cuerpos.

Hay, eso sí, que dejar el ego en el guardarrop­a, y dejar que en la pista sucedan cosas que en otros espacios no suceden, o en todo caso que suceden de otro modo: con el baile puedes ser otro a través del movimiento; salir de la rutina del yo; en el baile es posible la deconstruc­ción de género; el baile es una puerta abierta a la alteridad; el baile es reconocers­e en otras formas de interacció­n social; es entregarse al erotismo sin sexo... Bailar es, sobre todo, una experienci­a compartida que solo es posible en la pista de baile precisamen­te porque los cuerpos hablan sin voz. “Bailar es –dice Fernández Pan– una forma mucho más humilde y radical de esperanto”.

Y una última idea entre las muchas que en Edit se pueden descubrir: “Reconocers­e en el anonimato crea una comunidad muy diferente a la de los nombres propios, los aplausos digitales y la dispersión algorítmic­a”. El baile, también, como antítesis posible de la cultura de la impostura digital.

Señorasyse­ñores,paseny...bailen. /

Ahora que Netflix ha estrenado la nueva versión de El amante de Lady Chatterley, se ha vuelto a hablar del juicio que tuvo lugar en Londres en 1960 y que marcó el inicio de una era de menor puritanism­o sexual en el país. En 1960, tres décadas después de la muerte de D. H. Lawrence y de la

PANTALLAS

LIBROS “No escribas eso, la gente me va a odiar”. Cuando la joven filósofa estrella Amia Srinivasan explicó a la edición británica de Vogue cuál había sido la rutina de escritura de su ensayo, el explosivo El derecho al sexo (Anagrama), ella misma se dio cuenta de que sonaba demasiado. Demasiado glamouroso, demasiado sacado de una película: alquilaba una casa en la costa de California, se primera publicació­n de la novela, Penguin sacó al mercado la primera versión no censurada –que corría pirateada desde 1928–. El gobierno del conservado­r Harold McMillan se querelló contra la editorial por vulnerar las leyes de obscenidad recién implantada­s y perdió. Lo que no se suele recordar es que el gran problema que tenían entonces despertaba sobre las seis de la mañana y en cuanto se despejaba la bruma salía con su tabla a surfear. Después escribía y ya por la con esa edición los que pretendían censurarla era el precio. Penguin presumía de vender libros que costaban lo mismo que un paquete de cigarrillo­s. El fiscal del caso llegó a decirlo en el estrado: esto no es como Lolita, que se ha publicado en una editorial universita­ria, esto lo van a comprar los chicos de 15 años que han dejado la escuela para trabajar en la fábrica, “esto es pornografí­a por el precio de un paquete de tabaco”.

noche desconecta­ba con un vino. Srinivasan, que en su trabajo diario en el All Souls de Oxford no debe poder salir mucho al mar, ha escrito en alguna ocasión sobre su pasión surfera. “La verdad es que surfear, el sentido de la perfecta comunión con el mar, la sensación de la tabla bajo los pies, espumar la superficie del agua… compensa un posible encuentro con un tiburón, y seguiría compensand­o incluso si ese riesgo fuera mayor de lo que es”, escribió en un artículo en The London Review of Books sobre escualos en el 2018.

 ?? ??
 ?? ??
 ?? ??
 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain